Tres
I
Abres los ojos y sientes algo extraño, como si hubieras dormido por semanas. Te incorporas y vas hacia el ropero. Encima no traes nada más que ropa interior. Mientras seleccionas casi al azar la ropa de hoy, piensas que tienes algo urgente que hacer. Tal como si se tratase de ver con esfuerzo a través de una niebla, recuerdas que no tienes más tiempo que perder e ir al trabajo. Calzas unas sandalias que anduviste buscando no te acuerdas qué mañana tan parecida a esta, y vas a la cocina directo a abrir la refrigeradora. Sacas tres pálidos huevos, rompes uno contra el borde de tu repostero y lo quiebras por encima de una sartén. Prendes la laptop y comienzas a buscar algunos diarios. Patinas hasta la sartén y cuidas que la yema no se eche a perder. Cae el segundo huevo. Un titular imponente señala que más del 35% de la población mundial está en peligro de contraer Tuberculosis en dos meses; como accesorio, una línea menos vistosa describe que la ONU ha convocado una reunión de carácter extraordinaria, a raíz de esta enfermedad ya convertida en epidemia. La segunda yema sí te sale trillada. Informarte te costó un huevo. Agregas más aceite a la sartén y quiebras el tercero, mientras tu reproductor de música organiza tu típico playlist de música rock/pop y ya reproduce Rape me in your midnigths, con aire a un viejo ritmo house, pop fantasy y una chica americana. La llamas Kimi. Todo lo colocas en el pequeño comedor que luce enfrente de tu laptop. La traes y continúas leyendo a prisa. Pruebas el pan tan seco que recién recuerdas no haberte servido nada de tomar. Vas por la cafetera y la viertes sobre una taza de cerámica, la que apenas sabes fresca y lavada por la madrugada. Cuando te atragantas con el pan pese al café traído de algún lugar exótico de Sudamérica, el mundo gira demasiado tarde. Hoy es domingo, precoz.
Revisas una agenda electrónica. Y es que no hay nada más sucio que perder así la memoria o el sentido del tiempo. Cuidado vayas a rejuvenecer. Dejas servido el huevo y abandonas la cocina. Ya en tu habitación, miras la cama y encuentras algo fantástico. No sabías que te ponías ropa interior femenina, Marilyn. Qué cualquiera te dejaría la ropa interior luego de hacerlo contigo la noche de un sábado. ¿Seguro que no le pagaste con tarjeta de crédito? Y entonces eres asaltado por una leve jaqueca. Claro, no tienes ni el menor snapshot del sábado, tampoco del viernes. Fácil el jueves estabas muerto. Y el miércoles, bueno, qué tales gentiles contigo, ¿no te habrán velado y enterrado por adelantado? No, tienes un severo problema de memoria. Registras el velador, a ver si no hay por ahí alguna cosita que hayas tomado y te haya hecho mal. Abres el cajoncito por si has aprendido a ser tan cuidadoso. Y más nada. Al pie de la cama, encuentras tu teléfono celular. Ves el registro de llamadas perdidas, hechas, mensajes, tu correo electrónico. Encuentras anuncios publicitarios invitándote a aprovechar los mejores descuentos. Hay también lencería, Marilyn. Pero no encuentras ningún mensaje personal, como ninguna llamada, más que unas cuantas a la operadora de tu servicio de telefonía. Lo primero que gritas, antes de golpear el velador de un puñete, es un salmo conocido de la madre de mil madres que nunca pudieron ser aburridas. La mujerzuela esa parece haber borrado todo en el celular, inclusive tu memoria.
No hay problema. Te has levantado temprano. Solo unas cuantas llamadas viendo tus números de la agenda. Esa mujerzuela sí que sabe. Debes dejar de fijarte en morenas. Algunas rubias al menos te dejan un mensaje, dándote pistas de las cosas que te robaron y escondieron. Son unas juguetonas, no como las morenas, unas arribistas sin consuelo. Repasemos. Sufres de una amnesia y al menos sabes tu nombre porque lo has visto en tu laptop, Marilyn, pero no conoces a nadie quien te ayude a recuperar la memoria, no cuentas con ningún número que llamar y, lo más cretino, ni siquiera puedes reiniciar tu equipo, porque, sí, la lotería, no recuerdas una contraseña, o sea, ni siquiera puedes ingresar a alguna cuenta en internet. Ni Bin Laden se ha sentido tan solo en la Tierra. Pero, aparte de todos estos misterios, qué tipo de ladrona te deja la laptop y todo normal en el departamento de su amante del sábado, quien seguramente ni siquiera la hizo llegar a un solo clímax.
