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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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El juego



–Diego, ya... te agarro –con la voz perdiéndose en la corrida rápida.
–No me alcanzas, Belén, eres una tortugaaa – se lo gritaba con la sonrisa en carrera. Diego corría temeroso: una niña le estaba pisando la sombra.

–Ya... Te tengo, Diego –Belén alcanza a Diego con el dedo pulgar anclado al hombro derecho de Diego en un gesto resbaloso.

Corrían alrededor de la manzana, buscaban separarse lo más que se podía el uno del otro. Una niña delgada de piernas párvulas, ojos suavemente elípticos apuntados hacia el piso, acababa de coger el declinante brazo de Diego. En un frenado forzoso los dos niños detuvieron su paso.

–No vale, Belén, hiciste trampa. Me distrajiste cuando estabamos por los jardines.

–Lo que pasa es que estás picón. Siempre te llevo ventaja cuando pasamos por la casa del tío Braulio –con la voz pegajosa a los dientes que dibujaban su sonrisa burlona. Belén había ganado, por eso estaba con esos, ahora, ojos saltones.

–¡Bah! Cómo una niña me va ganar. Además tú, tramposa. Acaso crees que no te vi cuando llamaste a Rambo.

–¡Jajajaja! Entonces perdiste porque eres un miedoso. Diego es un miedoso, un miedoso. Le tiene miedo a los perros, a los perros –Belén ya estaba gritando y encerraba en un círculo a Diego.

–¡Ah! Ya te has fregado flaca desnutrida. ¡Ven acá! –Enfadado aceleraba su paso de mientras que Belén ya estaba otra vez corriendo hacia la derecha de la mirada de Diego.
–Es un miedoso, es un miedoso. Seguro se hace la pichi ¡Jajajaja! –Se dirigía hacia la calle Indigo, son sus zapatitos de charol caramelo. Gritaba hartas cosas de Diego. Ella era más veloz. Saltaba, se escondía, penetraba entre los arbustos, confundía a los vecinos que se dirigían como piedras en el recorrido río abajo de Belén.

–Ya te has fregado, chinchosa. Ya no corrres másss –los sonidos se perdían entre la desesperación de Diego, sí me acuerdo. Ella ya con la fatiga disminuía la aceleración y otorgaba metros de regalo.

–Ya, ya, ya, espérate, Diego –con un suspiro entrecortado en cada resuello–. Hemos corrido mucho. Ya pues, ya me chapaste. ¿Qué vas hacer? Ya ganaste el juego.

–Cómo que soy un miedoso. Tú eres la traviesa –la sujeta del brazo, ya gritándole por la fatiga–. Ya no me gusta jugar contigo.

–Encima eres un aniñado. ¡Jajajaja! –Se saco el brazo de Diego de un golpe y se echo a correr de nuevo.

Esa tarde ámbar estuvieron casi por todo el barrio. Jugando. Encontrándose, perdiéndose, jalándose de los cabellos y abarrotando de carcajadas a todo el barrio. Eran días largos para ellos. Casi todos las semanas desde los martes se veían para jugar por el barrio. En el barrio ya casi no habían niños. Todos eran mayores. Algunos habían dejado el barrio. Por eso, cuando estaban unos tras el otro se escondían entre las casas baldías. Pasaban bastantes horas juntos. Jugando a las adivinanzas, jugando con las muñecas (Diego las torcía para que les sirva de rehenes a sus cachacos), dando revuelcos alrededor de los árboles, se tiraban al llano del pasto para solo ver las nubes de mientras que sus sudores humedecían el césped. Cómo pudiste hacer eso, corrías como loco, jajaja, me decía. Deja de fregarme, tú eres la loca. Entonces dejaban de ver las nubes para verse, se sacaban la lengua o se enseñaban el repliegue del ojo. Ya cuando a uno de ellos le molestaba mucho el otro, optaba por un peñiscón; y, si no dejaba de reírse el otro, reía más. Los dos se daban una lluvia de cosquillas. Después de algunas semanas aguantándose el uno al otro, dejaron casi todos los juegos que habían jugado para jugar solo uno. Lo inventaron despues de estar aburridos una mañana, ambos habían perdido muchas veces, de tanta piconería*.

Era el único rato que estuvieron algo tranquilos sin llamarse tonto o mostra; conversaron algo de escondidas y chapadas. Cuando Diego estaba ya por dar la idea...

