A la conmiseración de nadie
Por favor, no encontraré más alivio en ese cuarto,nuevamente; no recuerdo cuando fue la última vez que te lo exhorté. Siempre acostumbró pedir favores a mi compañero de cuarto en esta humilde solar lejano de cualquier familiar, denominaba así a las personas que solían asolarme con su presencia, salvo que ahora lo hacen pero con su asusencia. Salgó por las tardes, con cierta frecuencia, a ver como las orinas pestilentes de hebríos vespertinos humedecen las roídas paredes en las casas vecinas; esos líquidos excretados confluyen en patidifusos charcos topacios tránslucidos, y confundidos por la hiel de muchedumbres. En tales momentos de inspección urinaria, debería llamarla una sórdida inspección pública, me aproxime, como todas las tardes desfallecientes con el sol profugo ya del cielo, a un local bohemio en cuyo recinto ya se podía oír los ecos caoticos y las risas altisonantes de un gentío en festejo. Siempre he querido compartir las alegrías vivas en ese local, mientras la ruidosa música disudía a varios de mis vecinos a mí me impregnaba cualquier sentimiento excepto el tedio.
Hace un par de meses vivo en ese apartamento de sombríos colores y escuetas habitaciones; en fin la renta me posibilita seguir superviviendo del negocio de un amigo que me manda, constantemente, dinero como utilidad de mi inversión.
- Has encontrado mi cepillo, Ernesto? - le pregunté a mi compañero.
- Dondé mierda crees haberlo dejado ayer, pues.
- Solo encuentro tus zapatos junto al inodoro.
- Piérdete, cojudo cómo no buscas tu cordura.
Era un entrañable amistad,entre los dos, la que se había consolidado. Ernesto se dedicaba a trabajar en una librería que se encontraba en la avenida principal perpendicular a la calle posterior a nuestro edificio, no sé si merecerá llamar edificio a una edificación que posse tres pisos y una asotea que hace de piso, pues se han ubicado ahí inquilinos nuevos. Mi compañero me ayuda con lo gastos de comida y ocio: televisión, radio, revistas, diarios. Y, se hace lo que se puede cuando nos da por disfrutar algunos lujos.
Hace más de tres semanas que le he contado a Ernesto acerca del local, lo llamán, porque no tiene un nombre oficial, Joraca, según dicen por los profusos carajos pronunciados sagradamente en cada derramamiento de licor en bocas arqueadas. Mi apremio fue inesperado cuando me dijó que él ya había asistido hacía un año a ese local para celebrar un año más de no inexistencia de un amigo, también con una amistad entrañable para con Ernesto.
- Para quieres ir? Tú eres un vagabundo que anda en estas cuatro esquinas de la habitación; además yo que sepa eres muy callado. Me extraña tu proposición.
- La pasan de putamadre en el Joraca; de pasó aprenderé a beber.
A mis dos décadas, y un lustro pasado ya, había sido abstemio; pero desde que vi el Joraca me entró la fascinación del disfrute por ese líquido que estimula y alegra.
En la noche de un jueves, fuimos al mencionado local, estaba emocionado por las miradas avispadas de las personas. Había cuatro morenas que saludaron a Ernesto, y impremieron su beso de bienvenida en mi ansioso rostro, después de ser presentado por él. Después ordenamos,ya,unas bebidas. La espera era algo acuciosa, estabamos sentados emparejados con dos de las cuatro morenas en una de las mesas. La música, en ese instante era uno de los himnos del vallenato, ya iniciaba mi jubilo. La mesa era redonda, agrietada por un montón de intersticios diminutos, parecía una esponja. El piso estaba garabateado de un montón de ribetes de alcohol. Habría cerca de veinte personas a nuestro deredor bailando con prefecto ritmo.
- Son tus cosas querida, bella amiga
Otras cosas son mías
Como adornas mi vida
Solo danza, bellísima, que esta noche eres mía... lala -taradiaba un mulato prendido de los prominentes senos de una joven mujer.
Al rato, el mulato y la mujer, al contrario del mulato, de tez blanca, dejarón de bailar para salir encadenados con las manos en la cintura de uno al otro, y viceversa.
- LLegarón las cervezas, chicas, ¡hace tiempo que no terminó con esta sed!
