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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

En el sin sentido






Primera parte



Había una vez en un pueblito lejano (no es un cuento infantil) un tipo de cuyo nombre no recuerdo (tampoco es un cuento quijotesco, por si se llegara a entreverar el lugar por el individuo) y que vivía relativamente feliz con los conocidos y desconocidos del pueblito. Tan diminuto este diminutivo no era; con más precisión era una cosmópolis de edificios altos que rascaban la urticaria de los cielos, de personas hacinadas en todo lugar, de mujeres de todo tipo (hasta unas que solo las parecían), de autos caóticos con tanto semáforo en cada esquina. Un pueblito en relatividad a otros pueblos robustos con sistemas de saneación de medidas olímpicas. Tal vez, si se lo traerá a Aristóteles, gracias a la magia de algún best seller de ciencia ficción, pueda encontrarle algún parecido con alguna polis (y vendría más tarde Bacon a desmentir tal alucinación, con la aducción de que ni los expertos proto-arquitectos de Grecia o del gran Egipto pudiesen haber construido semejantes by pass, ni emulando los acueductos que más tarde fueran romanos).

El tipo conoció a otro del cual sí recuerdo el nombre misteriosamente habérseme ocurrido en otro momento. Darío (solo por si acaso, no lleva por enfermiza casualidad Rubén por nombre seguido) y el tipo iban todos los días a una de esas corporaciones que se afincaban en las modernas avenidas de este pueblito (vaya cómo extraña el diminutivo aún) porque trabajaban de operadores informáticos (es una ocupación cercana a la de los pueblos) en una oficina grande que era, eran si cabe después un genitivo que aclarará una posible confusión, un número de varias oficinas, pero que cedieron sus paredes a espacios más abiertos. La carga del trabajo se alternaba con recreos bien amenizados por las buenas personalidades de los compañeros de trabajo de Darío y el tipo.

La informática en los días del pueblito sí era de diminutivos, todos los signos se hilaban en un lenguaje de una sintaxis muy distinta a la utilizada aquí, por ejemplo. Según la complicación en las operaciones que debía realizar la computadora, la programación (la substantivación del trabajo final) resultaba difícil de realizar y costaba mayor tiempo. De manejar bien los enrevesados inconvenientes del ‘destino’, los operadores podrán vencer los aprietos a un buen comando desarrollado por los módulos mejor codificados (no, no se me acuse por esta última composición tan papanatas en estas palabrotas; fue el destino que de ‘inseguro’ alguien descubrirá su codificación ciberfuturista y tal vez lo llamará matrix).

Escapando del lenguaje java y las letanías del Fox pro, el tipo (debería –yo– dejar el acusativo) y Darío se estuvieron divirtiendo en uno de esos centros solaces que abren hasta bien entrada la noche (y de salida los desbroces) y descubrieron algo que en el sistema de la corporación hubiese probablemente (mejor, lector, cámbielo por seguramente, ¡al demonio las probabilidades!) sido un error sin solución. Descubrieron entre las buenas, divertidas personalidades del trabajo a una mujer. No es que en el trabajo el número de mujeres era reducido. Al contrario, el número de este género ganaba en uno al otro. Un descubrimiento es el hallazgo de algo sin precedentes. Por eso era el descubrimiento de una mujer, de una mujer sin precedentes y que anulaba la realidad objetiva con que contaba Euclides atareado ahora que ya no quiere seguir leyendo (seguro anda haciendo rabietas, "¡Todo empezó con eso del pueblito!").

Así que solo restaba la realidad subjetiva (posible si partimos de un pragmatismo con fines más veniales) de ambos personajes. Darío no dejaba de sonreírle y de contar cosas, anécdotas a causa de las buenas respuestas de la mujer, que tan buena moza resolvía preguntas sin signos de interrogación ni cejos ariscos, con un tono de voz que se agudizaba o se hacía grave en consonancia o en congenio con sus gestos, muecas, miradas, dobleces de boca, manotadas en el aire. Sí, a todas luces era simpática cuando más ganase confianza y se desenvuelva mucho mejor en la plática. El tipo (recuerdo que cuyo nombre no recuerdo, pero que sí recuerdo o se me ocurre agregarle una mayúscula) tenía esa misma percepción y en añadidura de otros rasgos. Tales como el desparpajo o la poca inhibición que tenía ella para ser grosera y coger, de pronto cuando el Tipo quería servirse algún trago, antes que todos una buena dosis de cerveza (una bebida de "libatio populi" en este pueblito) y llevársela sin piedad adentro. Esta grosería a contrapunto de lo que puede pensar Euclides cae y tiene venialidad y buen humor, antes que faltas de respeto. Aunque no faltaban los disidentes a la percepción del Tipo, cuya enemistad con ellos era una carta segura del ‘destino’.