–Mira tontito, es sencillo, estaré dando vueltas por el parque. Pero no me verás porque estaré disfrazada de cualquier cosa. Recuerda estoy guardando las cosas por todos lados ¡ah!

–Mostrita crees que soy lorna como tú ¡ja! Olvidas algo, yo también estaré disfrazado. Ni me reconocerás, estare tan flacucho y mostrito como tú –Le señalaba con un dedo y la arrancaba su falda con la otra mano–; mira creo que ya estamos jugando porque tú estas disfrazada de campana de Belén –una mueca, me estaba suicidando de risa.

–Ah sí no, miedoso. Mañana cuando juguemos vendre con el perro del cuidador. A ver si encuentras las cosas y me encuentras a mí, tontito.

–Ya está bien, Belén, no te amargues. Después en las cosquillas me ruegas, mostrita –Belén estaba algo ceñuda mirando hacia el piso. Diego trataba de recuperar su mirada, solo por reflejo.

–Diego, ya no fastidies . Nos vemos mañana. No te vayas a orinar ¡ah! –ya como costumbre se echo presurosa a su andar antes de que Diego siquiera piense en alcanzarla.

–Mostra, te odio. ¡Largate! –ya solo se limito a seguir sentado en la vereda.

Un juego. Sí. El juego consistía en que Belén juntará doce objetos, algo así como tesoros. Los objetos eran jugetes, adornos de la mamá de Belén, prendas de vestir, herramientas, artefactos. Diego no quiso esconder nada porque decía que mejor encontraba que escondía cosas. Y a Belén le gustaba esconderse. Además, ninguno de ellos se llamaba por sus nombres, ni por sus mostras o tontos. No se conocían en el juego, ni se hablaban como siempre en el juego. Cada jugador se desconocía así mismo. El juego duraba casi toda la tarde hasta que ya anochecía, momento en el cual ya no podían verse bien. Cada uno, cuando ya no veía, esperaba al otro en el jirón que daba a sus cuadras, después de haberse quitado los disfraces . Solo cerca de media hora conversaban del juego. Belén le contaba a Diego por dónde estaba escondida y Diego le mostraba las cosas que había encontrado. Se quejaba de los escondites de las cosas. Uno, dos, tres, cuatro... ocho cosas pero todavía no podía encontrar las doce cosas. Cada día nuevo, en el juego se cambiaban de lugar a las cosas. Después de una, dos, tres, cuatro semanas empezaron a ponerse de acuerdo para cambiar de parque. Diego, algo amargo, le decía que era trampa. Justo cuando él ya sabía casi todos los escondites a ella se le ocurre cambiar de parque. Y ella: "Pero si tu mismo te quejabas del parque; ya me aburría estar en el mismo parque, tontito". Así cambiaron de parques. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis parques estuvieron por sede del juego. "Y como se va llamar el juego, tontito" y él: "llamalo juego de la mostra Belén". " Pero, Dieguito, era la primera vez que lo llamaba Dieguito, y tú ". "No sé, ahora estoy contigo, mostra". "Tarado, en el nombre donde vas estar, ¡ah! Espera, pongamosle Juego, nada más; porque solo jugamos tú y yo; mostra y tonto no suenan bien". "Así como yo jamás me voy a llevar bien contigo, flacucha creída". Los dos fastidiándose, terminaban como siempre en cosquillas o jalándose de los cabellos hasta que uno empezaba a llorar y el otro empezara a correr tras el otro.

–Te voy encontrar, ya voy diez cosas, mostrasa –Diego estaba disfrazado con un pasamontaña de fugitivo según él, seguía pensando– Dónde escondiste el zapato negro y el rulero de tu mamá, tramposa. Siempre has sido una maldita jodida.

–Miralo a este Baboso está por las bancas del centro –pensaba en silencio, Belén escondida detrás de un árbol coloso– Lo que no sabe es que lo que le falta está por los geranios. Cuando aprendera, toca su guitarra pero no toca la de mi papá ¡ja! Mostro para Bestia.

–Oe tú, deja eso, ahí está ¿no? –Con sus ahora metro setenta, Diego lanzaba en una mirada su mirada– Ya la encontre me faltan dos cosas y después te atrapo.

–Haber si puedes. ¿Quién eres ah? –Belén le preguntaba con una ironía que hasta se veía en sus ojos, otros días le hizo la misma pregunta– ven si quieres saberlo.

