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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

Babel

"Por eso se le dio el nombre de Babel,

porque allí había confundido Jehová sobre toda

la superficie de la tierra".

Génesis 11:9

De una Sagrada Escritura de muchas


...etcétera. Llegaron a donde una vez escucharon de un predicador decir que era tierra de los designios; en otro, de nadie. El trayecto había sido dibujado junto con otro por el viento hasta coincidir con otros en una sima: era la tierra de nadie en un tiempo, la tierra que veían sin otro camino para escapar hacia otro destino. Las murmuraciones de quienes se acercaban se volvían gritos en tanto la arena en ventisca diversificaba los sonidos en gritos. Irad, Lío, Munch, Kiel, Nord, Ezra, Gemona, Irbine y demás nombres y apellidos entrelazados en una historia no hablada ni escrita, debido a una densa amnesia sufrida por los hombres poco antes y después de una fecha inexacta, algunos creen que podría ser el tercer día del mes undécimo del año de leva. Registros del tiempo no quedan (se ha mencionado alguno en un contenido), los ciudadanos de varias naciones pasadas y de nigunas ciudades actuales solo recuerdan que van hacia un paradero para volver a vivir como el siempre de sus antepasados. Así, solo se sabe de ahora y un corto atavismo temporal. La encrucijada adentro.

"Mi padre nos relataba acerca de su infancia en Rhode Island, de los videojuegos, del college, de las ocupaciones del abuelo. Trabajaba como programador de un software de navegación por internet. Nos llevaba packages de Netscape a las habitaciones, pero nunca en los dormitorios. Solíamos ir de vacaciones a Connecticut, a Ohio para las casas de la tía Rosmery y la abuela Samantha..." "Cuenta de un día en que todo el anterior clima tranquilo se termino por unos sucesos graves; entre ellos, los conflictos en el language MPS (Micro Pixels Synchronized) resultaron en un holocaust, la pérdida de ciudades en states. Un antes conocida como la era de la información, the Powerful Information, Computer science. Los días entraban en noches rápidamente conforme los elevados índices de energía escaseaban en las ciudades. Aquellos que se encotraban conectados entre sí podían comunicarse y saber al instante. De todo esto cuenta el anterior diario de un conocido norteamericano en los tiempos de la europa oriental". "Sudámerica se encuentra actualmente en un auge permanente de los índices per capita de sus países; apropósito de lo anterior, Rusell Meléndez ha hecho un cuidadoso estudio junto con los más distinguidos sociólogos en el que ha derivado la principal tendencia de América: Integración de Sudámerica y Centroamérica en Norteamérica: The american purpose: The United States within South America. Asimismo, el fénomeno que los medios hemos visto durante los últimos meses, la consolidación de China Europea, es una clara preocupación del análisis político contemporáneo. Entre otras noticias BBC, esto ha sido...". "A veces jugamos con los niños del otro lado del doyo; ellos les gustaba jugar con el kendama; pronto teníamos que ir vuelta a casa para la toma del sake del tío Kensou. Él venía desde muy lejos y siempre visitaba la casa para saber de Nogami. Al poco rato, teníamos que ir a dormir para estar despiertos, no vaya ser que el dragón Okuna venga por nosotros y...".

A donde miremos hay terreno erial, uno que dos arbustos secos. Gracias a las pocas cosas que nos sirven para comerlas y sentirnos bien, hemos sobrevivido; pero varios se han quedado. Es difícil tener que decir lo pasado o lo que pasa sin saber cómo hacerlo o como se está haciendo. Las formas y los datos que tenemos han sido conservados cuando eramos niños por nuestros padres. Elva me decía que de donde habíamos salido se llamaba 'civilización' y nuestros grupos de población estaban en una cosa llamada 'mundo'. Con Elva he tenido prole –ella me dice "mejor llamarlos hijos"–; lo poco que puedo contarles es gracias al conocimiento grabado en mi cuerpo. Las agrupaciones todas llevan la información en el 'kora' –al no dar con el nombre de antes, le pusimos este nombre de la cosa de nuestro cuerpo que nos permite jalar y agarrar, los menos entendidos le dicen también 'agarrador'–. Kiel me dijo: "Etíopes, esto que te permite escucharme y entenderme se llamaba idioma".

