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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Dedicatoria a ninguna

A veces soy victimario de la astenia de tu vagina. No puedo entender que no me comprendas. Que siempre me digas que solo te acuestas conmigo porque tus enaguas hicieron fundir la vegetación de tu monte. Qué creiste, acaso pensaste que siento nada más que cuando estoy mordiendo esa presunta inocencia mojada entre tus piernas. Cómo crees. No lo hago con cualquiera, lo hago después de tomar grandes resoluciones. Porque si solo fuera por lo que estás pensando ahora no dudaría en masturbarme y sentir como mis pulmones se exprimen, como mis piernas tiritan. Es asqueroso tener sexo con mi soledad, ya que ella tiene la bulba emparentada con el pene del herpes más maligno. Me quedara siempre está tortura. Lo prefiero así a que aguantarte una vez más mientras te haces la cándida, porfiada amasia pública, repitiendo tu popular frase: "Me haces sentir una mujer llena de deseo y efervescencia". Lo dices poniendo tus ojos envilecidos, ambiciosos, ¿verdad? Pero ya que te interesa. Hace mucho que te fuiste, ya no me acordaba más de ti, ninguna. En esta noche jadeante, en la que yo me veo más deseoso que ningún otro de cualquier clítoris, me aferro a mis recuerdos contigo en los cuales la yasija venusta de tus labios verticales me decían con un profuso encierro que me quede toda la noche, mujer ninguna. Como quisiera que me saques de esta ansiedad lastimera, que me digas donde estás; todavía recuerdo tu perfume –mezclado con mis efluvios seminales hacían una fragancia propia de nuestra escena– mil revuelcos en esa cama en la que ahora no estás. En la que sólo está mi soledad, vestida con una largo hábito trasparente, con su crucifijo colgado de uno de esas prominencias rosáceas de su pecho, acariciando los confines de mi cuerpo y sobándose los labios con los dedos erguidos. Tengo miedo de caer una vez más en su fosa mortuoria. Es inútil no hay ninguna.

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