–Será para que me quites las cosas.

–También para conocerte –Diego se acercó a Belén que estaba sentada con las piernas cruzadas junto al árbol; él se agacho para presentarse.

–Soy tu pesadilla, maldita. ¿Dónde están mis cosas? –Belén no le respondió; solo lo miro con su ya entonces mirada coqueta. Sus dos ojos marrones estrechaban la distancia entre ellos, Belén se acercaba, ya estaba de pie cuando Diego también se agacho más. Los dos estaban muy juntos, cada uno se había agarrado del rostro como acariciándolo; con las bocas a pocos centímetros, Belén le suzurraba– Mi pesadilla, oye pareces un sueño dentro de mis pesadillas; pero no te voy dar tus cosas– Al decir esto aparto rápidamente su rostro y se hundió entre los arboles; Diego se quedo entumecido por el atrevimiento de ella y, aunque él no lo decía, también por su belleza. Metros más allá... Ella seguía pensando: "sigue siendo un tontito".

Había, pues, pasado bastante tiempo. Ya no jugaban en el mismo parque, pero seguían jugando en otros. Con menos frecuencia, pero seguían jugando. Nadie sabía por qué. Igual se veían cuando se encontraban por sus casas y quedaban para jugar al día siguiente. Igual se contaban todo lo que les sucedía. Las cosas habían ido cambiando con el tiempo al igual que los disfraces y los parques. Seguían jugando tarde tras tarde hasta el anochecer, así sus amigos los vieran como un par de locos. Ya nada les importaba en el momento del juego más que el juego. Los disfraces habían ido aumentando, pero a veces el número no aumentaba y solo se limitaban a con unos cuantos tijerazos cambiar los disfraces para que sean otros disfraces. Una tarde después de terminadas clases, en sus secundarias, se cambiaron los uniformes. Y como siempre Diego espero a que Belén le dé la señal para entrar en el parque para empezar de nuevo el juego.

–Ahí está la sombra del célular. Así que aquí lo escondió la muy torpe. Voy por él –se decía Diego después de encontrar tres cosas.

–Maldito, ya encontro el célular –Belén estaba por uno de los límites del parque, en la pared de una casa– Cómo así tan rápido no ha pasado ni media hora –pensaba. Pucha, que espeso el tontito este. En qué estaría pensado si no escondí bien las cosas.

–Está atolondrada, ya había encontrado cinco cosas; me puso tranca el monopolio. ¡Ah! esta cosa hace tiempo que no la encontraba. Sigue siendo una mostrita que se esconde para que nadie la vea.

–Oye, dirigiéndose a Diego, flaco, lo que estás buscando como loco no esta por aca. Esta por allá –señalaba a los jardines de tulipanes al fondo a la izquierda, ellos estaban casi en el centro del parque– apurate que se hace tarde.

–¿Seguro? Será que siempre por estos parques encuentro a una mostra que me sigue mintiendo con el mismo cuento hace años. ¿O no?

–¡Ah! Entonces piérdase –con la mirada traviesa encerrándolo en círculo y el viento abanicándole los cabellos, esta vez Belén iba disfrazada con un vestido púrpura de manga suelta hasta la muñeca; en las piernas, el vestido iba en picada hasta que cortaba las rodillas.; en el hombro, llevaba un broche de plata; en los oídos, unos pendientes plateados. Tenía el cabello libre sin tenerlo recogido como la mayoría de las veces en el juego.

–Maldita. Seguiré buscando –Diego penetraba, ahora, en los arbustos de los lirios; ahí encontró la muñeca, otra cosa, de Belén.

Pasarón varios minutos. Peine, cachaco (Belén se lo arrebato hace algunos años), "El baldor", una foto familiar de ella, una botella de cerveza (ella y él ya bebían). Ahí estaban las once cosas, sí once cosas. Diego por fin estaba a una cosa de ganar el juego por primera vez y de perseguir, por fin, a Belén. Ya estaba cansado que siempre durante los juegos se burle de él y andaba algo ansioso por el final del juego, pues nunca lo sabía: ¿Qué pasaría espués de encontrar a Belén? Entonces, emocionado Diego fue a guardar la última cosa encontrada junto a las otras en la pila que formaba en cualquier parte del parque y ahora comenzaba con la búsqueda de la última cosa. La tarde ya empezaba a sucumbir con su rostro abochornado inmerso en las nubes. El estío hacía que la tarde se haga púrpura y que ahoge las esperanzas de Diego.