"Ir sin más reservas hacia Río de Janeiro es como emprender un viaje hacia el paraíso escondido del atlántico. No falta un temporada de sol, alegría, belleza; las famosas garotinhas deslumbrará poco que le queda por ver de la zamba femenina. Los esperamos aquí: Compre Rio For Partiers em inglês e aproveite suas ferias ao máximo". "Para encontrar el valor de una razón trigonométrica negativa, se tiene que empezar por situar el radio vector el origen de coordenadas y girarlo en el sentido de las agujas del reloj conforme a los grados se indica en la razón; después, reducir al cuarto (como si fuese el primer) cuadrante cualquier arco resultante girado en el tercero, segundo o primer cuadrante. En caso se tenga el giro solo en el cuarto cuadrante...".

Todos los demás que han concluido que mis ascendientes se entendían por un idioma llamado 'inglés'. Antes casi todos se entendían con él, o lo poco que tenemos está en inglés. Hablamos mucho sobre esto mientras otros se ocupan de conseguir 'notú' para sentirnos bien y no sentir lo que antes se llamaba hambre. Northamerica fue la tierra de la que venimos, así lo sabemos por lo que nos queda. Somos bastantes, pero alguien hace unos años dijo: "el problema es saber cuántos". Contar es detenerse en Roy, Espronceda, Ezequiel, Vargas, Dièyes, Kenneth, Campos o Ilse. Pero no hemos hecho mucho con ese tiempo ahí en cada uno. Kiel –uno de los más perseverantes en las cosas de antes– nos reveló un contenido que se llamaba matemáticas, pero el lenguaje con que estaba dado era algo difícil, más difícil fue aprender de él... Esto sucedió cuando yo tenía cinco años y los más de antes nos instruyeron –además de mí a otros de mi mismo entonces– como era contar con R, T, H, F,D, A, W, ... Hasta llegar a un fin llamado 'etcétera'. El maestro Diéyes predicaba que ese fin era el más antiguo, demostraba nuestro lugar inicial de partida –origine–. De las matemáticas sabemos más de cuando algo más temprano, contamos uno o cero y negativos números dependiendo de que los sepamos distinguir; mientras no sean iguales, se contaran. Poco más tarde, a mis quince años, la maestra Munch predicaba como ejemplo: "Cogens es diferente de ipso, por eso los contamos y decimos uno y uno dan dos; si hay ese llano y ese llano, decimos que son iguales; por tanto no lo contamos, lo multipicamos, lo potenciamos, lo colocamos en matrices; pero nunca contamos".

El problema de saber cuántos somos se iba resolviendo de acuerdo a lo que sabíamos de Cálculo por los contenidos. Estos no solamente hablaban de contar y de problemas. Muchos decían de cómo era antes. Nombraban lugares, hombres, mujeres, en bastantes idiomas (hasta ahora no sabemos si los idiomas son diferentes, si se pueden contar), cosas, muchas cosas. Hay algunos que contaban cómo se hacía para subir por una escalera, cómo manejar un artefacto (los maestros han hecho conocer que estas cosas parecen tener poderes explicados en otros contenidos). Los más extensos han sido los de historia y de los que no se sabe el tamaño ni cuándo carajo (esta palabra parace que lo decían antes para tener poder y enaltecer a los malos seres, pero Munch lo ha agrupado entre varias que sirven para fines didácticos) acaban son los de literatura. Muchos presumen bastante de continentes (de esta cosa todavía no tenemos muchas referencias de contenido) y relaciones entre las llamadas personas, parecidas a nosotros: eran contenidos de política (sin ninguna referencia sólida aún). Muchos otros y casi sin fin podría demorar la mención de la clases de contenidos (hay otros de tecnología y avances en la epistemología). La tarea de inspeccionar los contenidos ha sido apartada de otras actividades. De esta manera cada grupo ha seleccionado un determinado subgrupo y los ha destinado para una actividad en especial; una de ellas es la que ahora estoy haciendo: hacer un detenido contenido de contenidos.

