Cáscara de plátano
El encanto no está en su cutiz, el cabello ondeado, suave, trasluciente y fragante que lleva. Tampoco en el modelo que eligió ser con la ropa que lleva. No hay por qué hablar del fino boceto de trazos que le da ese rostro. Jamás alguien lo encontrará en la delicadeza de sus manos. Y aunque fue lo primero que esperaste ver cuando terminara de pasar por ti, tras sentir deseo por ver qué traía delante, la verdad no continuaste igual.
Te sentiste en cambio otro. Un arco iris en la Antártida sobre la extinción de los pingüinos. La caída del Niagara en los años cuarenta con Gene Kelly cantando de felicidad, y en plena guerra mundial. La máxima armonía en un grupo de jóvenes, sin ningún líder que les dijera a dónde ir, y ningún solo hippie. Si jugaras la lotería en este instante, podrías comprar Wallmart y aun Ibiza.
Sonríes porque no la conoces y porque eres insignificante. Porque ella querría conocer antes al único sobreviviente en tu género de la próxima guerra nuclear, y entonces tampoco habrías pintado. Entonces ella se da cuenta mirándote sin que esta vez tú seas quien se dé cuenta. En tu felicidad, no te fijaste que incluso la magnificiencia no puede librarte de resbalarte con una cáscara de plátano.
Aunque pasaras la vergüenza y le causaras risa, la verdadera suerte fue conocerle y darte cuenta de que no era tan hermosa, sino la única si fueras a pasar por el costado de miles de hermosas al igual que en cualquier día, en cualquier lugar y a cualquier hora.
leave a response