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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Códigos dejados, páginas leídas.


Ir hacia allá complicaba más las cosas. Pero Ariel sabía que hacia tiempo había dejado un punto al cual ir. Solo tenía que abandonar algunos de sus recuerdos, suspirar rápido y no dejar los ojos muy cerrados. Recorriendo la avenida tercera, con ese corbatín verde atravesado por asolapadas franjas plateadas, así parecía cuando se le miraba de cerca. Cuando termina de avanzar por la cuadra cuarenta de la tercera, se percata que algunos puntos se confunden entre muchas huellas. Expulsa una bocanada, una leve barba de vapor se agita entre sus dientes; sencillamente, hace un momento, una garúa había hecho su entrada en las calles y ahora engordaba, al punto que una feroz lluvia cubría algunos centímetros de su calzado. Teniendo la camisa bastante ajetreada por la humedad, busca algo o alguien; se le ve un poco deseperado, ahora tiene las cejas oblicuas y los ojos accidentados por el quebrado movimiento de las pestañas. Eran cerca de las cuatro de la tarde, pero parecía mucho más tarde. Le había prometido a mamá Veredicta llegar temprano y ahora estaba faltalmente retrasado. Después de haber andado pensando en lo poco y mucho que tiene pendiente, toma un taxi y, al taxista, le dice que no se demore y, le dice, "dirijase, por favor, a la cuadra diez de la avenida Adral", "es las que cruza con Escobedo, a la altura del Hospital Obrero". El taxista sisea apenas y deja que Ariel abra la puerta del copiloto. A los dos segundos, el auto emprende marcha.
La lluvia acompasa el sonido de su caída con el toque melifluo de la cucharita a una tasita floreada de azulino. Sobre la repisa un grupo de dedos, a bordo de un vehículo rugoso, arrastran unos paquetitos de canela y clavo de olor. El timbre suena y el perro Ichito (como le decía mamá a su perrito cada vez que tejía junto al aparador) con las patas al ras de la puerta de caoba. Mamá abre la puerta. Era Ariel, eran cerca de las cinco. Mamá Veredicta, como de costumbre, con una mirada más adusta que otras veces, reprocho a su hijo por haberse demorado de ese modo. Y la tenía preocupada, le decía a Ariel. No te preocupes estuve algo perdido, buscando la nueva dirección del departamento de Alejo, yendo a tomar un poco de aire; pues, sabes, la oficina cansa a cualquier oficinista y hacer de cuenta que ya me han despedido, mamá Vere. Tú desde hace semanas estás así con eso de que te quieres ir de COA (Compañía y Asegurados), ya te iban a subir de sueldo ¿no me dijiste? Así es me iban a subir de sueldo pero con lo ahorrado es lo suficiente para irme, lo tengo planeado hace años, mamá Vere. Habían estado conversando en el comedor, después de saludar a Ichito, con la lengua cansada estaba el pobre. La tazita azulina se había dejado abandonar por el última guiñada del sol. Tienes que seguir pa lante hijo, no te das cuenta que todos estos años has estudiado ¿para qué? Para estar ahora diciéndome que ya no puedes seguir, ahora apenas llevas saco, en vez de leer loos periódicos estás comprando libros y más libros, Ariel estoy preocupada por ti. Mamá, ya hemos conversado de esto varias veces de esto; no te preocupes, lo he decidido con bastante calma (toma una tazita marrón y con la izquierda toma una cucharita y la entierra en el azucarero). Hijo, ojalá sepas lo que estes haciendo, Nicolás tu viejito hubiese querido verte así con ese corbatín que te regalo en tu primera comunión, pero, ya es tarde, al final sí te irás a San Antonio. Es uno de mis sueños, mamá Vere; el único, uno de los pocos que me quita las ganas de dormir. Ya te he contado, mamá, que hace mucho que no sueño. Ariel, y te irás con Pilar. Sí, mamá,; bien sabes que solo me falta llevarmela para hacer de cuenta que ya nos hemos casado (lo dice hacia la ventana y con los ojos algo brillantes y, casi sin querer, desprende sus labios de sus dientes: una sonrisa). Mi Pilar, eso sí me alegra, hijo; hubiese querido que los dos se queden conmigo; tantos años con ella, hijo; ya hace rato está contigo (mamá Veredicta, estrecha sus manos con igual dulzura que estrecha sus párpados (ya no le grita a su hijo, ya le paso, ya no tiene esa cara adusta)). Paso cerca unas dos horas en el comedor, de mientras que Icho quería cosechar carne en los últimos huesitos de su presa del día viernes. Abrazados, la tertulia termina; dile a Pilar que venga pronto hijo, no se olviden de visitarme aunque sea un día al mes, te quiero mucho, hijo. Ya mamá Vere, no te preocupes. Nosotros no podemos quererte menos, ciao (un beso en la frente moteada de mamá Veredicta y una breve separación de brazos).
