Biblioteca
Ojos negros, como quien seguía, ojos marrones. Iba rumbo hacia atrás, se adelantaba y veía su casaca verde pálido palidecer con la cercanía. Yo caía sin dejar de subir por su pantalón, su feroz jean negro. Pasos de zapatos negros y huellas de qué color. Ese cabello sinuoso entre bastantes nodos y solo dos ojos, detrás de dos lentes y una naricita como el piquito de una golondrinita, apenas vuela sin alitas. Caminaba hacia donde yo no caminaba, la veía como más de cerca y entre la verja supe que era ella. Pero todavía estaba lejos; yo aguardaba con paciencia cargada en la mochila de azulejo; ella me miraba, quién sabe si escribiría algo como esto, decir de una biblioteca; escribir al caminar para ahora –sí que está cerca ahora– decirle que está hermosa –mentí de mentira–, arrebujarla, dar un paso, darle lo que sabemos y escribirle algo de esto.
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