Manicomio: adentro y afuera
Ayer soñe que veía un manicomio cetrino, parecía el purgatorio de algunos excluídos. Junto con mi fémina estaba yo al lado de un extraño sujeto, sólo recuerdo que llevaba ropa de encierro, nos indicaba donde estaban los locos. En las afueras del recinto de verde pálido, había varios individuos que con muecas alboratadas mascullaban sus lenguas en dirección a la puerta hacia afuera, adentro de los bosques agrios, a unos árboles decaídos, al rocadal sobre el suelo huérfano del mar y del río, al pie del pie de un loco. El más cercano a nosotros decía: "Mami, mami, ¿estás conmigo? Quiero que vengas; ven, ven, ven. Te he dicho que vengas. No vienes; ven, ven" –mirando a todos lados como buscando al que le hablaba. Nosotros estabamos algo pasamados, pero no recuerdo si nos preguntabamos porque nos encontrabamos ahí. En la mayoría de mis sueños no hay preguntas que hacer solo se responde sin saber qué es una respuesta. El extraño sujeto, creo que era una especie de doctor, nos siguio llevando; hasta que nos señalo la puerta del manicomio diciendo:
-Adentro hay más locos; los locos que han visto ustedes se diferencian de los locos que van a ver a continuación. La diferencia está en que, como han visto, los primeros son bulliciosos, escandalosos, habladores, sociales. A estos se les puede hablar al menos y hay respuesta. Los de adentro, los segundos, son lo contrario. Miran a todos lados, caminan en círculos, de una pared hacia otra pared, saltan precipicios sin profundidad, se golpean de vez en cuando. Otros de estos segundos solo se quedan en las ventanas mirando las gotas si hay lluvia o viendo a los locos de afuera. –lo dijo tranquilamente como quien enseña los cuadros de una pinacoteca.
De prisa, entramos para ver a los locos de afuera. Sus rostros eran hojas blancas sin ningún vejamén de pluma alguna. No había sonidos. ¿El silencio también estaba demente acaso? Ellos estaban mirándose y mirándonos. Uno con los útlimos tejidos del abdomén parecía que tocaba un instrumento, porque de un lado para otro bailaba con las manos rascando en vaivén por esos tejidos roídos. Otro de ellos se encontraba muy cerca a la ventana; llovía, pero no como lo dijo el doctor sino que caían gotas por la cara del loco. El último que recuerdo estaba de espaldas contra la pared; pasaba la lengua por ella. Al rato, se pegaba totalmente a la pared. Se frotaba el anverso con singulares movimientos por varios minutos. Después, caía al suelo con el sudor en picada y miraba hacia abajo. Al terminar mi sueño, las voces de los locos de afuera cobraban mayor intensidad. Pero solo yo los oía. Ni ella ni el doctor pían tales gritos. Eran vociferaciones muy distorsionadas, se pronunciaban entre ecos en mis oídos. Cuando no podía resistir más no dormía más.
-Adentro hay más locos; los locos que han visto ustedes se diferencian de los locos que van a ver a continuación. La diferencia está en que, como han visto, los primeros son bulliciosos, escandalosos, habladores, sociales. A estos se les puede hablar al menos y hay respuesta. Los de adentro, los segundos, son lo contrario. Miran a todos lados, caminan en círculos, de una pared hacia otra pared, saltan precipicios sin profundidad, se golpean de vez en cuando. Otros de estos segundos solo se quedan en las ventanas mirando las gotas si hay lluvia o viendo a los locos de afuera. –lo dijo tranquilamente como quien enseña los cuadros de una pinacoteca.
De prisa, entramos para ver a los locos de afuera. Sus rostros eran hojas blancas sin ningún vejamén de pluma alguna. No había sonidos. ¿El silencio también estaba demente acaso? Ellos estaban mirándose y mirándonos. Uno con los útlimos tejidos del abdomén parecía que tocaba un instrumento, porque de un lado para otro bailaba con las manos rascando en vaivén por esos tejidos roídos. Otro de ellos se encontraba muy cerca a la ventana; llovía, pero no como lo dijo el doctor sino que caían gotas por la cara del loco. El último que recuerdo estaba de espaldas contra la pared; pasaba la lengua por ella. Al rato, se pegaba totalmente a la pared. Se frotaba el anverso con singulares movimientos por varios minutos. Después, caía al suelo con el sudor en picada y miraba hacia abajo. Al terminar mi sueño, las voces de los locos de afuera cobraban mayor intensidad. Pero solo yo los oía. Ni ella ni el doctor pían tales gritos. Eran vociferaciones muy distorsionadas, se pronunciaban entre ecos en mis oídos. Cuando no podía resistir más no dormía más.
Etiquetas: reminiscencia pernoctada
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