- Ahora vengo...
- Y ahora que pasa contigo -mirándome con cejas oblicuas-; seguro ya te arrepentiste de venir ¿no?
Tenía que ver que hacía el mulato, pese a que la respuesta era obvia algo me interesaba de esa escena que presencié minutos atrás. Ya en las afueras del Joraca, la calzada alojaba, como por rito, a las ciénagas por la orina maloliente; me entretuve en seguir, por vez adicional, el curso del la corriente amarilla. Seguí hasta que me detuve porque la orina terminaba en una pared; donde el mulato tenía una pierna volanda y abochornada, exquisita de su pareja de baile del Joraca. Yo estaba a pocos metros, unos tres calculo, de la escena. La rubia parecía enterrar los dientes en el cuello del mulato mientras este arremetía a la mujer con la pelvis cada vez más dispuesta hacia arriba. Una y otra vez, se repetían las arremetidas acompasadas por el movimiento anfitrión de la pelvis con la misma orientación que la del mulato. Extasiada por el fragor del rozamiento, la rubia tiro de la correa del mulato y se arrodilló a examinar la agudeza que descollaba del pantalón. De la ropa interior, una extremidad rígida parecía alegrar a la rubia y esta ya completamente en el aire, y con la ropa interior caída, se encaramó al cuello de su pareja y profirió cuanto grito pudiese. El vaivén superior e inferior no tenía fin, so las confluencias de las orinas de muchedumbres, y a partir de ahora,so las irrigaciones blanquecinas, quizás, de muchedumbres. Los besos eran confundidos con muecas bestiales propias de animales en lucha. Los senos eran asistidos por la lengua vigorosa que se curveaba como las caderas de la rubia; sus cabellos ociosamente arreglados y impetuosamente tirados de lado a lado por el mulato parecían iniciar una sensación extraña en mi cuerpo, puesto que además de abstemio era casto. Y me ardía la envestidura de mi falo que ya lucía pominente y desdibujaba la silueta de una cumbre en mi perfilada fisonomía.
Mucho tiempo, recuerdo, con estrépitoso ahínco duró esa escena que desnudaba mi ignorancia para atisbarla del más profuso saber. En definitiva, los tiempos adversos siguen siendo parte de mis versos.
- Ayer tiraste y ni respetaste que te lo diera por el culo, Ariel - Decía la rubia con enojo.
- Dejame, rubia, que te he visto putear feliz... no tendrás sencillo? -Decía yo hace unas horas.
Hace un par de meses vivo en ese apartamento de sombríos colores y escuetas habitaciones; en fin la renta me posibilita seguir superviviendo del negocio de un amigo que me manda, constantemente, dinero como utilidad de mi inversión.
- Has encontrado mi cepillo, Ernesto? - le pregunté a mi compañero.
- Dondé mierda crees haberlo dejado ayer, pues.
- Solo encuentro tus zapatos junto al inodoro.
- Piérdete, cojudo cómo no buscas tu cordura.
Era un entrañable amistad,entre los dos, la que se había consolidado. Ernesto se dedicaba a trabajar en una librería que se encontraba en la avenida principal perpendicular a la calle posterior a nuestro edificio, no sé si merecerá llamar edificio a una edificación que posse tres pisos y una asotea que hace de piso, pues se han ubicado ahí inquilinos nuevos. Mi compañero me ayuda con lo gastos de comida y ocio: televisión, radio, revistas, diarios. Y, se hace lo que se puede cuando nos da por disfrutar algunos lujos.
Hace más de tres semanas que le he contado a Ernesto acerca del local, lo llamán, porque no tiene un nombre oficial, Joraca, según dicen por los profusos carajos pronunciados sagradamente en cada derramamiento de licor en bocas arqueadas. Mi apremio fue inesperado cuando me dijó que él ya había asistido hacía un año a ese local para celebrar un año más de no inexistencia de un amigo, también con una amistad entrañable para con Ernesto.
- Para quieres ir? Tú eres un vagabundo que anda en estas cuatro esquinas de la habitación; además yo que sepa eres muy callado. Me extraña tu proposición.
- La pasan de putamadre en el Joraca; de pasó aprenderé a beber.