La cuenta es un número resultado de contar varios de nosotros por iguales, para que sea más rápida. Así, somos quiniestos seis otros no contados; pero multiplicados en un grupo de iguales grupos: La igualdad no puede darse a la hora de comunicarnos, muchas veces no nos entendemos: l'esential pendant la bonne vie , the esential for a good life, esential während des guten Lebens, o esential por uma vida boa, il esential per una buona vita, важное значение для хорошей жизни, الأساسية للحياة طيب... el esencial para una buena vida será aprender de los contenidos y lo que nos queda por memoria, lo poco aunque sea.

Todo lo anterior sea lo que se ha multiplicado y contado de lo que sea el comienzo de una historia. Hemos descendido por la encrucijada y construido un cimiento elevado hacia abajo para alcanzar una tierra para no ir más hacia otra. A mí, Etíopes, se me ha confiado una labor sin saber descubrirla hasta el momento. La primera historia de nosotros va a ser escrita y hablada después en una sola versión, por nosotros mismos no podemos saber de antes porque no hubo antes para nosotros sino para los anteriores. A partir de aquí se va intentar contener todo lo entendido de los contenidos y se va querer relatar lo que somos. Empezaremos para terminar este contenido como para empezar una Escritura para una prole ojalá ya no ignorante como lo fuimos nosotros.


...etcétera.





Biblioteca

Ojos negros, como quien seguía, ojos marrones. Iba rumbo hacia atrás, se adelantaba y veía su casaca verde pálido palidecer con la cercanía. Yo caía sin dejar de subir por su pantalón, su feroz jean negro. Pasos de zapatos negros y huellas de qué color. Ese cabello sinuoso entre bastantes nodos y solo dos ojos, detrás de dos lentes y una naricita como el piquito de una golondrinita, apenas vuela sin alitas. Caminaba hacia donde yo no caminaba, la veía como más de cerca y entre la verja supe que era ella. Pero todavía estaba lejos; yo aguardaba con paciencia cargada en la mochila de azulejo; ella me miraba, quién sabe si escribiría algo como esto, decir de una biblioteca; escribir al caminar para ahora –sí que está cerca ahora– decirle que está hermosa –mentí de mentira–, arrebujarla, dar un paso, darle lo que sabemos y escribirle algo de esto.

Un cuento

Será algo de minutos del mediodía que ha empezado aparecer por el reloj. Con este clima de cara de luto, en alguna parte de la capital. Uno puede ir por las calles, por donde está mi casa, y percatarse de la tranquilidad que yace en todas sus entradas; aunque dicen que han asesinado a un joven pandillero, que lío de barristas, esto del deporte de pasiones, del deporte de trincheras y equipos íntimos. Ha pasado tiempo desde que algún día vine aquí, a vivir aquí; unos quince años, más o menos. Antes de esos, era este un distrito de inmigrantes, la mayoría de Ancash y Huaraz, que estaban preocupados por hacerse de un terreno y poder construir tranquilos; Sr., de poquito a poquito, hija, hay que pagarle al maestro de obra. Así las casas, tú si las hubieras visto, permanecían calatas con sus ladrillos y paredes con algo de pintura. Los chiquillos persiguiéndose alrededor del concreto y la piedra chancada, persiguiendo, también, una pelota viniball, terminan en dos postes, para gritar ¡gol, golasso! Así era. Ahora es un distrito de comerciantes pujantes, de sus casas quedan boticas, bodegas, librerías, consultorios, restaurantes, hostales y cualquier negocio que les permita ganar alguito, aunque ya he dicho que son pujantes y ganan bastante a la larga. A quién le guste o a quién le pueda hartar esta situación, si es que vive en ella puede quedar satisfecho si pudiera de vez en cuando salir de ella, dejarla de una vez por todas. Pueda este ser mi caso.

