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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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No se lo digas a alguien










Pasa en algún momento. Despiertas una mañana de día de semana; haces lo que en los días de la semana pasada hiciste. Vas al lavabo y te miras en frente de ti; te abalanzas y mojas tu cara; te cepillas; el jabón te pinta la cara de blanco y los ojos te arden un poco. A continuación hay que apurarse porque todos los días el reloj te gana la hora (esto es un dicho bien literal); vas por el pasadizo disfrazado con la toalla de un árabe ignoto (menos ignaro después); haces tu cama (más literal, incluso) y buscas en tu cabecera (ahora biblioteca improvisada) unas hojas, donde están escritos varios garabatos que supones entender (ahora supones tenías que escribir más grande); la televisión hace minutos está prendida allí en algún lado de la sala roja (en realidad era medio topacio); pero por alguna razón misteriosa, prefieres ver la pantalla del microondas; es un capítulo más de tu sándwich de salchichas dando vueltas; por fin es the end y sale humeando, ¡cuidado! Échate kolynos, se volverá muy rojo y jamás volverás a cepillarte con kolynos; y sales apresurado como un día más de ese aparente todos los días de estudiar alguna carrera de tortugas contra conejos.

Quizá lo que más te fastidia es llegar y ser blanco militar de las vistas de todos. Hablan o, mejor dicho, crees que hablan de ti porque eso seguro pasa luego de que los pillas mirándote. Por fin alguien que reconoces se acerca y habla contigo. Es sobre las notas de la prueba pasada. Te pregunta por unas operaciones de matemáticas. Es el momento en que haces un diagrama sobre un pedazo de papel arrugado. Explicas y ya. Agradecimientos y promesas de no volver a caer en el mismo error. Piensas volverás a recibir agradecimientos por tu ayuda y nada más. Resulta que en ese paralepípedo de lados blancos ya no hay más conocidos. Piensas habrá que ver qué va con el primer día. Olvidé decirte que la semana pasada en realidad te la pasaste durmiendo, aparte del aparente todos los días.

Es la hora de la nostalgia y no estás escuchando la inolvidable (pienso que debes tener cuidado con sus regalías si es que esto se hace muy comercial). Hace un año, más o menos, había tres veces a cuatro el número de compañeros y sí existían amigos; pero no es mejor (iba a decir debes pero ya sabes cuál será tu trauma con eso) que seas tan apresurado: es el primer día. Pero no puedes aceptarlo aún; en estos minutos tus pensamientos van más rápido y con menos ataduras que después; entonces no puedes impedir verte pasando por el pasadizo riéndote con tus amigos, insultándote y dándole de cocachos progresivamente a unos cuantos. Y a ti también te dan porque no es bueno hacerse el cojudo todo el tiempo. Te sientas cuando se sientan todos sobre las banquillas de esa especie de vestíbulo organizado. El más avezado de la mancha habla sobre unos planes para ir de parranda la próxima semana a Barranco. El más pesado le dice, se contenta, es una buena idea. Justo en estos tiempos acostumbran prender cigarros, comprar chocolates, galletas, abrazar a las amigas, mejor dicho, agarrárselas; pero, claro, esto no lo hacen todos. Sabes que has logrado estar dentro de esos avezados que no les importa ser rechazados porque saben que eso es el cuento de hadas de las supuestas inocentonas de jeanes apretados y polos descubiertos. Por eso en este momento te toca hablarle a la del carmín y el lunar chistoso sobre su bozo (después sabrás también, su busto). Pero todo esto te está confundiendo; aceptas que no es lo que está pasando; solamente son hologramas imaginarios en tu cabeza y detrás de un soplido del cigarro derrumbado en tus dedos.