A mis dos décadas, y un lustro pasado ya, había sido abstemio; pero desde que vi el Joraca me entró la fascinación del disfrute por ese líquido que estimula y alegra.
En la noche de un jueves, fuimos al mencionado local, estaba emocionado por las miradas avispadas de las personas. Había cuatro morenas que saludaron a Ernesto, y impremieron su beso de bienvenida en mi ansioso rostro, después de ser presentado por él. Después ordenamos,ya,unas bebidas. La espera era algo acuciosa, estabamos sentados emparejados con dos de las cuatro morenas en una de las mesas. La música, en ese instante era uno de los himnos del vallenato, ya iniciaba mi jubilo. La mesa era redonda, agrietada por un montón de intersticios diminutos, parecía una esponja. El piso estaba garabateado de un montón de ribetes de alcohol. Habría cerca de veinte personas a nuestro deredor bailando con prefecto ritmo.
- Son tus cosas querida, bella amiga
Otras cosas son mías
Como adornas mi vida
Solo danza, bellísima, que esta noche eres mía... lala -taradiaba un mulato prendido de los prominentes senos de una joven mujer.
Al rato, el mulato y la mujer, al contrario del mulato, de tez blanca, dejarón de bailar para salir encadenados con las manos en la cintura de uno al otro, y viceversa.
- LLegarón las cervezas, chicas, ¡hace tiempo que no terminó con esta sed!
- Ahora vengo...
- Y ahora que pasa contigo -mirándome con cejas oblicuas-; seguro ya te arrepentiste de venir ¿no?
Tenía que ver que hacía el mulato, pese a que la respuesta era obvia algo me interesaba de esa escena que presencié minutos atrás. Ya en las afueras del Joraca, la calzada alojaba, como por rito, a las ciénagas por la orina maloliente; me entretuve en seguir, por vez adicional, el curso del la corriente amarilla. Seguí hasta que me detuve porque la orina terminaba en una pared; donde el mulato tenía una pierna volanda y abochornada, exquisita de su pareja de baile del Joraca. Yo estaba a pocos metros, unos tres calculo, de la escena. La rubia parecía enterrar los dientes en el cuello del mulato mientras este arremetía a la mujer con la pelvis cada vez más dispuesta hacia arriba. Una y otra vez, se repetían las arremetidas acompasadas por el movimiento anfitrión de la pelvis con la misma orientación que la del mulato. Extasiada por el fragor del rozamiento, la rubia tiro de la correa del mulato y se arrodilló a examinar la agudeza que descollaba del pantalón. De la ropa interior, una extremidad rígida parecía alegrar a la rubia y esta ya completamente en el aire, y con la ropa interior caída, se encaramó al cuello de su pareja y profirió cuanto grito pudiese. El vaivén superior e inferior no tenía fin, so las confluencias de las orinas de muchedumbres, y a partir de ahora,so las irrigaciones blanquecinas, quizás, de muchedumbres. Los besos eran confundidos con muecas bestiales propias de animales en lucha. Los senos eran asistidos por la lengua vigorosa que se curveaba como las caderas de la rubia; sus cabellos ociosamente arreglados y impetuosamente tirados de lado a lado por el mulato parecían iniciar una sensación extraña en mi cuerpo, puesto que además de abstemio era casto. Y me ardía la envestidura de mi falo que ya lucía pominente y desdibujaba la silueta de una cumbre en mi perfilada fisonomía.
Mucho tiempo, recuerdo, con estrépitoso ahínco duró esa escena que desnudaba mi ignorancia para atisbarla del más profuso saber. En definitiva, los tiempos adversos siguen siendo parte de mis versos.
- Ayer tiraste y ni respetaste que te lo diera por el culo, Ariel - Decía la rubia con enojo.
- Dejame, rubia, que te he visto putear feliz... no tendrás sencillo? -Decía yo hace unas horas.
Vertiginosa aventura apreciada por los ojos de una persona cuya experiencia y perspectiva se aleja mucho de ti...¿de dónde sacas a tus personajes?. No te olvides,te dije alguna vz q deseo que sigas escribiendo, ya sea para bien o mal. Yo estaré atenta.
(sabes kien soy, verdad?)
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