<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar.g?targetBlogID\x3d30270598\x26blogName\x3dReminiscencias+de+todav%C3%ADa\x26publishMode\x3dPUBLISH_MODE_BLOGSPOT\x26navbarType\x3dBLACK\x26layoutType\x3dCLASSIC\x26searchRoot\x3dhttps://reminiscenciasdet.blogspot.com/search\x26blogLocale\x3des_PE\x26v\x3d2\x26homepageUrl\x3dhttp://reminiscenciasdet.blogspot.com/\x26vt\x3d5009187038930754104', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe" }); } }); </script>

Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

« Home | Next » | Next » | Next » | Next » | Next » | Next » | Next » | Next » | Next » | Next »

La Conciencia en aprietos












You're not as messed up as you think you are

Your self-absorption makes you messier
Just settle down and you will feel a whole lot better
Deep down you're just like everybody else

She's not as pretty as she thinks she is
Just picture her after she's had kids
I bet she sits at home and listens to The Smiths
Deep down she's just like everybody else.

Frank Turner, Reasons not to be an idiot






Un joven no tan joven se queda por las tardes callado mirando por su ventana. Aprecia el movimiento de las nubes. Una aparece nívea a través de redondas e infladas capas. Imagina que son borbotones de algodón a medida que avanzan, arrastran, vuelan y se esfuman en otras nubes de contornos indefinidos; los cuales hacen el suelo gris del cielo. Por esta vista el joven cree que toda estrella otea cabrilleante y nerviosa en la serenidad sabia del cielo. Se cuestiona por qué hoy no se contagia de esta serenidad. Está a punto de concluir enrevesado en el múltiple eco de su conciencia que él es como una estrella; jamás puede dejar de quedarse en un lugar como también no puede dejar de palpitar, como acaso todos los demás hombres no evitan su vida fugaz, sin sentir el cimbreo angustiante de las estrellas, diminutas y colosales, en el universo inconcluso difuso y cambiante.


Ha estado muchas veces así. Oteando arriba, distraído a su alrededor. Escuchando la voz silenciosa y enloquecedora de su conciencia; nada menos que verse en el espejo macabro que no llega a reflejar la inconciencia, o el inconsciente. De esto él sabe bastante pero quisiera saber lo que yo mismo y/o misma no sé. En español las conciencias no sabemos bien si definir nuestro género. No miramos cuando orinamos.


Este joven casi siempre me escucha. Quizá este sea su problema ahora. Sin embargo, ahora anda bien concentrado. A mí vienen voces de una mujer peregrina y semejante en otras cosas a todas. También puedo verla. Está a su lado caminando sonriente y habladora. El joven también habla y a cada tanto la detiene para tomarla por la cintura o él se deja envolver por un abrazo y entonces no puedo saber muy bien lo que ocurre. Sólo vienen sensaciones profundas hasta hacer caer en sí mismas un punto inmenso y compacto. Luego de un rato el recuerdo avanza y puedo volver a verlos. Ahora se persiguen, uno detrás o adelante del otro. Van sobre una vía bien comercial. Varios tipos les ofrecen servicios y cosas. Restaurantes, galerías, vendedores ambulantes, caras parecidas, distintas, primas, no vistas, pasan al lado del joven y la mujer. Entran en algunas tiendas. En una compran una gargantilla para la mujer. Tiene un color dorado brillante en sus eslabones; y en la parte más inferior, una piedra preciosa se incrusta y reluce. El joven la toca con suavidad; lentamente sigue recordando mientras está enfrente del cuello falso, de donde está colgada la joya, sobre algo en su cuarto.


Sus evocaciones son rápidas y difusas a continuación. El muro gris de a lado de su patio se va y las paredes avanzan hasta llegar donde la mujer que baila sola; y el joven le alarga la diestra; y otro día, al parecer, flotan en una piscina inmensa y al mismo tiempo el joven conduce un auto por una carretera ancha hasta que varios carros frenan y van corriendo en un bosque húmedo e iluminado por el este; ambos se tropiezan con distintas ramas y caen por un barranco de vegetación espesa; se ven en el suelo y delante de un televisor se ríen como dos locos; aquí el joven para de evocar y recibe un implacable dolor en el esternón; decae su cabeza. Por sus mejillas se corren despacio dos chorritos de agua salada. Así lo sabe cuando llegan a su boca.


