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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Las carcajadas del silencio y la noche


Un rayo luminoso se extravía entre las lúnulas silvestres que van de este a oeste con el fin de quebrar la cortina gelatinosa de la noche. Aletiando silentemente se dejan llevar por la marejada del viento que sopla y se ahoga con un crujir de auroras. Hace un frío intenso. La escarcha entumece cada llano fractal de la oscuridad. Los tonos grisáceos se permutan entre sí para seguir coloreando el llano gelatinoso de la noche; con ello se distingue una ojiva de concavidad aguda, en los extremos del arco descansan dos lágrimas ingrávidas. Bastantes imágenes se reflejan en el plano inverso de este cielo en donde las nubes se encuentran en un viaje por otros cielos. Las lúnulas llegan a las pastizales del valle; se persiguen unas a otras en trayectos elípticos; una a una segregan varias partículas de geranios, quizá vienen de un pensil distante de este valle pérdido bajo el cuidado triste del cielo inclemente. En los confínes del cielo, después de atravesar todos los llanos gelatinosos, hay una área transparente que no se distingue a simple vista. Porque no hay luz en este cielo más que el gris de las auroras. El viento hace sentir su paso con las centellas tránslucidas que acometen a la horcajadura del tiempo detenido desde este último eclipse.

En otros tiempos había mucha luz, en estos el silencio era opacado por la plenitud del día estival. No se había visto nunca una lúnula cercana a las ramas de los árboles. Y existía gente, mucha gente. Alegres silbaban porque el sonido atraía la felicidad. Así el valle rebosaba de juventud y alegría. Había fiestas en los cuales se celebraban cualquier cosa. Lo que importaba es estar feliz, mostrar una agradable sonrisa y decir lo mucho que se estima a la otra persona. El odio y la envidia no tenían espacio más en esta alegría.

En el monte más lejano del valle yacía una bella mujer de cabellos rizados largos que se armonizaban con el viento nebuloso. Vivía en la cima del monte en un bohío. No le gustaba la gente. Era la única del valle que no parecía feliz. Permanecía viendo las casas de las demás gentes sentada en un lecho, hecho de varias ramas del árbol que alguna vez existió contiguo a los demás árboles del bosque del monte. En ese lecho pasaba la mayoría del día. Aparte de estar observando las celebraciones de la gente, escribía en lienzos. Nadie jamás supo de esta mujer vagabunda en el monte. Solo sabían que de ella eran los lienzos que se precipitaban por las faldas del monte en cada noche de octubre cuando la luna lucía fracturada y gigantesca. Esta mujer sin nombre para la demás gente tenía un nombre para ella; este era el de Klöppel. Tal nombre solo se veía escrito al pie del lienzo escrito en el día. Klöppel solo dejaba de escribir cuando el hambre la sorprendía y hacía que ella busque comida en las entrañas del bosque. Comía lo que sea y lo que podía. Se entretenía con cualquier cosa que hacía la gente, lo que sea. Lo que no era lo que sea es lo que escribía. Los lienzos eran cuidodadosamente realizados, no había ningún error ortográfico ahí. Las letras de estos lienzos eran grabadas con una fina postura de dedos. Una técnica única entre los habitantes del valle. Siempre Klöppel escribía acerca de ella y la gente alegre en las callejuelas del poblado.

