Una banca llena de tiempo y excremento
El aire muerde las hojas escritas y emite aplausos agudos; las palabras parecen desprenderse del papel. En simultáneo, parece no encontrar el artículo el hombre sentado en el diván eclipsado por las sombra del estante de libros. Un hombre que mantiene un ceño accidentado por un montón de surcos; hace mucho tiempo existió un ríachuelo en tales surcos. Cuando Abelardo, este hombre, corría en la imaginación de cada momento. Cuando anhelaba ser otro al que es. Muchos detestan lo que son en el presente, pocos piensan cosas como estas en su mente. Es importante, para casi todo el jodido mundo, celebrar el cumpleaños, el aniversario, evitando las etiquetas, la consideración del tiempo pasado. Sin embargo, Abelardo ya perdió la cuenta de los años que tiene. No ha perdido la cuenta de las horas que han pasado desde que abrió el diario para encontrar trabajo; ya que él se preocupa de la cuenta que lleva de años desempleado y no puede olvidar sentirse tan cojudo, tan mudo, tan inexpresivo; al tal medida que desea llorar pero le da ganas de orinar por tener tan atrofiada la vejiga. Esos años son perjudiciales, Abelardo -parece gritarle su conciencia mientras no puede ocultar la desazón presente-, qué oportuno no contarlos. No importa cuanto siga repetiendo la lectura de las páginas solo se encuentra con los artículos típicos, como cualquier otro día, poseedores de accidentes, fábulas políticas, columnas precarias y vomitadas de tanta mierda.
Ya se cansó de examinar el periódico. Mira el reloj ubicado por encima de la repisa en el estante contiguo; flexionando las roídas rodillas que chillan por estar tan poco aceitadas. Se asombra, pues ya es tarde y tiene que volver a su hogar. Sale de la bilioteca, con paso tartamudo, apurado y preocupado. No hay mucho dinero en la casa, recuerda, mientras evita a los autos, cruza la pista y trepa con los pies hacia la otra calzada de la avenida.
Las personas cambian pero no su variedad siempre hay idiotas, casi siempre están ausentes los amigos, nunca buscan con los ojos un caminar erguido, nunca se preocupan en sentir tu presencia a menos que les arranches el tiempo, les prometas su entierro o les restas su dinero arranchandole algún objeto. La honestidad en esta vida de mierda no paga solo caga -parece reflexionar atravesando la ruin plaza que sí lleva la cuenta de los años suyos; pero no le ha celebrado ningún cumpleaños.
Ahora se detiene en el umbral de su morada. Mira como los muchachos juegan corriendo detrás de una pelota y varias personas padecen anemia de tan poco hierro en sus corazas no tienen defensa ni tienen quien los defienda. Se aproximan con bastante ruido autos apilados en cadencias de mambos de los tiempos de Abelardo que ya no recuerda. Los sonidos parecen chocarse como bólidos asesinos de viejos como Abelardo. A su edad los sonidos poseen filo y buena orientación; es preocupante porque en cualquier momento le destrozan cualquier miembro. Pero él está algo habituado a estos asesinos bulliciosos; comprende lo incomprensible en cualquier existencia. Quizás porque ya está muerto y nadie se acuerda de su entierro. Ya se cansa de observar vidas y que nadie observe su vida. Busca su llave en el interior del saco, en los bolsillos empolvados de bastante nicotina. Cierto, recuerda que la puerta del umbral no necesita llave alguna. Ahora si prefiere recordar que su hogar es el hogar de todos los demás -Se sienta en una banca del parque universitario de Lima y dirige su mirada seca e incolora hacia su sobretodo y el lodo.
Ya se cansó de examinar el periódico. Mira el reloj ubicado por encima de la repisa en el estante contiguo; flexionando las roídas rodillas que chillan por estar tan poco aceitadas. Se asombra, pues ya es tarde y tiene que volver a su hogar. Sale de la bilioteca, con paso tartamudo, apurado y preocupado. No hay mucho dinero en la casa, recuerda, mientras evita a los autos, cruza la pista y trepa con los pies hacia la otra calzada de la avenida.
Las personas cambian pero no su variedad siempre hay idiotas, casi siempre están ausentes los amigos, nunca buscan con los ojos un caminar erguido, nunca se preocupan en sentir tu presencia a menos que les arranches el tiempo, les prometas su entierro o les restas su dinero arranchandole algún objeto. La honestidad en esta vida de mierda no paga solo caga -parece reflexionar atravesando la ruin plaza que sí lleva la cuenta de los años suyos; pero no le ha celebrado ningún cumpleaños.
Ahora se detiene en el umbral de su morada. Mira como los muchachos juegan corriendo detrás de una pelota y varias personas padecen anemia de tan poco hierro en sus corazas no tienen defensa ni tienen quien los defienda. Se aproximan con bastante ruido autos apilados en cadencias de mambos de los tiempos de Abelardo que ya no recuerda. Los sonidos parecen chocarse como bólidos asesinos de viejos como Abelardo. A su edad los sonidos poseen filo y buena orientación; es preocupante porque en cualquier momento le destrozan cualquier miembro. Pero él está algo habituado a estos asesinos bulliciosos; comprende lo incomprensible en cualquier existencia. Quizás porque ya está muerto y nadie se acuerda de su entierro. Ya se cansa de observar vidas y que nadie observe su vida. Busca su llave en el interior del saco, en los bolsillos empolvados de bastante nicotina. Cierto, recuerda que la puerta del umbral no necesita llave alguna. Ahora si prefiere recordar que su hogar es el hogar de todos los demás -Se sienta en una banca del parque universitario de Lima y dirige su mirada seca e incolora hacia su sobretodo y el lodo.
Podrìa escribir este comentario en cualquiera de tus escritos, pero al verlo abandonado de opiniones optè por esta historia... Escribir es, y serà siempre, para mì una hazaña, una hazaña que siempre estarà impregnada de nuestras almas, de nuestras existencias. Me alegra mucho de que lo hagas con tanto entusiasmo. Ojalà un dìa deje mi verguenza, me ponga a escribir y me aventure a mostrarles a los demàs lo que soy, mediante unas palabras...
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