Más o menos –estos días me he sentido como un más o menos, justamente– estas son las cercanías del cual planeo ahora hacer algunas lejanías. Quiero relatar un cuento que todavía no escribo, todavía no sé cuál es; supongo que en la medida de la que el escritor, más o menos, pueda seguir con los párrafos y quedar resuelto en seguir y seguir hasta terminar y darse con la descabellada idea de que eso quise contar. Vamos a ver cómo voy con esto. Estaba buscando la idiota forma de encontrar una que otra palabra en el diccionario; lo que pasa es que tengo la manía de sacar el diccionario y tomar nota de varias palabras; basta que en un momento me encontré con baboyana o íncola o carraspera, me llevo el diccionario a los ojos y registro el significado de la palabra. Decía, entonces, que estaba buscando a chasco; claro, yo sabía esa palabra, otro día, es más (no más o menos), ya la había usado en alguna redacción. De chasco el diccionario contaba cosas: una que significaba burla o engaño que se hace a alguno; otra que es decepción que causa a veces un suceso contrario a lo que se esperaba, subrayo a lo que se esperaba. Eso me hizo recordar un cuento que el otro leí en algún libro viejo y derruido de mi viejo, qué raro que tuviese un libro de cuentos; el autor era anónimo, bien hubiese querido conocerle.

El cuento, recuerdo, comenzaba con una memoria del señor Álvaro Vivanco. Se encontraba un día en su escritorio escribiendo una crónica de la guerra de Úrbides –un evento del que yo no sé nada, parece según leí más adelante que es un suceso de la historia de Ecuador –en la que él fue un médico de guerra. En esos tiempos, yo me desempeñaba en la posta de Santa Ana, a algunos kilómetros del centro de la ciudad de Quito. Úrbides había sido un canciller del gobierno de José María Velasco; el canciller tomó el control del gobierno en el invierno de 1934, porque el presidente tuvo que ir a realizar negociaciones en la junta Internacional de Cartagena. Uno de los servidores del gobierno, y en su calidad de Ministro de Hospitales, me hizo llegar una carta en la que me pedía viajar a Cuenca. Hubo una toma de las fuerzas armadas, después anunciaba El Financiero de Guayaquil, por parte de los principales generales al mando del canciller Úrbides. De su excelentísima labor y ardua diligencia, necesitamos de su apoyo para prevenir cualquier movimiento de las nuevas fuerzas rebeladas... Tenía que ir pese a que me costaría dejar Ibarra, el momento era muy poco crucial para salir de viaje. Me encontraba estudiando para obtener el máximo nombramiento en neurología y dejar la medicina general; a mi edad de veintiocho años, todos decían que aún era un muchacho, pero yo tenía en mente dejar Ecuador para irme a realizar investigaciones a Alberta, Canadá; pues ya tenía muchas consideraciones y respaldo de muchos maestros míos miembros del institut neurologique de la recherche comparative. Y ahora que parece que el país está en una terrible situación, ni siquiera teniendo los fondos para partir podré salir, temo que la embajada no tenga la amabilidad de ayudarme con el pasaporte, pese a las recomendaciones. Recuerdo que yo estaba muy enamorado de una compañera mía de la universidad, y tuve la fortuna de que ella también lo estaba de mí. Estaba desde hace algunos meses conviviendo con ella en un departamento en Ibarra, aunque más parecía una hacienda, me decía ella por su aspecto bizantino y el corte rococó de sus ambientes. Cecilia hubo de pensar algún día bastantes veces en irnos a Alberta una vez terminados sus estudios en medicina general; ella se había atrasado un poco porque tuvo que trabajar duro en el hospital de Quito antes de poder continuar en la universidad. Esta situación fue la que me encontró en vísperas de atender el llamado oficial del ministro Rojas. Mi labor en la guerra es muy larga de contar, por eso estoy haciendo un esfuerzo de poner el inicio. El ambiente es bastante más crudo que el de una morgue, ahí veía muertos algo vivos y suplicando que me quedé a socorrerlos; las vicisitudes que pasé en la guerra son muy difíciles de recordar (ahora mismo me cuesta sostener el bolígrafo para seguir continuando).