Las cosas en el trabajo, como supone Sade con ese tan incriminado tino para ‘pensar mal’, no fueron las mismas. Ahora la pequeña (todas eran pequeñas porque había que maximizar los beneficios de la empresa) celda (una especie de rellano encerrado por paredes de un metro y unos pocos centímetros de altura) de la oficina, en la cual operaba la mujer, era visitada por el Tipo y Darío apenas restarán algún momento en sus intermedios. Así como los momentos eran sonsacados al ‘destino’ (todo un artífice, ah) durante los retornos a los lugares solaces. En el pueblito se suele disfrutar de momentos de solaz con bailes cadenciosos de todo los ritmos, procedentes de los pueblos o de pueblitos más pequeños aún (¿o aun? Escoja, lector). Así, ya se puede entender mejor un momento en que la mujer baile con gran detalle en sus movimientos. Tanto Darío como el Tipo (había otros amigos suyos también, pero no protagonizaban tanto como ellos y porque en realidad se me olvidaron los nombres) sacaban a bailar a sus amigas, pero sobre todo seguían presos del encanto (no se sabe aún si intencionado o casual) de los otrora detalles en que Euclides hubiese dejado sus postulados geométricos por unirse a la piel de esa casi bacante o cualesquiera de las demás que tampoco se quedaban atrás, o no dejaban solas sus espaldas.

Cualquiera que tenga o heredará por gracia de algún incubo malévolo, para los sacerdotes, los cómputos o elucubraciones de Sade podrá predecir sin cartomancia o quiromancia que aquellos amigos (no lo he dicho pero recuerdo que lo eran) unidos por una amistad ímproba y casi helénica, si no les fáltase tener un agrado carnal por sus géneros, librarían una guerra irracional de pasiones salvajes y racional de príncipes maquiavélicos. Las batallas se estuvieron librando desde más o menos que hicieron el descubrimiento y no he hablado de aquellas porque habían pasado casi desapercibidos hasta un día de malquerencia ajena. Salieron tras ella porque había tenido un problema de quién sabe dónde, cómo dónde sabe quién y cómo ellos sí lo sabían, cada uno a su manera, desde su realidad subjetiva mientras estuvieran más irracionales o, mejor dicho y ya para no mentirles a ellos, más sobrios. Llegaron donde ella que lloraba coléricamente y debido a una creencia de Darío que ‘a su manera’ entendía y le decía que la cólera la causó el Tipo que llegó primero donde ella. Discutieron porque el Tipo decía que no era cierto, "cómo crees; sería incapaz". Darío contra argumentó aquello diciendo que a la mujer no le gusta recibir apaños cuando sufre. El Tipo le preguntó a la mujer si eso era cierto, "es verdad, pero... ". Darío calló a la llorosa casi antes bacante con un grito espartano y que inició otro argumento con más pasión que antes y finalizó casi con una ecuanimidad imposible de creer para decirle al Tipo que se retirará y lo dejará a solas con la inconsolable aún. En seguida, se manifestó la malquerencia en todo su colorido vivo para el Tipo: la mujer solo lo miró diciéndole sin hablar con un gesto benevolente que haga caso a Darío. La mujer (pueda ser que se llame Atenea, Diosa de la guerra) rompió el ’destino’ y me permite ver el verdadero rostro de esa fuerza gobernadora de los humanos y de Odiseo, Homero creyó que se figuraba y encarnaba en los dioses del Olimpo. Con usted, contigo, si me permites la confianza distante de este pronunciamiento en segunda persona: la casualidad. ¿Qué hace ese componente como la fuerza gobernante del aparente orden humano?

Segunda parte

A la mujer la llaman todo el tiempo porque así la bautizaron y, ella, se llama a veces Lorena. Nombre de génesis francés que se castellaniza aquí del original Lorraine y que también nomina a una región de Francia. Lorena había inclinado la balanza de su afecto hacia Darío casi sin saberlo, apenas tuvo un presentimiento remoto de sentirse con más confort al lado de las atenciones de él. Aparte que gustaba silenciosamente de su belleza física que de seguro era una largueza de su herencia balcánica. Claro, que de esto recién doy cuenta porque recién lo reconozco con nitidez. La diferencia entre el afecto a cada uno se sopesaba en una balanza invisible que solo era vista ahora por ella y por mí, con suerte, si no estoy confundiéndola con algún otro artefacto (es esa balanza parecida a la que sostiene la figura de la justicia; o ¿es un velero sin mar?). De todos modos, sí estoy seguro de que Tipo (es hora de quitarle el acusativo a este pobre hombre que no tiene menor culpa de este desenlace; sí, de todas maneras no queda inocente) fue derrotado por una superposición de acciones, tanto las suyas como las de Darío y de Lorena.