De repente eres un asesino. Por qué no buscas en el jardín de al lado. Quizá se te olvidaron algunas carnes en la refrigeradora. Qué asco das. Lo más sensato que se te ocurre es ir a preguntar a tus vecinos. Bien, pero en serio, apestas. Te das un baño mirando arriba y cerrando los ojos y riéndote tímidamente porque todo está de cabeza. Ha de ser algún sueño de esos que tu mente te juega, reproduciéndote voces aterradoras. Lamentablemente, ahora todo lo que escuchas son las gotas salpicándote el culo. Sales por otro azar en tu ropero. Vamos, cómo te gusta los dados y las ruletas. Vestido te ves en el espejo de cuerpo entero. La verdad es que muy a cambio de morir y rejuvenecer, ni siquiera puedes saber si esa persona eres tú. Puedes comenzar a peñiscarte y desesperarte por despertar. Quien escribe se llama Freddy Krueguer.
II
Afuera hace un clima agradable. El sol entra flamante por las rendijas del enrejado ergonómico que rodea el pequeño balcón, que también sirve de corredor a las habitaciones del edificio. No tienes ni el menor recuerdo. Una página en blanco tiene más color. Tocas el timbre tanteando por tus bolsillos. Lucky Strike rojo carmesí de viente cigarrillos. Encendedor fabricado en algún atestado muladar de Taiwán. Conforme sientes la nicotina masajear tus hombros, la espalda, y darte la sensación relajante en la sien, miras desde ahí la calle. ¿Cuánto demoraría esa ladrona en caer de este séptimo piso? Te asalta una admiración infraganti. Nadie en la acera ni en la pista. Tocas de nuevo. Ningún perro enterrando el hueso o defecando sobre el jardín de una vieja amargada. Tocas como marido cornudo ad portas de hacer que el amante se tire en lugar de la ladrona. Nadie a la vista por más que frunces el ceño y te aseguras de no sufrir de ceguera. Y entonces ocurre la segunda cosa fantástica de este día que sentías como cualquier otro. La casa esta luce abandonada después de que abres la puerta a patadas.
Pero tiene muebles, accesorios, electrodomésticos. Solo que quizá es la casa más fría donde no hayas estado jamás. Los colores son de los más tenues. El diseño de los muebles, paredes, pisos, apenas hacen sentir el sol veraniego del día. Caminas aprisa ya nervioso. Hace unos segundos que llevas llamando a los señores de la casa. No importa. Aunque te estás yendo, no puedes evitar el arresto de esta sensación rara de vivir algo irreal. Esta vez decides ir por la calle y quitarte la impresión apocalíptica de haber perdido para siempre la memoria. Te conduces hacia la esquina. Y el paisaje luce como esa escena western clásica de duelo, en la que en el pueblo solo se ve un montón de paja dar vueltas y cruzar el suelo. Las casas lucen frescas. No están en desuso, empolvadas, sino arregladas, hace poco limpiadas y refaccionadas. Tu edificio es el único de la manzana. Miras al frente y nada. Ningún automóvil circulando, ningún transeúnte, nada de asaltantes y pordioseros saliendo a veranear temprano. Realmente no era broma. Estás más solo que Batman sin Robin. Y ahora te coges la cabeza. Te asalta otra jaqueca. No te quepa la menor duda. Algo tienes en la cabeza. Pero no te conformas. Tocas la primera casa antes de dar la vuelta entera a la manzana. Y no tienes más pierde. Si das de patadas, esta puerta sí te va a dar de doler, ah. Vas a otra manzana. Buscas alguna de esas tiendas de vecindario. Aparte buscas leer el nombre de alguna calle y recordar al menos algo. El Carmen 456. Familia Alvarado. ¿Te suena conocido? Mirella 343, residencial El Roble. Oficina Requisitoria de procesos civiles, menudo nombre. ¿No será que hiciste un casting para una película y, dado que no recuerdas, ahora estás haciendo el papel del último imbécil en el planeta Tierra? Estás desesperado. Pero sonríe. Sin nadie, tampoco sufrirás de un asalto. No, te pones nervioso, renegón, escupes al suelo. Ya te sabes el refrán. Te coges el cabello, lo estiras, casi lo arrancas. No te importa. Una patada, tres patadas. Pareces oír tu corazón estremecerse. Se abre. Una vez adentro intentas hacer una llamada telefónica. Suena "ya viene un asesino por ti, no olvides dejar mensaje en la casilla de voz". Igual que en las películas gringas. Solo parece que no te dieron el papel protagónico. Con el pie hinchado por la contusión, eres derribado contra un sofá de cuero.
