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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Una entraña perteneciente a una hebdómada alada de pausas eternas

De un frío insondable eclosionó aquella tarde que esperó una respuesta negativa. La preocupación quemaba su paciencia como el fogón ardiente de la estufa de la otra habitación. Pero ni siquiera ese calor disminuía el aterido incubador de este ambiente vespertino. Por qué se encontraba imbuído en la preocupación. Cuando ella le dijó que no le venía, él sentía que ya no le venía la vida más. Las advertencias, de un caos definitivo, parecían destellarse y reverberar en la conciencia alarmada de él. Por más que ella trataba de realizar eufemismos la inseguridad se interponía en el diálogo; no se podía apartar a la maldita noticia (¡no le vinó a ella!). Pese a que la no venida carecía de todo sentido; la bienvenida no se manifestaba y, ya era tarde; ellos lo sabían. Él barruntaba todo la caída del mundo, de sus ilusiones y la cercanía de la muerte, que ya se volvía perferible y requisitoria. No hay peor desdicha; la vergüenza abrazará sus cuerpos a partir de ese día, en el cual lo nefasto calcinará sus esperanzas y congelará sus vidas; para hacerlas impropias. La enfermedad perfumará el sudor de su lamento y las lágrimas se harán cotidianas como la basura, que recogía todos los días del verano anterior, el peligro insidioso. Iba a estar acompañada, ella, de otro ser perniciosamente suyo. Ninguno de ellos denominaba a ese ser; porque no había porqué de llamarlo como lo llaman todos a un ser endogeno en ella. El cielo seguía llevando, a través de su caudal, a las nubes estrato mientras ellos se despedían. Y en la tarde, los minutos se despedazaban lentamente. El frío perforaba cada orificio que componía su fisonomía. Su garganta se encontraba seca como los cabellos regados por la sal del sudor cruento.
Pasaba el tiempo y la preocupación no. Todo el sufrimiento se hacía concreto; se llenaba de vida, y cambiaba constantemente para fornicar con esa desesperante preocupación. Todo era un perfecto círculo que encerraba a su tranquilidad. Piedad expectante de mí cuando llegaré a tu remota hospitalidad y destruíras este círculo. Así lo pensaba él, pues el desgano ganaba su alma.
Al fin, la noche recibió a la tarde y la asesinó; con esto el círculo se resquebrajaba; es cierto entonces que el pasar del tiempo palía el sufrimiento, hasta aquél entonces eterno. Las llamadas se empezarón a manifestarse a través de oscilaciones desprovistas de materia. De quién era? Pues, de ella que acompasaba tu sufrimiento con el suyo. Los dos parecían pasar el mismo castigo. Sin embargo, ella ya empazaba a ceder ante ese padecimiento. La tranquilidad era menestér y el anochecer desfallecía; ya no se esperaba más preocupación. Célibe hubiese preferido ser en la noche desnuda del calor de ella.
Hasta hoy la noche pudo llegar con su cadáver repugnante; despierto estoy y ya no soy él. Me preguntó acerca de ella, y como nuestro zaíno destino seguía, también, despierto. La llamada de ella hizo su epifanía en el umbral de mi cuarto. Otra vez estaba, como otros días, estaba hebría de felicidad y dice que se emparentaba y sangraba como un antílope sangra ante su depredaror. Cuán feliz me sentía, cogí la botella de dicha y la rocié contra mi rostro. En este relato ella también se convirtió, aparte de estar exangüe de tanto sangrar, en ti, seguro que escondes tu rostro y muestras tu alborozo.
Dedicada a, entonces, ella

  1. Anonymous Anónimo | 11:46 a. m. |  

    Y la espera fue una tortura, lo sé. Que la precaución no se vuelva un esclavizador de caminos en este andar...no dejes que los escrúpulos sean infundados.
    No podría describir este pasaje en mejores palabras.
    Respuesta de ELLA.

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