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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Disco Lights after a sunset




Epigraph.


A unreal ligthing keenly runs towards a real lightness’ sunset

when there appears a self sense.

He can sense sadness.

South Dakota draws several crimes and a high cliff madness over sea.


Encontrado en un libro viejo y deshojado.

Desconocido.











Primera Parte


No me gusta mucho el latin pop. Su ritmo es demasiado contagioso; los pasos son graciosos. Hace un rato trataba de mover los brazos y las piernas; me salía algo mal pero me importaba un bledo. Ver la risa de Tomás o la de Corina o la de Silvia me hacía olvidarme por un rato de mí mismo, y por esforzarme en imaginarme bailando. El trago también contagia bastante. No paro de reírme. Hace unos segundos me preguntó Cori qué estoy escribiendo. Le dije que planeo hacer una especie de relato de un tono. Me dijo que estaba cagado, y qué tenga cuidado que ni siquiera en este lugar podía estar con la laptop tan tranquilo y confiado. Tomás me amenazó con tirar su vaso de chela sobre el teclado si no dejaba de escribir. Silvia no paraba de reírse, de decirme que soy el antropólogo más tieso de la promoción, que no me gustaba bailar y que esto no era más que un pretexto para bailar. Luego puse una cara seria y con voz afectada les dije que se vayan a bailar de una vez que yo estaría concentrado en ver como lo hacen. Silvia se avergonzó un poco y amenazó con hacer otra versión del mismo relato en el que describiría exactamente como bailaba. No pienso decir como baila entonces. Aunque no sé qué dirá ella y los demás cuando vean que no los puse en el anonimato.


Doy uno que otro sorbo de un vaso de plástico, de esos que tienen el sello de una cerveza. A mis costados no hay más que unas casacas, un par de bolsos y una mochila gigante para acampar. Tomás la trajo decidido a irse de aquí a dos días. Siento de repente que estoy haciendo uno de los trabajos de campo que tanto nos tienen acostumbrados en la facultad. Me llaman la atención las dos parejas de mujeres que bailan solas. Solo se conocen de en dos en dos; van mirándose y riéndose por la manera de mover las caderas. Dan la vuelta sobre el mismo sitio y se agachan. Bailan reggaeton y corean la letra de memoria, levantando las manos y derramando sus tragos. A su alrededor apenas veo otras parejas que se mueven un poco más rápido. Las mujeres dan de leves tacones contra el suelo. En la parte más conocida del ritmo, cuando la percusión se detiene en una sola tonada y se parece al ritmo de un temblor rápido, las mujeres se voltean y mueven el culo a la misma velocidad que la percusión; cada abdomen tiembla bajando hasta tener a los cuerpos de los hombres y las mujeres de cuclillas. Esa posición nos causa bastante risa y nos pica más, es un reto mantener el ritmo. Al menos yo no estoy tan en forma y puedo dar una que otra contorsión a las rodillas y la pelvis. Eso fue hace unos cinco minutos. Vuelvo a la laptop varias veces para continuar pero no recuerdo un período definido.


Las mujeres que bailaban solas ahora están sentadas en una de las mesas que están muy pegadas a una pared de la discoteca. Me gustan las luces. A ellas las ponen coloradas, amarillas o azules. Hay un láser que a ratos nos recorre todo el cuerpo. Una de estas mujeres me gusta. Lleva un pantalón blanco, muy estrecho, y una top negra. Tiene la piel bien clara; y el cabello, avenado. Solo noto un poco su cara. La forma de los ojos, alargada; y las demás formas son pequeñas y apretadas. Su boca parece un botón carmesí que se abre apenas para mostrar el hilo negro y los dientes de un cierre blanco. La he mirado varias veces y ella me ha atrapado mirándome haciéndolo en unas tres o cuatro veces. En la última le sonreí. Pienso en invitarla a que tome asiento en estos muebles. Me encantaría ir conociéndola mientras escribo. O si gusta me detengo y vamos a bailar y esto se va al diablo.


