Concierto en la lluvia
Siento otra vez esto. Una tormenta que lleva todo lo que pienso. Veo lluvia precipitarse hacia mi rostro. El suelo resquebrajarse en intermetencias propias de los cantos, de los llantos más sublimes que hasta ahora he escuchado. Me baño entre las gotas, busco tomarlas con los labios cada una; saborearlas con la frescura entera de la melodía. No hay más recuerdos que los de esta escritura ahora, no hay más conocimiento que la exudación del cielo. Solo me limito a subir mi rostro, columpiarme entre mis sentimientos y correr entre estos llantos. La viola herida grita su pena con el quejido del vilonchelo; en uno de los rincones, el piano sacude sus dientes de tanto llorar, mientras las cuerdas del violín constriñen mi interior. Es, entonces, cuando la lluvia se hace más intensa, empiezan los temblores. Mi mandíbula comienza a oscilar porque no puede retener tanta lluvia, porque los ríos en mi rostro tienen un caudal hechicero. Y, por magia del hechizo, intento imitar ese llanto perdido danzante entre mis oídos y asesino en mis entrañas.
Estoy tan herido de nuevo; como aquella vez que lo sentí por vez primera: en esas imagenes acartonadas en pliegues humanos, en esa realidad que es ficción de otra ficción, que es ilusión de una realidad. Simplemente, es el soplo de algo que no se detiene hasta que se detiene porque debe. La vida humana es ese soplido. Un suplicio que a la luz es alegría, un sentir que tiene una reacción y la reacción no se pierde; pues, se guarda en un cofre con un montón de cintas llamadas recuerdos. De pronto, al abrir el cofre, las cintas son precisas, como tomadas por la finura de un cineasta enamorado de sus cintas, cada momento especial, cada historia, cada experiencia: un viaje, un individuo, una compañera, un momento vergonzoso. Son detalles que a veces olvido por el interés de respirar del aire y no respirar la fragancia del cofre.
La piel irrigada, está. El tránsito constante de la lluvia me ha hecho comprender una nueva belleza. Exultado, estoy. Es inefable, esto. Solo con algunas palabras puedo dibujar un cuadro distorsionado comparado al de mis oídos. Las gotas empiezan a cesar por el sol que se asoma para recoger con su calor las gotas de la lluvia, los instrumentos fallecen con los primeros rayos del sol. El día se ilumina, las nubes se esparcen para diafragmar el oleo y me echan del cuadro para echarme al andar, para dibujarme otro día entre la lluvia del cielo eterno del concierto.
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