No puedes seguir así. Tenemos la misma edad pero no siempre la misma experiencia. Bien sabes que hasta donde y cuando vives aún puedes mirar un amplio horizonte. Fue muy digna y sin igual tu vida al lado de otra. No te abalances; no mires abajo que le tengo miedo a las alturas; no pruebes ácido muriático que solo me emborracho con alcohol etílico; no pienses en qué fea es la vida si todavía no le han inventado cirugías plásticas ni liposucciones; mejor no sacar esa navaja filuda que a mí no me duele, jojolete, pero me adormece; tampoco pienses que el mundo se va acabar: aún faltan varias guerras mundiales y bailar en los viernes happy hour; por favor, te lo suplico, no se te ocurra rezar y pedirle una solución divina a no sé quién: lo digo por pura envidia: las conciencias no tienen ese tipo de creencias. Mejor, ¡ya!, ¡de una vez! Dejas tu cuarto y sales a caminar. Veamos otras gentes. ¡Lo sé! Muchas parejas en las calles, ¡podría ser peor! Pero no. Te juro por Freud y lo que no sé que no será así. Tienes que convencerte; tienes que hacerlo por mí; me debes cosas: gracias a mí sabes qué decir en el momento indicado (y en los demás, ¡fue teté!); por mí te sientes culpable y no mientes muy a menudo; porque de todos modos te gusta la literatura; sabes qué hacer en casos de emergencia: cosa muy aparte es que no evacues tan rápido; y, claro, me declaro miedosa(o), obesa(o) y culpable: ¡el pepperoni es demasiado!


Y, ¡mira! ¡Tú que tanto recuerdas! Yo tengo mucho que ver con tus reminiscencias. Si me pierdes, ahí si te avientas nomás y te tapas con algo que me vas a asustar. Es que sin mí ¿qué serías? ¿Un animalito con cuatro patas?


Pero el joven se enterca. Sigue mirando ese estúpido cuello falso y vuelve a estar mirando por la ventana. No se ha creído la parte de perderme. No sé dónde ha leído que las conciencias no pueden dejar en definitiva a los individuos; hoy día, si están bajo efectos de un químico, la poesía se haría gritos claros, la sirena de una ambulancia cualquiera. Y dale con ver a la mujer peregrina. Tiene que pensar mejor las cosas. Nadie vive sólo de amor, ni mucho menos muere sólo por eso. Todas las películas, periódicos, la televisión, las novelas, han inventado los suicidios por amor. Ningún ser humano en su sano juicio muere por otro si no es porque no le queda de otra. El sacrificio es más humano y entendible en catástrofes, situaciones peligrosas cuando morir es dar un paso más. El sentimiento por el otro ser humano a la larga es una enfermedad mental, una canción donde él baila como imbécil y a mí me hace quedar como tarada, tarado, ¡no sé!


El imbécil empieza a apoyarse en el marco de la ventana. Alza una pierna antes de alzar la otra. Por fin toma vuelo y se sube por completo por encima del marco y se sostiene de los dos muros de al lado. Es el vigésimo piso. Intenta no mirar el precipicio. El maldito infeliz siente vértigo; parece cerrar los ojos y las voces regresan. Es ella. Ambos juegan de equilibristas caminando por el filo de un muro. Parten de sus extremos. Cada uno extiende los brazos. El insensato imbécil pone la cara de un mocoso torpe y miedoso. Cierra los ojos cuando la mujer llega a él. Cuando los abre se coge de improviso de un muro; ¡casi me caigo, miserable!


Afuera los curiosos ya se han asomado a ver a este imbécil. Una señora parece conocerlo y le empieza a hablar, le ruega que no continúe, ¡por el amor de quién no sé! De ahí pasan unos minutos sin respuesta y con la intervención de un señor canoso. Le implora con respeto, paciencia, que no se tire; le da indicaciones de cómo bajar. Nada de eso funciona. Los curiosos se agrupan más. Forman una tribuna. Los más jóvenes ven callados. Uno que otro tiene el tino de pensar que aparte de imbécil, es un marica, ¡no puede afrontar sus problemas! ¡Huye de ellos! El señor canoso se ve en la imperiosidad de llamar a los bomberos, una ambulancia, un loquero, ¡quién se encargue de estas situaciones!


El so bestia imbécil de porquería también parece ser sordo, o hasta ciego. ¿No se ha dado cuenta de todo el espectáculo que está montando? ¿Tiene idea de la vergüenza por la que estamos pasando? ¿No sabe qué dirán de mí en los magazines de las más galardonadas conciencias? ¿No sabes, eh, soquete, que sufro de acrofobia y tú te has caído de chiquito un montón de veces de la escalera y te has quedado tarado, y a mí todavía no me pasa el susto? Por favor, ¡chismosos de porquería! ¡Hagan algo! Les juro, haré algo. ¡Saldré en toperoles y en calzoncillo de nylon!


En momentos como este, de sufrimiento, acción, suspenso, los pensamientos se van al demonio. Mi destino está echado. La caballería, como quienes dicen la ‘justicia’, llega siempre tarde pero llega. Una unidad de bomberos y otra de serenos llegan al lugar. Bomberos y serenos coordinan abajo para salvarte la vida. Suben aprisa por el ascensor y por las escaleras. Nadie más a excepción de los chismosos, algún gato trepatechos y ¿reporteros?, se interesa por el hecho fatídico a punto de ocurrir. En medio del ajetreo armado, tengo que impedir que te avientes. Vamos de nuevo.


