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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Del Marasmo en luto

Quizás, en el baptisterio, donde llora el agua bendita, estaré presente viendo como sacramentan a uno de mis coetáneos; la iglesia estará más nivea que las catedrales propias del Vaticano, y no tendré más onomatopeyas que transcribir. El cadalso habitará en esta iglesia: mora el lamento de varios cristianos (seguro se hacen llamar como tales porque creen seguir a su mesías). Mostrare una falsa sonrisa para que las lágrimas de los lastimeros, presentes en el rito sacramental, sigan siendo las mulas del cuatrero, este último poseera una sotana y una cruz, evangelizador de las almas ímpias de este emblemático recinto. Querré llorar pero seguiré con esa sonrisa estática. Cómo aguanto la risa y no aguanto una carcajada.

El cuatrero seleccionará sus concomitantes para la usanza tradicional y la lectura de su libro de apuntes, algunos murmurán que posse un nombre: biblia. Los fieles padecerán de un omnímodo silencio provisional; porque después reconocerán al sacramento como un ludibrio que engaña vilmente a todos aquellos que presenten esa descarriada, y debilitadora de los fuertes: fe. Utopías para su creador son inexistentes ahora y mañana; eterno antípoda seré para cuando encienda la lumbrera de toda la mier... que se halla en esa pocilga santa donde descansa el lamento infudamentado de recuas infinitas y de aburridos finitos.

Quizás, llegue la muerte a habitar la morada de los vivos y se quede mi sufrimiento en la entrada de los himnos. No aguantó tanto pesar; terminen de una vez su secta apócrifa, les diré, ya que existen algunos infieles presentes renuentes a su récua. Despojarán sus enseres religiosos de mi vista y se unirán a mi protesta hacia la algarabía vestida de llanto.

Quizás, Todo eso pasé, quizás ya dejé de escribir para adscribir toda agonía impropia. Quizás...

Siguió escribiendo el mortecino apostata sobre su vieja alacena. Lo que no escatimó es la sevicia de algunos adyacentes a su habitación; tal vez, por no decir quizás, como escribiría él: cercanos a mi habitación moran esos que se hacen llamar cardenales, devotos por su cuatrero.
La habitación de él quedó celosamente ensangrentada, hasta los rincones más estrechos quedaron carnesís. En el asesinato, no hubo complices ni heridos; tampoco mirones ni relatadores. Nada más se encontró una carta que contenía el relato anterior y la foto mostrada en la parte superior. Algo cruentos eran los tiempos de aquellos días: 11/05/1923, La Paz, Bolivia

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