Más que una distancia
que juntas hacen dos
personas: tratan de ser una...
Madrid, 13 de Junio de 1999.
Con mucho cariño, querido Antonio.
Sé que no te he escrito durante mucho tiempo. No te preocupes, he estado recibiendo mi correspondencia; por favor, disculpame que recién responda. A estas alturas, debes estar en el estudio de tu padre en tu trabajo de tesis.
No sabes lo mucho que te recuerdo, desde ese día en el aeropuerto. Tomaste mis manos, y apenas me pude despedir de ti. No te lo he dicho, pero estuve llorando en el avión; las azafatas intentaron calmarme, fue inútil; solo la turbulencia me corto las lágrimas del susto. De aquello, estos tres meses.
No ha habido tiempo, también lo sé. En esas llamadas que hice, y de las que me regresaste, no han sido suficientes. Sí, lo sabemos, necesitamos tiempo. Tú lo necesitas para tus investigaciones, los estudios de idiomas, me dijiste que ya habías comenzado el italiano; yo para costearme los gastos del alojamiento, de mi estancia aquí. Sabes, en esas llamadas me olvide decirte que está empezando a hacer mucho frío. Eduardo, Eliza y Armando, los amigos de los que te comenté la última vez, resultaron ser los andaluces más agradables que hasta hoy he conocido. En ellos encuentro algo de abrigo. Si tú estarías aquí, no me haría más frío.
Amor mío, la semana próxima tengo que emprender un viaje a Barcelona, por Cataluña. Para el curso de arquitecura europea tengo que hacer una investigación sobre la obra del arquitecto catalán Gaudí; Eliza se ha ofrecido a acompañarme hasta allá, sucede que ella sabe catalán y está enseñando algo de su escritura; para acceder a las fuentes necesito saber algo, ella piensa que también podríamos encontrar registros en la univesitat de Barcelona. Ella qué mas quisiera, siempre está lista para salir, me gustaría que la conocieras.
Mi nito, por lo que te diría de la Complutense es más de lo que esperabamos. Siento que solo ayer estuve en la semana de conmemoración de Cervantes, aquel evento me dio la bienvenida, recuerdas. Han pasado cerca de dos ciclos, pero de Cervantes como de Jimenez o de Picasso, en fin; no falta tu admirado Moratín, tengo algunos de sus sonetos originales, lo adquirí para ti, quería que sea una sorpresa, pero tenemos que esperar.
El viernes a no más tardar estaremos en Barcelona. Ahora que escribo, Armando ha venido a visitar a Eliza; esta mujer estará esperando que ahueque el ala, así se dice por acá a que me vaya; recuerdo que a nosotros nos faltaba intimidad, hasta en ese departamentito, cuando de vez en cuando venía Melissa o Javier. Iré al Melounge café, aprovecharé un capuccino, quizá dos: ya sabes como soy adicta a la cafeína, para terminar el Disent les imbéciles, una novela que le debo horas y que es peculiar; imagino que te hablaré de eso en otra oportunidad; incluso así, ve leyendo a su autora: Nathalie Sarraute. Ten cuidado con tu tiempo, si no lo tienes ya regresaré con alguna edición, procuraré de que no sea en francés, mejor que sea en italiano, para tal tiempo ya te gustará.
Seguro, Eliza no me quedrá acompañar después de esto, hace poco entró a mi habitación y me dijo: "Oye, tía, vosotros nos estamos yendo a comprar, ¿no quereís algo?" Le dije que no hacía falta, la que salía era yo, no podía, se veían muy acaramelados en la sala. Así que ya termino, respóndeme pronto, en cuanto puedas. Todavía te amo, chao.
Tu Carmen.
–Tía, pero no hace falta; más bien queríamos irnos para el cine.
–No jodas, pues, Eli. Te veo buscándole la polla a Armando.
–¡Joder! Ostías, capaz y le has visto por culo a mi novio. –le toca los hombros, mirándola feliz– Vale, Carmen, vosotros te lo agradecemos; cuando quereís follarte a cualquier gilipollas, nos avisas –la abraza y le descarga un beso en la mejilla.
–Armando, tu noviecita –habia pasado a la sala y estaba dirigiéndose a la salida– jura que no sabe de coños.