III
Has estado durmiendo durante unas tres horas. Cogiéndote del mueble
Abres los ojos y sientes algo extraño, como si hubieras dormido por semanas. Te incorporas y vas hacia el ropero. Encima no traes nada más que ropa interior. Mientras seleccionas casi al azar la ropa de hoy, piensas que tienes algo urgente que hacer. Tal como si se tratase de ver con esfuerzo a través de una niebla, recuerdas que no tienes más tiempo que perder e ir al trabajo. Calzas unas sandalias que anduviste buscando no te acuerdas qué mañana tan parecida a esta, y vas a la cocina directo a abrir la refrigeradora. Sacas tres pálidos huevos, rompes uno contra el borde de tu repostero y lo quiebras por encima de una sartén. Prendes la laptop y comienzas a buscar algunos diarios. Patinas hasta la sartén y cuidas que la yema no se eche a perder. Cae el segundo huevo. Un titular imponente señala que más del 35% de la población mundial está en peligro de contraer Tuberculosis en dos meses; como accesorio, una línea menos vistosa describe que la ONU ha convocado una reunión de carácter extraordinaria, a raíz de esta enfermedad ya convertida en epidemia. La segunda yema sí te sale trillada. Informarte te costó un huevo. Agregas más aceite a la sartén y quiebras el tercero, mientras tu reproductor de música organiza tu típico playlist de música rock/pop y ya reproduce Rape me in your midnigths, con aire a un viejo ritmo house, pop fantasy y una chica americana. La llamas Kimi. Todo lo colocas en el pequeño comedor que luce enfrente de tu laptop. La traes y continúas leyendo a prisa. Pruebas el pan tan seco que recién recuerdas no haberte servido nada de tomar. Vas por la cafetera y la viertes sobre una taza de cerámica, la que apenas sabes fresca y lavada por la madrugada. Cuando te atragantas con el pan pese al café traído de algún lugar exótico de Sudamérica, el mundo gira demasiado tarde. Hoy es domingo, precoz.
Revisas una agenda electrónica. Y es que no hay nada más sucio que perder así la memoria o el sentido del tiempo. Cuidado vayas a rejuvenecer. Dejas servido el huevo y abandonas la cocina. Ya en tu habitación, miras la cama y encuentras algo fantástico. No sabías que te ponías ropa interior femenina, Marilyn. Qué cualquiera te dejaría la ropa interior luego de hacerlo contigo la noche de un sábado. ¿Seguro que no le pagaste con tarjeta de crédito? Y entonces eres asaltado por una leve jaqueca. Claro, no tienes ni el menor snapshot del sábado, tampoco del viernes. Fácil el jueves estabas muerto. Y el miércoles, bueno, qué tales gentiles contigo, ¿no te habrán velado y enterrado por adelantado? No, tienes un severo problema de memoria. Registras el velador, a ver si no hay por ahí alguna cosita que hayas tomado y te haya hecho mal. Abres el cajoncito por si has aprendido a ser tan cuidadoso. Y más nada. Al pie de la cama, encuentras tu teléfono celular. Ves el registro de llamadas perdidas, hechas, mensajes, tu correo electrónico. Encuentras anuncios publicitarios invitándote a aprovechar los mejores descuentos. Hay también lencería, Marilyn. Pero no encuentras ningún mensaje personal, como ninguna llamada, más que unas cuantas a la operadora de tu servicio de telefonía. Lo primero que gritas, antes de golpear el velador de un puñete, es un salmo conocido de la madre de mil madres que nunca pudieron ser aburridas. La mujerzuela esa parece haber borrado todo en el celular, inclusive tu memoria.
No hay problema. Te has levantado temprano. Solo unas cuantas llamadas viendo tus números de la agenda. Esa mujerzuela sí que sabe. Debes dejar de fijarte en morenas. Algunas rubias al menos te dejan un mensaje, dándote pistas de las cosas que te robaron y escondieron. Son unas juguetonas, no como las morenas, unas arribistas sin consuelo. Repasemos. Sufres de una amnesia y al menos sabes tu nombre porque lo has visto en tu laptop, Marilyn, pero no conoces a nadie quien te ayude a recuperar la memoria, no cuentas con ningún número que llamar y, lo más cretino, ni siquiera puedes reiniciar tu equipo, porque, sí, la lotería, no recuerdas una contraseña, o sea, ni siquiera puedes ingresar a alguna cuenta en internet. Ni Bin Laden se ha sentido tan solo en la Tierra. Pero, aparte de todos estos misterios, qué tipo de ladrona te deja la laptop y todo normal en el departamento de su amante del sábado, quien seguramente ni siquiera la hizo llegar a un solo clímax.