A Cecilia no le gustó la idea de que yo vaya a los campos. El presidente no había vuelto al país, decidió quedarse en Granada, pues estaba amenazado por las fuerzas nacionales; es cierto que la opinión popular tenía varias denuncias y resquemores del gobierno hacia esos últimos años. Cecilia había estado guardando muy celosamente ese viaje para nosotros. Yo la quería bastante, no podía dejarla sola. Me decía que era un abuso, que ninguna distinción me habían hecho al solicitar mis servicios al pueblito de Cuenca y que ya había recibido noticias de bastantes compañeros doctores que tuvieron la misma citación ("solo le han cambiado el destinatario, el vocativo, amor"). Sin embargo, yo tenía fe en que las aguas se posaran, por así decirlo. Estoy un poco preocupado, por empezar esta memoria; siento que necesito terminar de dejar escrito algo antes de mi salida de los campos níveos de Loja, antes de dejar de apreciar la fotografía que tanto le gustaba a Ceci, esa que compramos en nuestro viaje a Lima, en el museo de Bellas de Artes, según ahora lo recuerdo. Es por algo muy poco importante para este viejo como yo, que ahora escribe lejos de aquel país y lo hace en español, aunque lo hable poco por el francés advenedizo de Borgoña; al final estoy casado con María Reina Gonzaga Dupont y nunca fui a Canadá; porque desde ese tiempo sé que mi vida, más allá de los reconocimientos en Guayaquil y, después, en Quito, fue un verdadero chasco.

Un jueves estuve haciendo unas investigaciones y Cecilia tuvo la inesperada idea de salir a una fiesta de los hermanos Aguirre en su hacienda. Yo quería quedarme en la habitación, pero ella insistió. Entradas las veinte horas de ese día estuvimos en un ford clásico yendo a la fiesta. Las cosas, más bien dicho la moda de los jóvenes había cambiado con la influencia norteamericana; de repente todos los hombres estabamos en smoking y las mujeres lucían peinados grandes y desordenados en ondas redondas, alejados de sus rímeles rojizos, todos los labios; y parloteaban varios ever, ever y and like your eyes; al ritmo de la música seguida por el bajo. No sé en qué momento todo esos gustos tuvieron esta elección, pese a que nuestra ciudad no era tan grande, de Quito lo hubiese podido creer. Cecilia comentaba de Coco Chanel, de Ginger Fosters –ella no solo sabía de encefalogramas y esas cosas– a nuestro amigo Roberto, cuando yo decidí salir al patio intermedio entre la recepción y el enorme umbral de la hacienda Ugarte. Prendí un cigarillo, y estuve viendo los cultivos de caña y cerezo. Empecé a verme las manos, estaban ya algo gastadas, nunca me había percatado de sus sinosas rayas tan claramente como esa noche. Otro día recuerdo, más o menos (hasta aquí vengo a encontrarme), que ni con un microscopio las había visto tan transparentes. De repente veías una ramita y una ramita más arriba, pese a que sé de los nudillos y de la circunvalación de Eponte. El marboro se iba con el paso del aire, cuando la señora Anaís Ugarte vino desesperada con una cara que no voy a olvidar nunca.

–Hijo, hijo, tu novia, Álvaro, ¡se ha desmayado! Hijo.
–Carajo ¿qué pasó? –en realidad al marboro se lo llevó la gravedad porque lo dejé de apretar.
–Mi hijo está que la revisa, están que se la llevan a tu auto –estaba bastante ofuscada, recuerdo– ¿en dónde estabas?