¡Ya! ¡Soy mujer! ¡Luego podemos salir y me cantas el cielito lindo, con todos los charros bigotones! ¿Que deje de hacer el ridículo? ¿Que no tengo sexo? ¡Óyeme, despreciable! Yo sí soy parte de la realidad; no existo sólo en tu cabeza; cómo es eso de que yo sólo existo cuando tú piensas. ¡Eres un egoísta bueno para nada! Sólo piensas en ti. ¿Cuándo de mí? Bueno… ¿yo no siento nada? ¿Yo no tengo cuerpo? ¿Yo no tengo sentimientos? No sé de dónde has sacado esto último; no tiene lógica. Yo sí… espera, yo claro que… sí, yo… No puedo creerlo. Es cierto. No tengo sentimientos y soy incorpóreo. No se cómo soy ni en un espejo. Existes luego existo, maldito desgraciado. Debería aventarme yo en tu lugar ahora que sé esta verdad fatal, pero no siento tristeza.


Entonces los socorristas no llegan a tiempo. Pones una pierna en el aire. Sientes el vacío y la desciendes lentamente. A mí me están dando arcadas. Escuchas las piadosas voces que te suplican por unas veces más ¡no te tires! ¡No te lances! ¡No te avientes! Aún hay curiosos que sólo te miran sin decir nada. Igual tú no hablas con nadie. Entonces, neurótico, parece que tengo que resignarme. Todo indica no puedes soportarlo más. Tal vez puedas contentarte con tu muerte.


¡No! ¡Carajo! ¡Mucha altura! Y no tienes razón. Pese a que sólo una vez vives, hay muchas maneras de vivir, jovenzuelo. En esta sola vida tendrás varias desgracias y multitud de felicidades. Si te avientas, aparte de que estiraré la pata, no saborearás el triunfo, la esperanza, el reconocimiento, el cariño (de quienes te quieren; si yo sentiría, te quisiera), la adrenalina… no volverás a sentir esos sentimientos que tan en cara me has sacado. No tendrías cuerpo. ¡Te olvidaste decirme que no puedo tener sexo! ¿Todo eso lo vas a intercambiar por el mero sentimiento de pena? Y ya, de acuerdo, jovenzuelo, así aceptemos que quizá después de la muerte haya todo eso y más, nadie te lo podría asegurar, nadie ha vuelto después de muerto. Ni qué Lázaro ni qué ocho cuartos. Además, tú quieres a la mujer ¿no? ¿Tú crees que no le harás sufrir con tu suicidio? Acaso ¿no te quiere?


Sí, por culpa de los medios ya se enteró. ¿Y bien? Te cubres la cara. Y bajas de la ventana cuando un bombero gordo y con cara de cura entra y te indica que vayas con él. Tú obedeces. Y recién vuelves a escuchar una canción de tu memoria. Y ya, sí, ¡de nada! Casi me pasó por una mujer, idiota; todavía tengo que hacerme pasar por tu conciencia.




  1. Anonymous Anónimo | 6:20 p. m. |  

    Le suicide..

    Pas de tout degoutant (me refiero a la historia)

    Il y a longtemps que je n'ai pas lu les choses ecrite ici.. J'en avais besoin, je crois...

    Bon voyage (me refiero al personaje)!

    Saluditos!

  2. Anonymous Anónimo | 12:19 a. m. |  

    Estuve tentado por unos segundos a hacer el comentario en inglés. Digo, como para tener una variedad idiomática. Pero prefiero ponerlo en castellano: me ganó el nacionalismo y el disgusto por la lengua anglo.
    Es un relato interesante por su originalidad. Ponerse tan deshinibidamente en la voz de una conciencia que tiene, al mismo tiempo, una conciencia de sí misma, es una novedad que merece reconocimiento. Generalmente, las conciencias son tratadas con seriedad y, me consta, serias es lo menos que son.
    La ironía me parece el segundo pilar central de este relato. Es una ironía fina, no biliar como muchas. Eso también hay que saludarlo. El relato, a parte de generar interés, genera algunas sonrisas (irónicas, cómo no).
    Si bien no es un cuento que marque un hito en el estilo del autor, como sí lo hacen otros que ya he comentado, sí genera un saludable interés y un gusto por leerlo.

  3. Anonymous Anónimo | 11:48 p. m. |  

    Concuerdo con B, la ironìa y el tratamiento poco formal de la conciencia, bastante irónica... sarcàstica por momentos.
    El manejo que haces de la focalizaciòn es excelente. Conciencia dialogando con ella misma, conciencia dialogando con el suicida, conciencia brindando informaciòn de lo que acontece paralelamente (escenas internas, lèanse recuerdos - escenas externas, los que contemplan la escena)
    Me gustò bastante!

leave a response

Powered By

Powered By BloggerCreative Commons License