Ahora a esta superposición (en tanto no es silogística como la maraña de comandos y caracteres en la informática) existía superpuesta, interpuesta, inscrita espacialmente a la casualidad. Esta estuvo presente bajo la máscara a la que muchos aluden verbalmente como ’destino’. Y eso no solamente ocurre en este relato sino que lo vivimos día a día, pues es el motor de la realidad entendida en su acepción menos subjetiva (cosa que solo tenemos un grado discreto de esta adjetivación). No es la realidad en sí misma porque ella recibe con más frecuencia una significación que la ubica como un entorno más que como un agente. La casualidad como agente es ajena a nosotros y que según las usanzas lingüísticas fue relacionada con la fortuna, la suerte, el porvenir, las circunstancias (en inglés, la casualidad se conoce como chance circumstances), las probabilidades, las posibilidades, la contingencia, las fluctuaciones (el plural o el singular de esta palabra y las demás es arbitraria según el uso más compartido por buena parte de lo hispanohablantes). Me atrevería a decir que también va relacionada al Dios católico y todas las deidades habidas (por haber) y existentes por las convicciones religiosas o las religiones. Solo, se cree aún, un trans-onto, un hegemón supraterrenal o el ser hacedor de todo el universo puede gobernar lo sobrehumano, lo que trasciende a nuestro entendimiento. Bajo ese kratos que ahora parece ser atribuible a la casualidad, Tipo está muy cerca de endiosarla.

Tipo no solía realizar muchas conjeturas abstractas o depuradas de los hechos inmediatos de su vida. Esta derrota, que lo sumó en una desesperación profunda, lo llevó a considerar al ateísmo como nueva postura. Cogió un libro de astronomía que leía cuando niño y ahora buscaba ávidamente para estrujarle una y otra vez las ideas furtivas en el planteamiento de la teoría del Big Bang o una tesis de un filósofo (Tipo no leía filosofía pero encontró accidentalmente una revista extraña para él y familiar para su tío, era suyo, eso sí recuerdo) que afirmaba que la realidad no había sido más la disposición aleatoria de un sinnúmero de objetos de todos los tipos y su libre disposición no era más que otro sinnúmero de permutaciones dadas casualmente. Tanto la teoría que explica el origen del universo como la tesis de los objetos inciden en la casualidad y entonces, ¡Bingo! ¡Big Bang Bingo! Resonaron en los razonamientos de Tipo.

Un buen día, se enteró por los diarios que había un empleo de operador informático de todos los numerosos. Ya en el trabajo, trabajaba con cerca de cuarenta operadores y estaba más cercano a cuatro celdas; en contra de lo que ocurre mayormente, Tipo no se llega a hablar con ninguno de esos cuatro operadores y el primero que conoce está casi en un extremo respecto de su celda. Conoce por primera vez a Darío en un intermedio del trabajo. Esto tampoco es lo que mayormente ocurriría. Darío no acostumbraba salir en los intermedios; prefería quedarse en el ordenador de su celda. Después, todo se fue dando con semejante sorpresa. Los operadores se iban agrupando sin tener alguna compatibilidad inicial más que la de trabajar en esa misma corporación. Tipo había intercambiado miradas con las tres o cuatro mujeres del grupo el día del descubrimiento. Antes le habían gustado un par de morenas altas que pasaron muy entalladas una detrás de otra, un pantalón crema delante de uno azulino, ambos contorneaban las piernas de unos muslos aparentemente firmes y las 'sentaderas' muy ajustadas, de antojo. Una sola expresión de las tantas que aparecían en las tres o cuatro mujeres del grupo, una que solamente distó lo suficiente respecto de Tipo, llamó su atención de manera inesperada. Así también inesperado fue que otrosí (no, no hay error tipográfico) la mirada de Darío también haya asistido al descubrimiento de Lorena, luego de que él estaba muy entretenido con una de las morenas altas.

El descubrimiento y todo lo ocurrido (pienso y pensaba Tipo) se fraguaron inesperadamente debido a que lo esperado era algo explicable en una cadena de hechos. Ahora recién piensa Tipo (yo, ya no tanto) que nosotros creamos (aparte de los del pueblito) eslabones y los juntamos para poder explicar por qué ocurrió tal cosa. De no realizar esto, todo aparentemente sería casual. No lo es todo, continúa él, pero sí es una parte integrante. En un arrebato de cólera, Tipo piensa que era absurdo: ¡no podemos ser dominados por la casualidad!, aquella fuerza no existe como nosotros, no por sí sola: aquella existe en tanto existimos y la constatamos: ¡debemos eliminarla ya que la creamos! ¡ Nosotros la creamos!