–Qué graciosa, Carmen. Lo que pasa es que mi tía no sabe que decir cuando... ya sabes, ahora se le ocurrió irse a comprar.
–No jodas, pringao, que a ti solo se te ocurre hablar bulos, anda buscar curro, acaso ¿no podeís? –coge una almohada del sofá y se la lanza.
–Okey, chicos, ya me voy. Veo que ya van empezar,–abre el picaporte de la puerta– chao.
Cuando era chaval, siempre me detenía a ver las nubes. Se parecían a estas que se posan sobre este cielo. Hace tiempo que no me detenía a ver el cielo, con razón que no escribo nada. Será que he estado aburrido; sí es cierto. He esperado hace horas, creo. Y qué le ha pasado a esta tía que tanto demora, va decir que los peruanos así demoran; vale, que se deje de joder. Espero que le guste este lugar para estudiar, cerca al Manzanares. Pero qué es lo que piensas, cojonudo. No te engañeís, Carmen te tiene así, la quereís ver. No te olvidas lo del otro día, en el departamento; os hemos salido, no he querido salir con ella, todo ha sido de casualidad. De casualidad no ha sido ese aliento, esos juegos, esa sonrisa y ese gesto de dormida. Ese día en el departamento, te quedaste sin decir nada. Es cierto, ahora que ella no llega, al menos he tenido tiempo para pensar. Pensando como orate, capaz y llegue a ser cuerdo, hasta pareciera que fuera mi mismo amigo. No es fácil. Aunque no me habla tanto de Lima, de su novio, no como antes; estabamos en la misma universidad, pero yo no lo sabía; hasta que me la encontré con la tía Eliza, esta chavela que no me hablo antes de ella; fue en Barcelona, decían que iban a informarse sobre un arquitecto. Vaya curro, felizmente que ahora estamos de vacaciones; ojalá se pueda estudiar aquí. Creo que ahí viene la tía; quita de ahí, chaval, que no me dejas ver. Sí, es ella.
–Me teneís preocupado, Carmen, qué te ha pasado.
–Tuve un retraso, disculpa. Tuve que pagar una deuda, resulta que le pague a esa persona; pero ella también tuvo problemas; me quedé lo que pude escuchándola. Pobre, Adriana; está preocupada por sus viejos, uno de ellos está mal en Bogota.
–Lo lamento, que metida de pata. Pero, entondes...
Estuvieron platicando cerca de quince minutos, se detuvieron con un extenso silencio. Eduardo, sacó un libro algo tapizado por un color café. Era Àl'ombre des jeures filles en fleurs, contaba que de refilón lo había encontrado en el estante viejo de su tío; le decía que no sabía mucho francés pero con lo poco iba ayudándose del diccionario. Le había gustado Proust y ella no lo había leído mucho, salvo un ensayo suyo.
Entre cigarro y bocanadas de humo, terminaba la tarde madrileña. Eduardo tocaba el hombro izquierdo de Carmen, casi apoyándose. Para que no sienta mucho frío, estaba garuando. No te olvides el Tatto You de los Rolling, le decía entre risas; desde comienzos de ciclo se lo había prestado. La noche ya había estado fisgoneando el tránsito de los dos, por las calles de Atocha. Eduardo la sorprendía, hasta cuándo vas a decirme que no es así, me paso de grosero, vaya, tú empezaste y no podeís negarlo. Carmen, le tomo el cabello, le dijo que si seguían así no iban a llegar temprano. Al llegar al departamento, la noche hizo pucheros y cayerón gotas. Sonó un rasguño, era el cerillo contra su caja y prende otro cigarro. Se lo ofrece a Carmen, ella suelta una bocanada en su cara. Qué quereís hacer, asfixiarme, tía. Ella hace un gesto burlón al sesgar su rostro. La lluvia arreciaba mucho, tuvieron que ingresar al umbral del edificio de cinco pisos. Era una sala pequeña, había un sofá como para cuatro personas, al lado estaba la escalera; ocuparon los asientos del mueble. Repentinamente, no tenían de nada más que hablar, solo tenían nada más que mirar, que mirarse; empezaron a sonreír, no dejaban de hacerlo. De pronto, ella bajo la cabeza y le dijo que tenía que irse, se iba a resfríar con tanto chubasco afuera. Él, no que mejor era que se quede a esperar a la calma de la lluvia.