–¿Dónde podrá estar? –se gritaba mentalmente– La maldita vinó para burlarse de mi traje –Belén había pasado minutos antes por su costado para señalarle lo dezastroso que era su disfraz de juglar– La otra vez, lo escondió junto a la pileta debajo de la válvula.

–Este, tarado, está cerca de la cosa. Yo me voy escondiéndo, me asusta que me pueda ganar –pensaba sigilosamente.

–¡La encontre, la encontre, la encontre! –Gritó como cuando encontro su primera cosa de niño. Estaba ahí al pie de uno de los monumentos de arte del parque, tenía aún los ojos inocentes de ese niño que escapaba de Belén, en esos tiempos cuando él se escondía.

–Este, este, ¡lo encontro! –penso– Ahora... sí –Belén salió de su escondite con dirección cualquiera.

–Ahí estás: por los columpios. –Esta vez, Diego corrío más rápido que Belén. No paso muchos segundos antes de que le pise la sombra empequeñecida por la ida del sol.

–¡No me vas ganaaaaar, estúpido! ¡No!

Diego logro atraparla cuando recorrían el jardín de los claveles. Con su pie estrecho a las piernas de Belén, ella cayo bajo el cuerpo de Diego.

–Ya te atrape –sonriente como cuando se burlaba en la búsqueda–; ahora sí dime quién eres.


–Soy una tontita ¿Qué vas hacer? –le decía ya muy cerca a él, con un suspiro de hálito por la pérdida. Diego la tenía túpida entre sus ojos. Otra vez estaba entumecido, no podía dejar de mirarla; parecía de verdad que la desconocía. La tarde ya no estaba, había sido borrada por la noche con un píncel indigo oscuro. La oscuridad ahora jugaba el juego, escondía todo lo que encontraba bajo su manto. Las hojas verdes se tornaban púrpuras. Así, Belén paso a vestirse de la oscuridad jugadora del juego. Pero el juego ya había terminado. Había un ganador que ya no era perdedor. Los faroles bocetiaban sombras en las bancas y en los arboles. La gente pasaba a juntarse a esa hora de la noche. Ya puedo dejar de esconderme bajo estas palabras porque el juego termina, ya puedo reconocerme.

–Yo soy el mostrito. Lo que voy hacer es atraparte ya que te he encontrado. No pienses escapar
–Lo decía yo con las palabras temblorosas por el nerviosismo–; te he buscado mujer en este juego por los parques junto a nuestras cosas. Belén, ya no eres mostrita, eres mi tontita que se escondía y escondía esto –me aproxime y me desplome contra sus labios. Quería ahogarla con la quemazón que tenía dentro. Ella me respondió con igual ternura.

–Airada por el beso me dijo, recuerdo, con su voz amanecida en el atardecer –Demoraste bastante en atraparme, mostrito. Siempre te he odiado cuando te he hablado, en silencio te he amado. Yo no soy tu mostra porque ya mo me escondo ahora me muestro.

Seguíamos en reposo mientras jugabamos con nuestras caricias. Yo la recorría con las que me permitía. Dejamos de esconder la mentira para mostrar la verdad. Nunca olvidaré ese juego, Belén; vuelvo a buscarte siempre para esconderme entre tus muchas tonterías, tontita. Aún seguimos jugando a escribir este juego.

–––––––––––––––––––––
*Piconería alude a la imposibilidad de verse como vencido; ídem, significa estar envidioso por no tener el tirunfo.

  1. Anonymous Anónimo | 3:46 p. m. |  

    Me gusta como haces evolucionar a los personajes a traves del tiempo junto con el juego... Diego no encuentra las doce cosas sino hasta el final, ese trayecto hasta el final se construye con el paso de los años que se disfraza en el lapso que dura cada hallazgo.
    Tierno, sin duda, especialmente la forma que ambos se confiesan sin escrúpulo alguno ese sentimiento guardado.
    El recurso de citar al pie el significado de ese "criollismo" es algo nuevo en tus textos, si no me equivoco.
    (Siempre con algunas fallas de tildación, pero van disminuyendo)
    Ahhh...y sobre los disfraces, supongo que sí sabes que cuento recoge algunas de estas referencias, verdad?

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