Felizmente, hoy estás tan experimentado que has terminado todos los ejercicios y encima te la has pasado de presuntuoso con uno de los profesores. Sales temprano. Pasan un par de días. Haces lo mismo; sólo que un día te percatas que hace falta cambiar el dentífrico y también el platillo giratorio de tus comedias en el microondas. No todos los días te has puesto a mirar fumando en la calle desierta, de espejismos de carros, una universidad y jóvenes andando a prisa y con las combis embaladas en las esquinas. Los hologramas se abren en tu vista y ves al más pesado sonriendo con una mueca de un niño desobediente pero inocente. Le da de patadas a una pelota plateada y corre atravesando la pista. Detrás de el, aparecen cortados por una viñeta pasada tus amigos hablando sobre la China. Es la nueva sensación de todos; tiene una figura levantada y aceitosa y, lo mejor para todos, aparenta ser cándida (más que todo, tiene un culo como operado). El más avezado le cuenta a otro (después solamente verás que la del bozo alunarado tenía precio) muy blanco, casi albino, un direte sobre el día de ayer. Uno de los cuantísimos amigos la tuvo de rodillas a la China. Llega a tus oídos. No te sorprende; hace un tiempo aprendiste que las caperuzas son peores que los lobitos y ya era hora. Sin que el cigarro se termine, te acuerdas que ese muchacho medio relleno lo logró. Se cargó al manjar oriental de vitrina de todos y ya empezaba a hacerse respetar por el más avezado. Tus hologramas siguen pasando y parece que el tiempo se hubiese quedado agotado en un imperdible por donde no pasa ni un grano minúsculo de arena.

Tú, (seguro el más conscripto), el más achinado, el más blanco y el más pesado quieren saber cosas. Se sientan con unas chicas y aprovechan las aulas vacías durante las tardes oscuras. No lo ves muy bien en el holograma pero crees que se ayudan con unas linternas en la oscuridad. Allí, sin una botella beoda, quieren contarse la verdad, sin saber nada de Sócrates y sabiendo con las justicias de Sofocleto. Resulta que todos tienen a alguien que les gusta; todos tienen un blanco exacto, donde tirar (cómo no se te ocurría comparaciones tan desabridas antes); todos excepto tú. El más café (ese se te olvidaba) bien sabe que sí tienes un blanco pero eso no tiene nada que ver con todos. Pero, de todos modos, estás convencido que no es lo mismo; ellos verdaderamente están muy interesados en sus blancos; tú no lo estás tanto; sabes cuál es el límite; desmientes todas las veces que van a la esquina de su casa y te le prendes de la cintura y la desquicias en el acto superfluo de pedidas de mano imaginarias y músicas estridentes. La ves llegar del paradero pintarrajeado de graffiti art y demás pendejadas; con su hermosura de adolescente de pasarela y las manos delgadas y porfiadas de caricias, rubores y una corrediza fragancia de un cumpleaños. En la recepción, o una especie de esto, te informan que está. Ese día te ves con ella y se van de allí. Pero regresas al momento en que todos te señalan; no le gusta nadie. Si hubo alguien en quien realmente casi pensaste en serio fue la nadadora.

Ella es como un proemio de muy después. La nadadora hace varias bromas sin importarle si su sexo se ve comprometido. Eso era algo que jamás has visto con tanto desparpajo. Durante algunos intermedios andan unidos del brazo; te cuenta sobre bandas; si el disco que traes era menos fuerte que sus discos. Además tiene un reproductor poco menos que excelente. Viste por las mañanas de manera deportiva; pareciera que siempre está lista para irse a la piscina; su cabello quemado huele a cloro. Un día se van a jugar con palos y unas bolas pesadas. En este tiempo ella no sabe muy bien jugar. Siendo ella la única mujer con todos los más, recibe algunos consejos. El más pesado le da uno tirando muy fuerte del palo mientras el más achinado juega en el pinball de unos metros afuera. El más café también está con él, metiendo más monedas para jugar un round más de un juego de peleas de dibujos animados. Allí te fijas que se interesa en el más avezado; es una de las muchas ocasiones cuando chocas con él; las veces que se siente la falta de definir quién es más avezado, si el conscripto o el vagabundo. Pero no es necesario para la nadadora que ya ha decidido. Te pide un par de cigarros y dobla por una esquina, muy cerca al baño, y desaparece sola. La ven solamente una vez las bolas pesadas estén siendo guardadas por el más pesado; y prende un cigarro negro y suelta diez mierdas de su boca nicotina.