Cierto día cercano al último eclipse, Klöppel salió en búsqueda de alimento en el interior del valle, era el cuarto día desde la última búsqueda de comida. Más tarde, no había nadie aún en el bohío de Klöppel. Ella había desaparecido del lugar. El lienzo de este día, era un viernes, había sido culminado antes de la búsqueda. Los días pasaron pero nadie pasaba por el bohío en la cabeza del monte más lejano y alto del valle. Los meses eran asesinados uno a uno por el tiempo angustiante. Hasta que llego octubre. Misteriosamente un viento extranjero soplo violentamente de este a oeste los ramajes de los árboles del bosque. Nunca había habido un viento con esta intensidad alta. La gente del poblado estaba muy sorpendida; como cada primer lunes de octubre esperaban impacientes por el lienzo del monte. Alegres bailaban y hacían rondas alrededor de la plaza del pueblo. Pero este lunes se acaba ya y no había ningún lienzo en el pueblo. Al dar las doce, el término del lunes y el inicio del martes, el viento se violento más. La noche se hizo muy oscura. La luna se hacía más pequeña con el paso del viento punzante que no tenía más aspecto nebuloso. Los pobladores se dieron cuenta y por primera vez dejaron de mostrarse sonrientes; se preocuparon por todo el ambiente y cundió el pánico. Iban en direcciones diferentes. Rápidamene entraban a sus cabañas y sacaban todas sus pertenencias. Cuáles hormigas en crisis abandonaban el valle. Nadaban por el río hasta que algunos llegaban a otras aguas, de otro río, hasta que otros econtraban el lecho fluvial y el sueño eterno. Algunas gentes todavía no se marchaban, quedaron idos por algo tétrico: el lienzo apareció al pie del monte con una mancha de sangre al inicio; uno de los pobladores leyó: "La luz no puede seguir en el bruno eterno. No hay escritura sin muerte próxima en el bosque. Las carcajadas del silencio y la noche". Angustiado y espantado el poblador fue corriendo,gritando el contenido del último lienzo por todo el poblado. Fue el último sonido que profanó los límites del valle y alcanzó a todos los pobladores en su escape. Uno de los pobladores encontró en la plaza a la mujer del monte desperdigada con los sesos abiertos y las piernas extendidas en un angulo llano. Sus rizos estaban extendidos por todo el suelo, así estos sean parte del cuero cabelludo o no lo sean. Con una sonrisa cachacienta los dos pómulos muestran dos arrugas. Los ojos permanecen con un iris extendido, cubre toda la retina. No hay ninguna superficie blanquecina en la córnea. El poblador estuvo examinando el occiso, pero después de breves minutos se fue en dirección al río. Pasaron las horas y en el valle ya no había nadie. Todas las callejuelas estaban deshabitadas. El viento cada vez se hacia más agudo. El barlovento cayó del cielo y con el viento destruyó todo lo que se encontraba. Las cabañas, las callejuelas, la plaza, las bancas, todo. El barlovento tomo un nadir en un punto y de ahí describió trazos circulares hasta originar un ciclón que tiro abajo todos los yacimientos subterráneos de las casas. No hubo más día. El eclipse y el silencio se hicieron eternos.

Klöppel desde esos tiempos no aparece por este valle ni aparecen otros tiempos semejantes. Porque el tiempo se quedo atrapado en este valle, una prisión de lo pasajero. Aquel llega tiene la misma fortuna. Aquí infinitos son el silencio y la oscuridad que ahora bailan en la plenitud de la noche. En el cielo profundo, en donde las auroras crujen, hace un frío intenso, las lúnulas son las únicas danzantes. De este a oeste van ellas agitando lentemente las alas sin tomar más altura que el ras de los pastizales. Ya no hay ningún árbol en este valle. Todo se lo llevo el aire violento del barlovento curvílineo. El viento sigue existiendo, de vez en cuando sopla de este a oeste, nuevamente. De repente, en los confínes del cielo, la noche empieza a iluminarse. Una luz hace su entrada. La área transparente luce transparente por vez primera. La noche se disipa. La auroras se colorean de colores celestiales. Este imenso llano del valle y el cielo oscuro habían sido una imensa superficie esférica. Ya que la luz no llega en vano y sin ningún precedente. Llega porque un ojo ha dejado de estar cerrado. La iris oscura era el cielo oscuro de la noche. La oscuridad del valle había sido eterna por la eternidad del sueño que ya encuentra final en el despertar de alguien. Después de mucho tiempo, Klöppel se despierta de este sueño, se levanta y se echa andar hacia la salida del monte.

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