–Deja de mirame, Eduardo; ahora sí, hablo en serio. Si sigues así, me voy a subir a mi cuarto.
–Yo también voy empezar a hablaros en serio, no sé que es lo que os estará pasando; pero me gustas. Desde hace un tiempo me gustas –contemplándola sigilosamente después de devanear lo ojos, darse cuenta del suéter grana, del blue jean desvanecido que cubría esos muslos carnosos, esa curvatura que terminaba en una cerrazón, del cual él se había sentido hombre para ella.
–Eduardo, sabes cuál es mi situación. De qué quieres que te hable, de mi novio ¿verdad? Qué quieres que te diga, que no cojo hace años con él, que no le escribo –algo alterada, con la voz quebrante, parece que resiste (no quiere ser derrotada)–, vamos...
–Tal vez sea trágico, pero no puedes sentir pena nada más por él. Todo lo que no has hecho por él en estos últimos meses ha sido porque has querido. En la contestadora hubo cerca de veinte mensajes la semana pasada. Lo escuche, mientras te dormías, después que te cansarás de cojerme –recibió una cachetada de arrebato.
–Qué te crees, imbécil. ¡Siempre nos hemos acostado cuando estaba hebría! ¡Dime, dime! ¿Qué mierda quieres? Que te diga que me gustas, que te quiero –había perdido los estribos; desde que empezó la discusión estuvieron de pie en la puerta, la lluvia había cesado; ahora ella lo jaloneaba de la chompa, lo tenía contra su misma cara, le gritaba de cerca.
–Qué por qué puta me estado follando; yo de veras quise decirte eso pero... –fue interrumpido por Carmen.
–Pues, sí, menuda mierda. ¡Te amo, te amo y eso me tiene cojuda! –después de casi escupírselo, se aparta rápidamente, corre hacia las escaleras; él se queda estupefacto.
La puerta se constriñe y desploma contra el zocalo. Se dirige rápidamente hacia su cama, Eliza trata de consolarla. La noche se diseca y abre sus nubes.
Lima, 25 de febrero del 2000.
Mi adorada...
Qué puedo pensar. Te he hecho varias llamadas, no contestabas. Lo único que te digo es que ya me cansé de esperar; sí, no pude, parece que tú tampoco. En marzo, tal vez, no tarde en llegar a Madrid; espero que no te hayas cambiado de domicilio. Por mi parte ya terminé mi tesis la semana anterior, la próxima semana es mi exposición al jurado. No te voy a mentir, estoy algo nervioso y atareado con todas estas fechas. La mitad de enero no dormí bien; ni bien acabe con esta licenciatura, acudiré al empleo allá por España, es en Mayorca. Depende de mi licenciatura para poder sumarme a esa asesoría de esa empresa. Del trabajo te hablaré después.
El martes te llame y contesto tu amigo Eduardo. Es agradable el tipo, me da risa su dejo. Me dijo que no habías podido llamar por un viaje que hiciste a Pamplona, a visitar a la familia de Eliza. Está bien, dulzura, no te preocupes, ya me estarás poniendo al día. Para cuando estés leyendo esto, yo ya estaré viéndote con suerte. No he de mentirte y sí, he tenido tiempo para leer algo de Sarraute; supe que estuvo por Puebla en España, ahí ha dejado algo de sus escritos. Y el italiano, lo pienso terminar en la misma Roma, después de tanto esfuerzo es correcto disfrutar del algún gusto.
Es inútil, tengo que decir lo de siempre: No sabes cuánto te he extrañado. Desde semanas que no escucho tu voz. Sé que me has estado llamando después, descuida no pasará de nuevo. Tendré tiempo para ti, ahora. Por acá no soy el único: Enrique, Lucia y Greta también quieren verte, me dijeron que podrían darnos el alcance; sus escalas en París y Orleans van demorar un poco más; en todo caso ya lo estaremos conversando.
Ahora sí, tengo que dejar de escribirte. Hay que preparar el discurso, revisar algunas diapositivas y mi texto. Espero que haya sido de alivio esta carta; lo lamento, desde diciembre no te escribía. Pero no desesperes, todo habrá valido la pena. Hasta Madrid, entonces... Desidero a voi, Carmen.
El de donde vienes, tu nito.
...lo hacen y no se dan mucha cuenta
apenas den mucha cuenta, vuelven a ser dos.