Algunas veces los más te han interrogado sobre la chica de pasarela. Lo sabes y te percatas del último pito del cigarro. Hace frío pese a que el verano está cerca. Un conocido más aparece atravesando su figura gruesa y te saluda. Te pregunta por ti, es una sorpresa volver a verte aquí. Nadie lo imaginaría. Te fuiste de este lugar y sería para ir al frente. Pero tú lo encaras diciéndole estabas harto del otro lugar; ahora llegarías a estar listo. Un hombre alto y arremolinado por un bandullo en el vientre les ordena que ingresen. Subes esa escalera donde sigues oyendo las pisadas de un montón de gente apresurada por no llegar tarde, sentadas en los peldaños cantando o contándose los dedos deshechos en piruetas acrobáticas, uno que otro mirando que nadie más pase mientras se acarician o se dicen sonoras cosas al oído, muchos empujándose y gritando groserías, tú mirando al frente tu espalda desconcertada porque estás viendo el nuevo ambiente.

Todo parece ser normal. Sabes qué pasará durante todo el día. Parecería que lo tienes planeado en un problema, donde las posibilidades son menudos números en lápiz y sudor. Un amigo tuyo es el que pintarrajea en la pizarra indicaciones y más diagramas. Como te decía, sabes todo. Los números, los giros de las figuras rectas, cóncavas, bien dibujadas por tus dedos elásticos en esas faenas; solamente es cosa de esperar. Es de imaginar perfectamente que de aquí a unas semanas seguirás viendo muy entretenido comiendo palomitas de maíz el desenlace de tu novela favorita El calentamiento de las papas fritas del jueves; y lo harás satisfecho de seguir yendo donde la chica de la pasarela, diciéndole nimiedades que empiezan a tener sentido y no te darás cuenta, jugando los fines de semana en casa del más pesado como bien ya has ido hará unos meses. Hay un ruido entrecortado. Te ríes de algunas majaderías de uno de los problemas. También de algunas palabras nuevas que aprendes. Sabes muy bien, en absoluto, tus padres se sentirán muy bien pues por fin habrás conseguido lo que todos allá querían. El ruido se aligera y pícara se hace una carcajada violeta en un prisma cerrado por ene lados. No hay nada, te dices, que ahora pueda detenerte. El hombre alto te ha advertido que no será nada fácil mantenerte y que será muy estricto contigo. Incluso sabes que ese ruido es de alguien púrpura, que figura una silueta púber de una mirada diminuta. Lo sabes todo y al mismo tiempo no sabes las excepciones que ni siquiera filosofías todavía intentarán explicar la bonita aparición de risas traviesas en el rompecabezas; en el laberinto en el que estás a punto de entrar; durante los demás días no sabrás nada, ni siquiera hacerle reír mirando el horno microondas.


  1. Anonymous Anónimo | 10:57 p. m. |  

    Nunca antes había sentido fluir tan ágilmente un cuento tuyo. He quedado muy satisfecho con este relato. Y he quedado así porque el estilo me ha gustado mucho. La ligereza narrativa (por favor no confundir aquí ligereza con banalidad) parece abrir una nueva tendencia que espero continúe.
    El manejo de la segunda persona, está muy bien tratado. El narrador que se esconde tras esta persona gramatical, no peca de indiscreto ni mata el entusiasmo por continuar la lectura. Por el contrario, puede hasta ser un condimento divertido.
    En esa misma línea, el personaje central está muy bien dibujado. La original manera de describir su entorno lo pone en un primer plano donde el lector siente que tiene una filmadora en mano con la cual está siguiendo al personaje.
    Sin duda, este relato es una muestra de que la sencillez narrativa puede, con más mérito que los textos densos y soporíferos, transmitir una historia en la que el lector siente que ha conocido a nuevas personas o, incluso, siente que él mismo es el personaje.

    P.d.: Otro saludo a la novedad de haber modernizado la bitácora. Eso sí, las imágenes previas al texto se extrañan.

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