Parentesís ¡estoy! Parentesís
Iba sentado en un cartapacio; al querer ir más rápido, este se abrió y expulso algunas palabras. Me puse de pie para recogerlas, deje a un lado aquella carcel negra de algunas palabras, era muy alto no podía alcanzarlas. Me detuve en mi prisa, tendí mi mente para cubrir mi cabeza y resolví: "Todavía recuerdo cuando habían sido expósitas, cuando escribía de fátulas, de hombres necios, de mentes retorcidas, de recuerdos y de algunos escritores", algunas veces me contaba a mí. La gravedad hacía distantes e, pronto, invisibles a las palabras. No encontraría sosias, ni copias. Habiendo comprendido esto, me senté en el suelo. Reclinado en una pared envuelto en un papel de pedazos. Se había desunido lo unido y volví a ser mimo.
Esa pared la hacía mi espalda, un angulo recto, gracias: pero es pantomima; imito una pared, pero no hay nada, ¿no lo ves? Una pared no se atraviesa, ¿y tú? Has atravesado la pared. Dejemos eso de la pared y regresemos. Me puse de pie, con la boca junta, larga me dispuse a salir. Abrí la puerta , levanté un dedo y la pegué a mi boca –no hagan mucho ruido, están durmiendo–, salí del escaparate. Tenía que ser cuidadoso, no podía dejar la puerta abierta: alguien podría entrar sin autorización de los responsables. Anduve merodeando por cerca de una hora entre un jirón y una manzana. Cogía los postes, hay uno ahora cerca de mí, daba volteretas. Reía, jugaba, lloraba, corría delante de los carros, andaba desnudo, y la gente me miraba. Podía abrir puertas sin necesidad de llaves, bastaba con girar el manubrio con una mano, a veces con ambas manos porque el cromado se oxidaba. Cruzaba puentes, quería hacer magia, quería volar –muchas veces así lo hice; al poco tiempo, caí–, fingir que fingía, y tener que decir algo sin decirlo.
Estuve haciendo todo esto mientras no encontraba qué decir, era más fácil jugar con gestos. Era peor que un mudo, porque no quería hablar. A quién tendría que hablarle, qué tener que contarle. Estoy recostado en un lienzo, con el cartapacio abierto, con ganas de hablar –ya pueden hacer ruído, están despiertos–, de tejer hilos y enredarme en ellos, de soñar, de despertar, de tener reminiscencias. En una corriente, conté y aquellas palabras que anduvieron por la punta de mi pluma quedaron atrapadas por las reminiscencias. Las palabras, mira: lo que estás leyendo, de ahora serán de todavía y las de todavía serán las de ahora. ¿Qué importa? Quizá, no dejar de escribir; quizá, no dejar de vivir.
Me levante y estuve por debajo de una hoja y estoy por debajo de una hoja. Me voy, me fui. Cuando todavía.
Esa pared la hacía mi espalda, un angulo recto, gracias: pero es pantomima; imito una pared, pero no hay nada, ¿no lo ves? Una pared no se atraviesa, ¿y tú? Has atravesado la pared. Dejemos eso de la pared y regresemos. Me puse de pie, con la boca junta, larga me dispuse a salir. Abrí la puerta , levanté un dedo y la pegué a mi boca –no hagan mucho ruido, están durmiendo–, salí del escaparate. Tenía que ser cuidadoso, no podía dejar la puerta abierta: alguien podría entrar sin autorización de los responsables. Anduve merodeando por cerca de una hora entre un jirón y una manzana. Cogía los postes, hay uno ahora cerca de mí, daba volteretas. Reía, jugaba, lloraba, corría delante de los carros, andaba desnudo, y la gente me miraba. Podía abrir puertas sin necesidad de llaves, bastaba con girar el manubrio con una mano, a veces con ambas manos porque el cromado se oxidaba. Cruzaba puentes, quería hacer magia, quería volar –muchas veces así lo hice; al poco tiempo, caí–, fingir que fingía, y tener que decir algo sin decirlo.
Estuve haciendo todo esto mientras no encontraba qué decir, era más fácil jugar con gestos. Era peor que un mudo, porque no quería hablar. A quién tendría que hablarle, qué tener que contarle. Estoy recostado en un lienzo, con el cartapacio abierto, con ganas de hablar –ya pueden hacer ruído, están despiertos–, de tejer hilos y enredarme en ellos, de soñar, de despertar, de tener reminiscencias. En una corriente, conté y aquellas palabras que anduvieron por la punta de mi pluma quedaron atrapadas por las reminiscencias. Las palabras, mira: lo que estás leyendo, de ahora serán de todavía y las de todavía serán las de ahora. ¿Qué importa? Quizá, no dejar de escribir; quizá, no dejar de vivir.
Me levante y estuve por debajo de una hoja y estoy por debajo de una hoja. Me voy, me fui. Cuando todavía.
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