El Honda Civic del 97 se dirige rápido hacia un moderno edificio por el malecón Celtas. Varios arbustos miran pasar a los visitantes y los residentes por las curvadas veredas del parque Abril. "En el país se ha visto muchas calamidades: hace poco se había destituido al décimo primero consejo de ministros –solo en un año el gobierno estaba por tener doce consejos distintos–; la opinión pública mostraba su descontento con las típicas huelgas y asuetos injustificados de los diversos gremios de trabajadores del país. Por estos tiempos, todo había sucumbido a los intereses particulares de los diputados y las más altas gestiones estatales. Al sector privado nacional no le iba tan mal como al estatal; pues había conseguido reducir los impuestos por parte del gobierno mediante acuerdos y pagos por lo bajo, más de la mitad de los congresistas habían sido empresarios o asociados de las empresas líderes del mercado privado. Una empresa, en especial, destinada a ser una facsímil de la Banca Nacional de Seguros, estaba a cargo de los seguros de casi toda la ciudadanía. Esta empresa era la COA" –todo esto se podía leer en el diario Decisión del viernes. El bólido rojo se detiene al pie del lujoso complejo de departamentos. Había estado leyendo una que otra hoja fechada, hasta que cerro su sobrecito crema –bastantes hojitas blancas, rayadas, cremas iban de espaldas en ese sobre. Se percato que el Civic ya había llegado tal como Ariel le dijo y ella: hay, amor, te demoraste cuarto de hora, qué bien, ya llegaste –pensaba. La llave gira hacia la derecha y abre la puerta; Pili, has estado esperando bastante. No, amor, apenas terminaba de empacar y revisaba algunos de tus escritos; ya guardaste los míos ¿no? Ari. Ah, pues, sí ya sabes que las tengo en nuestro velador, en esa carpeta (señala un viejo velador marrón con un cajón de cerrojo y mango cuasi cromados). Sí, amor, hace tiempo que no nos escribimos, pero desde que estamos auí lo guardaste ahí, tú también, tonto, olvidaste de darme las llaves del velador. Pili, amor, me olvide de dartelas, disculpa, pues. No hace falta, pierde cuidado, ya estoy acostumbrada a tu memoria de viejito setentero (le acaricia apenas con la punta de los dedos, mirándolo y mostrándole su sonrisita de niña, sus labios de sabana). Ya, mira qué estás diciendo (con ganas de hacer mofa, la coge de un brazo y con la otra mano juega con su suetér verde oscuro, así se ve de cerca), Pili; no te precuocupes, yo me he acostumbrado a tus subibaja de jubilada. Oye, oye, qué cosa me has dicho, acaso no eres tú el setentero renegón que no acaba ni leer a Kafka porque no le gusta el inicio de el Proceso y agarra Víctor Hugo escondiéndolo en el baño porque eres viejito miserable de los Miserables, ¿ah? Escuchaste ¿no? –lo mira desenfadada, con los ojos punteantes sobre la sonrisa de Ariel. Parlotean un rato más y se acuestan el piso alfombrado, después de estarse fastidiándo con sus manos. Una vez envueltos, Ariel le dice que pese a los años todavía son niños, pese a los niños se ven de bastantes años. Pero, tú, Pili, te encuentras como hubiera querido cuando niño.
¿Ya hiciste todas las maletas? Los pasajes, los cuadros, está todo ¿no? Si, Ari, hasta cuándo vas dejar de estar preocupado. Relajate, amor. Espera antes de abordar el camión de mudanza, te lo voy a preguntar por última vez ¿estás seguro de dejar del buffete Quesada y dejar el Derecho? Pili, ya te había dicho que esa profesión la cogí de pura necesidad, tú mejor que nadie sabes cuán incómodos han sido estos tres años ejerciendo esa profesión. Ha estado bien que con todos nos hayamos despedido en la fiesta de Fer. Tú también ya estabas cansada de la publicidad y los comerciales, vamos allá encontraremos un poco más de espacio para nosotros. Está bien, amor, no digas que no lo intente. Iremos a San Antonio por fin entonces, tras tantos meses de espera; a propósito, oye, Ari, no había visto esa corbatita verde, qué graciosa, cuándo te la compraste. No me la compre, mi viejo me la regalo; hoy la cogí porque no encontre otra, estaba apurado y quería solo ir a la oficina por mi cheque de liquidación. Fue hace años. Está bonita, Ari, mira tienen unas rayitas. Es tarde, amor, tenemos que marcharnos... Tras la ventana, Ariel mira como las calles se desplazan y los postes se hacen uno con todas las casas (todo se torna de negro) y, en la cara del cielo, un rayito dorado se devuelve para no volver jamás. ¿Volver?

  1. Anonymous Anónimo | 6:07 p. m. |  

    Para qué decir que este relato ha sido uno de los más cortos pero con el mismo cuidado que los demás.... El título, creo que podremos discutirlos después, espero que no te incomode.

    Los diálogos trancurren sin pompa alguna, cuidando las voces de manera que se entienda la situación en la que los personajes se encuentran. El desempleo, la pareja, el amor de familia; la excelente nota de la noticia que pone al descubierto que no sólo el personaje se encuentra en aprietos, sino la sociedad también.

    Me gustó mucho las imágenes de la calle, el apresuramiento de Ariel, las palabras de Pili y sus juegos de niños viejos, si es que les puedo llamar asi...

    Como siempre, disfruté quemarme los ojos en tu fondo negro... vale la pena, por cierto.

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