Cecilia no podía mucho con el alcohol, desde siempre le dijé que sería mejor que lo dejará. Conduje rápido hacia la avenida Del Valle, tenía miedo, no sé como sujeté el timón, las manos me temblaban. Es muy curioso: cómo no me temblaron en una operación quirúrgica, en otro transplante de riñón. Ulises Ugarte estaba ayudándome con ella, aliviándole en los asientos posteriores, hubiera querido estar junto a ella en vez de él, pero llegue tarde. No hubiera sido necesario llevarsela a un hospital si hubiera recuperado el conocimiento al rato, qué raro, no despertaba. Tan pronto llegamos, solicitamos una camilla; era lo que nos temíamos: una intoxicación elevada de ácido etílico (les dan a las personas que sufren del hígado o tienen algún problema linfático en la corriente intravenosa). Tan pronto como me estaba castigando en mis pensamientos, estaba en el quirófano; pues teníamos que extraerle el alcohol antes que llegué al hígado (parece ser que el corazón tuvo una parálisis breve porque hubo una carga de carbamida en las arterias (eso debería estar en el hígado) y eso era indicio de que el estado del paciente se podía agravar). Yo la intervine. La presión de a pocos se me fue yendo, no sabía qué hacer, estaba haciendo las incisiones indicadas, pensé que no teníamos la tecnología necesaria para intervernirla; era un mal muy raro. Estuve haciendo el último corte para dejar paso a la vena porta y ahí estuvo mi error: rocé la vena sin pasarla bien por su abdomen; el resultado fue una hemorragia interior: no pude deternerla. Así los paramédicos me auxiliaron, el doctor Ugarte estuvo agilizando las mediciones; mis manos me temblaron, me temblaron y no pude continuar. Salí, al breve momento, a la sala de espera con el rostro cansado y con el cabello arruinado por mis manos, pasaban y pasaban; no podía creerlo: había fracasado en una operación, en la que no debí fallar nunca. Vi mis manos, estaban ensangrentadas; las enfermeras me llevaron a una habitación desocupada. No tardaron muchos minutos hasta que vino Ugarte, con esa cara me lo decía todo, con esa cara me gritaba que he sido un pobre imbécil, alguien que no pudo controlar sus manos y alguien que debío pedirle que interviniera a su novia, a su prometida (íbamos a casarnos en Diciembre). Él tenía los ojos llorosos y me abrazo soltando un quejido denso y partido, yo lo secundé.

–Hombre, ¡hiciste lo que pudiste!

Ese momento, ¡maldición!, hubiera querido irme junto con ella, morir de cualquier otra cosa y no escribir esta memoria de una guerra que viví mal y que no se comparó con todo el número de muertos que significó la muerte de Cecilia. Tan pronto como regresé a Ibarra tuve que encarar un juicio de sus familiares por negligencia médica; hubiera querido pudrirme en la cárcel, pero mi carrera y mi fama reconocida en Quito me defendieron dándome el consuelo del ostracismo y el relegamiento a los confines de Francia para seguir con mi carrera; el gobierno de María me debía mucho. Gracias al apoyo de mis amigos y mis familiares me repusé y fui hacia París el cuatro de junio de 1936. De la guerra ya no sé ahora si escribir, no sé si continuar.

La verdad es que no voy a continuar con la voz. Esta historia logró conmoverme en el momento que lo leí; y ahora que la he reproducido con algo de detenimiento –son las quince horas exactas del día sábado dos de junio– me doy cuenta que bien había podido ser él; que bien he estado en mi humilde condición como él en un terrible chasco del que ahora hay que seguir... El gobierno de Ecuador, del presidente Rodrigo Borja me ha hecho un llamado en una carta fechada el quince de diciembre de 1989... emprenderé a contar mi historia... Esa era la parte inicial de la memoria, de la que después continúe; pero ahora no hay que dejarlo de una vez. No me he tomado el trabajo de verificar en algún diario por este personaje y tampoco me tomaré el trabajo de seguir con este cuento porque creo que ya se acabo. Al inicio quise contar algo de Babel, espero poder hacerlo en la siguiente vez. Debo seguir, quizá, buscando significados, pero no dentro del diccionario sino dentro de afuera de cualquier cuento, de mi mismo cuento, de ese cuento que sigo escribiendo y nadie lee mucho porque hace falta decir que se acabo.

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