Sin embargo, Euclides (con inexplicable tino, también) piensa que también nosotros existimos en tanto existe y existió alguna vez la casualidad y se explica después que todo el universo se haya creado (aludiendo a la teoría del Big Bang, ¡Bingo!) y nos constatamos. Si no hubiese casualidad (razona Euclides de manera muy pero muy casual e inesperada), todos nos volveríamos como los sistemas informáticos y emplearíamos modos de organización sofísticos (casi, sofistas) para crear un orden que al final no sería la vida como la conocemos. Felizmente, todos estos razonamientos se detuvieron porque Tipo decidió no buscar más líos respecto del orden y el desorden en que nos pone la casualidad. Pero aquellos serían un nuevo tema que él recordará cada vez que suceda algo inesperado, que una taza caiga sobre una jarra de leche, la jarra de leche precipite éste contenido, el contenido vaya donde una azucarera y termine en sus manos; sus manos secándose contra un estropajo y el estropajo luego cae en el piso sobre la leche que había llegado hasta ahí.

Tercera parte

Darío y Lorena continúan juntos hasta la fecha, ya pasado cierto tiempo considerable. Tipo no resultó ser un tipo insensato y se amistó con ambos. Y no sé por qué demonios ahora me da la impresión que todo pareciera esa pantalla negra al final de una película norteamericana. Y este relato terminé en letras amarillas porque están en español. De seguro, casualmente esta historia se termina, dejando el pueblito lejano, las veces en que hubo Tipo.

Pero Euclides acaba de amenazar con dedicarse a reforzar los trazados geométricos sobre la ética de Espinosa si acaba así este relato. Habrá que buscar un comodín. Volvamos al pueblito lejano y volvamos, en jerga forense, al lugar de los hechos. Tipo abandona a los dos en las afueras de la discoteca (ya para entrar en el quid del asunto) y eligió una mesa vacía muy lejos de la mesa de todos sus amigos. Quería estar solo con sus aquejantes preguntas y no beber de sufrimiento, pues tampoco pensaba dar todo por perdido. La música sonaba por todos lados como las luces se proyectaban en todas las direcciones. Transcurrió una media hora y ellos entraron. Lorena había mejorado y ya ensayaba una sonrisa. Darío estaba serio sin un aparente sentido, ¿no que había triunfado, había gustado a Lorena? Pues, Tipo se adelantó mucho creyendo que Darío había ganado; iba a tener una contienda más por una casualidad frenética. Darío deja la discoteca porque peleó con Lorena al no comprender su estado de quién sabe cómo, cuándo, cómo (antes había escrito cuándo como y es cierto, necesito ingerir algo urgente), cómo quién sabe dónde. Las amigas confidentes (ni ellas saben el problema de Lorena que es un completo enigma; este relato solo tuvo la modestia de solucionar una posible duda respecto del ‘destino’ y por qué pasa cuando sucede) repentinamente están todas bailando y ella se queda sola en la mesa. Es cuando Tipo interviene en la casualidad y se acerca a Lorena, sin hablarle del asunto que nadie sabe y decide pasar el tiempo con ella ahí el poco tiempo que restaba y fue crucial cuando ellos ya bailaban y trataban de no pisarse, viendo cada pie que no pise al otro; varios pasos al interior de ellos mismos, cuando Tipo se acerca a ella a buscarla dando unos pasos hacia ella sin pisarla; va muy cerca de ella hasta cogerla de la cintura y darle una vuelta al son de la música y la estrecha nuevamente contra él, con delicadeza y con agresividad, al mismo tiempo, y le dice sin voz que la quiere, busca decírselo como ella le dijo que se vaya antes y como ahora ella le dice gracias porque el baile terminó. Tipo regresa a su mesa, ya con un poco de fe en ella; volverá a estar con ella luego de estar con otra, antes de haber estado con alguna mujer alguna vez, mucho antes de estar con una amiga, una desconocida, una amiga de su amiga que casualmente se llamaba Lorena, cuando ya no sabía nada de Lorena.

Y ningún colorín colorado. Euclides, que ya sintió una llamarada en sus entrañas mientras terminaba su lectura, cogió su barba larga, su túnica de rasputín alicaído y se fue amargo del relato. Aunque lo veo caminar aplaudiendo casualmente


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