Y otros llegan a ser ninguna o una.
Para comenzar, la presentación de las cartas es un buen elemento de narración. Permite entender la relación (o dar nociones de ello)que Carmen y Antonio mantenienen; si bien es aqujada por la distancia, se trata de aliviar temporalmente ese vacío por medio de las misivas. Esto deja un primer rastro importante sobre la relevancia que esta relación representa para Carmen y, al mismo tiempo, se deja por sospecha que hay una correspondencia igual por parte de su pareja.
Las fechas señaladas son importantes también. El paso del tiempo es un factor decisivo en la evolución de la "relación oficial" y cómo la distancia, aparte del nuevo personaje (Eduardo) y su influencia, pueden llevar a la duda y a la pérdida de la añorancia inicial por parte de Carmen. Sí pues, es muy bueno el manejo que haces con la elipsis: no sabemos exactamente bajo qué condiciones se conocieron, cuales fueron sus palabras de presentación, qué sintió Carmen al momento de ver a Eduardo, etc. Sólo sabemos que se conocieron y que su amistad evolucionó, confusamente entre otros sentimientos, hasta terminar en lo que la historia nos muestra. Sembrar la duda, a mi parecer, es muy idóneo para esta clase de relato.
Ya casi para terminar, no deja de gustarme la manera cómo delineas las personalidades de tus personajes. De forma ligera, sin violencia en el discurso, se perciben ciertos rasgos importantes en los personajes, lo cual permite al lector "adivinar" las reacciones o lo que puede o no pasar en el futuro. Es un mérito que hay que mencionar, puesto que se logra en un relato corto, en un cuento como este.
Finalmente, en esta parte del universo literario, es preciso mencionar también el detalle de los versos. Estos, como se ve, encierran el relato; primero, como una especie de prólogo; después, como un colofón. Aun si estos versos no dan detalle alguno de la historia, lo expresado cae como anillo en dedo en la temática tratada: los amantes, intentan ser una persona, al poco tiempo (después de mucho tiempo) se dan cuenta: algunos vuelven a ser dos; otros, terminan siendo ninguna. Precisamente lo que este relato nos da entender es eso: el amor, ese absurdo, después de contagiar a los amantes, se vuelve hacia ellos para dar cuenta de su existencia. Algunos lo soportan, otros no.
Así, estos versos (aparte de dar un efecto poético) le dan un nuevo enfoque a la reflexión sobre el tema.
Ahora, un último detalle sobre la realidad objetiva: podríamos decir que el tiempo, la soledad y, más que la distancia (no más que UNA distancia; las conclusión sería diferente si utilizara el título)son la pareja y las circunstancias las que parecen desencadenar esta decadencia. Aquí, mientras uno siembra confusión y socava su fidelidad (sin que esto sea negativo de por sí), el otro trata de mantener la entereza (o al menos eso es lo que se detecta). El problema aquí es la falta de correspodencia, que intenta ser negada por las dos partes. Esta negación se percibe de manera más violenta en la carta final de Eduardo. Deja una desazón y una cierta incertidumbre que inspira más el espíritu de "la adivinanza", sobre la suerte de Antonio, en el lector.
Espero que podamos discutir después sobre esto, si es que mis enfoques no están acordes con la intención o la presentación de la historia.
Como siempre, keep going...
Sería mezquino no agradecer ese seguimiento tan pulimentado que has hecho de mi narración. Progresivamente, conforme han avanzado los hechos, te has detenido a señalar los elementos y los medios que caprichosamente se han conferido entre sí para dar lugar a este cuento, sin desmerecer su nombre de relato. No me queda nada por indicar, salvo por algo que es un súbito desliz; cuando señalaste la última misiva, confundiste al remitente (me refiero al último párrafo de tu comentario): es, pues, el remitente Antonio y no Eduardo; a partir de ello, siguiendo tu razonamiento, el otro personaje sería Eduardo. Un detalle mínimo que es causado, presumo, por el poco tiempo del que disponemos a veces. Si hay otra inadvertencia, de mucho no sirve señalarla.
Continuaré, eso tenlo por seguro. Una reminiscencia por adicional. Ciao.
Jajaja... sí pues, se me fueron los nombres; quise decir ANTONIO... pero bueno, gracias por señalarlo.
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