De repente eres un asesino. Por qué no buscas en el jardín de al lado. Quizá se te olvidaron algunas carnes en la refrigeradora. Qué asco das. Lo más sensato que se te ocurre es ir a preguntar a tus vecinos. Bien, pero en serio, apestas. Te das un baño mirando arriba y cerrando los ojos y riéndote tímidamente porque todo está de cabeza. Ha de ser algún sueño de esos que tu mente te juega, reproduciéndote voces aterradoras. Lamentablemente, ahora todo lo que escuchas son las gotas salpicándote el culo. Sales por otro azar en tu ropero. Vamos, cómo te gusta los dados y las ruletas. Vestido te ves en el espejo de cuerpo entero. La verdad es que muy a cambio de morir y rejuvenecer, ni siquiera puedes saber si esa persona eres tú. Puedes comenzar a peñiscarte y desesperarte por despertar. Quien escribe se llama Freddy Krueguer.
II
Afuera hace un clima agradable. El sol entra flamante por las rendijas del enrejado ergonómico que rodea el pequeño balcón, que también sirve de corredor a las habitaciones del edificio. No tienes ni el menor recuerdo. Una página en blanco tiene más color. Tocas el timbre tanteando por tus bolsillos. Lucky Strike rojo carmesí de viente cigarrillos. Encendedor fabricado en algún atestado muladar de Taiwán. Conforme sientes la nicotina masajear tus hombros, la espalda, y darte la sensación relajante en la sien, miras desde ahí la calle. ¿Cuánto demoraría esa ladrona en caer de este séptimo piso? Te asalta una admiración infraganti. Nadie en la acera ni en la pista. Tocas de nuevo. Ningún perro enterrando el hueso o defecando sobre el jardín de una vieja amargada. Tocas como marido cornudo ad portas de hacer que el amante se tire en lugar de la ladrona. Nadie a la vista por más que frunces el ceño y te aseguras de no sufrir de ceguera. Y entonces ocurre la segunda cosa fantástica de este día que sentías como cualquier otro. La casa esta luce abandonada después de que abres la puerta a patadas.
Pero tiene muebles, accesorios, electrodomésticos. Solo que quizá es la casa más fría donde no hayas estado jamás. Los colores son de los más tenues. El diseño de los muebles, paredes, pisos, apenas hacen sentir el sol veraniego del día. Caminas aprisa ya nervioso. Hace unos segundos que llevas llamando a los señores de la casa. No importa. Aunque te estás yendo, no puedes evitar el arresto de esta sensación rara de vivir algo irreal. Esta vez decides ir por la calle y quitarte la impresión apocalíptica de haber perdido para siempre la memoria. Te conduces hacia la esquina. Y el paisaje luce como esa escena western clásica de duelo, en la que en el pueblo solo se ve un montón de paja dar vueltas y cruzar el suelo. Las casas lucen frescas. No están en desuso, empolvadas, sino arregladas, hace poco limpiadas y refaccionadas. Tu edificio es el único de la manzana. Miras al frente y nada. Ningún automóvil circulando, ningún transeúnte, nada de asaltantes y pordioseros saliendo a veranear temprano. Realmente no era broma. Estás más solo que Batman sin Robin. Y ahora te coges la cabeza. Te asalta otra jaqueca. No te quepa la menor duda. Algo tienes en la cabeza. Pero no te conformas. Tocas la primera casa antes de dar la vuelta entera a la manzana. Y no tienes más pierde. Si das de patadas, esta puerta sí te va a dar de doler, ah. Vas a otra manzana. Buscas alguna de esas tiendas de vecindario. Aparte buscas leer el nombre de alguna calle y recordar al menos algo. El Carmen 456. Familia Alvarado. ¿Te suena conocido? Mirella 343, residencial El Roble. Oficina Requisitoria de procesos civiles, menudo nombre. ¿No será que hiciste un casting para una película y, dado que no recuerdas, ahora estás haciendo el papel del último imbécil en el planeta Tierra? Estás desesperado. Pero sonríe. Sin nadie, tampoco sufrirás de un asalto. No, te pones nervioso, renegón, escupes al suelo. Ya te sabes el refrán. Te coges el cabello, lo estiras, casi lo arrancas. No te importa. Una patada, tres patadas. Pareces oír tu corazón estremecerse. Se abre. Una vez adentro intentas hacer una llamada telefónica. Suena "ya viene un asesino por ti, no olvides dejar mensaje en la casilla de voz". Igual que en las películas gringas. Solo parece que no te dieron el papel protagónico. Con el pie hinchado por la contusión, eres derribado contra un sofá de cuero.
III
Has estado durmiendo durante unas tres horas. Cogiéndote del mueble
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