Pero no lo conseguí. Fui al baño y estuve dando vueltas por la barra. Vi a Cori abrazada de Tomás. Al cabo de unos segundos la volví a ver de espaldas muy pegada a él. Riéndose se decían cosas al oído y no se dieron cuenta de que estaba hecho un sapo viéndolos. Silvia estaba en otra parte. Me pareció verla prendida de un moreno más alto que ella. Busqué a la mujer de cabello avenado y no la encontré. Por desgracia solo encontré el trago vacío y colillas de cigarros. Tuve que contentarme con sacar a bailar a una chica de cabello bastante ondulado. Su cuerpo no me gusta. Pero le pone bastante ánimo al baile y se deja llevar bien en las salsas. Estuve bailando con ella por más de media hora. Acabando se acercó al oído y me dijo que estaba cansada y preguntó mi nombre. Asa o tal, le dije. Y ella me respondió que un gusto. No hablamos más y le agradecí por el baile. Antes de regresar a la mesa donde está la laptop fui a la barra a pedir unos tequilas. La cerveza se me hacía muy amarga a estas horas. Una pantalla gigante muestra animaciones y mosaicos de Barrena o Cristal. Me quedé viéndola durante unos breves minutos mientras sorbía la copa de tequila. También aproveché para dar una mirada panorámica de todo el local. Me empiné y habré calculado unas ochenta personas. Terminé la primera copa de tequila; pedí otro y regresé al sitio.


Han pasado unos veinte minutos. Estuve conversando con Silvia. Estaba muy mareada y me dijo que tenía sueño. Las luces le mareaban y mejor se quedaba sentada un tiempo. Me hizo varias preguntas y ya leyó lo que está arriba. Estuvimos forzándonos. Ella quería borrar los nombres y yo por supuesto que estaba impidiéndoselo. En uno de sus afanes por llegar a la tecla backspace, pude cerrar el procesador de textos. La laptop se cayó al suelo. Y riéndome la tomé de la cintura y ella hizo algo que no esperaba ni siquiera en la alucinación más morbosa que haya tenido. Se ladeó a un lado y se subió en mí. Acercó su cara de golpe a la mía. La empujé a un lado y me seguí riendo, fingiendo que todo era un juego. Ella siguió riéndose como loca y me dijo que iba al baño.


Veo hacia un rincón del frente. Por fin me quedo sin nada que decir. Mejor escribo. Tomás está besuquéandose con Cori. Es inaudito. Jamás los he visto compartir tiempo y uno que otros apuntes de un curso. Apenas los he visto hablar. Tomás es muy amigo mío y me cuenta todo al respecto de la universidad. No me dijo nada sobre ella. No sé cómo tomarlo. A Cori la conozco más que a él, desde que ingresé. Jamás me ha hablado de algún gusto por alguien de nuestros amigos. Entonces o ellos han sido muy desconfiados conmigo o yo he sido un completo imbécil para no darme cuenta o recordar. Tardo más en escribir y borro más de una vez para tratar que esto sea entendible. Ya las luces pasan más rápido y menos puedo distinguir las cosas. Silvia ha desaparecido de repente. Ella también me ha sorprendido como mierda. Está muy borracha; yo jamás la he visto con ojos para gustarle o insinuarme; no he hecho nada de ello porque más me atrae una amiga suya. Seguramente después hablaré con ella, necesito hacerlo. Yo también pienso al igual que todos que el trago te cambia y haces cada estupidez. Creo que una es estar escribiendo ahora. Total al inicio pensé en solo hacer descripciones del lugar y la gente; pero se está volviendo cada vez más personal y no lo puedo evitar. El trago hace más hablar y escribir en mi caso. Y seguramente mañana veré que he escrito puras huevadas sin importancia alguna. Eso pienso.


Eso pensé. Es ella, no, no, eso no puede ser. Un grupo de tres mujeres y dos hombres ocupa el sitio que una de las parejas de mujeres, el sitio de la mujer de cabello avenado. La que no puede ser ella resopla el humo del cigarro y hace un gesto con la otra mano a una mujer morena de a su costado. El otro costado está uno de los hombres. Y los restantes están al frente de ellos. Si es ella tengo que acercármele. Difícilmente me reconocerá pero haré el intento; no puedo dejarla pasar así nada más. Al menos que sepa que estoy aquí y ha venido al mismo lugar que yo.


Cuando me prestaba a ir Silvia vino. Me detuvo diciéndome que quería que dejara de escribir y nos quedáramos dormidos hasta que Tomás y Cori se aburran y nos digan para irnos. Le dije que ya pero que me espere un rato. Se tiró al mueble y cogió su célular. Fui donde ella pero será que ya estoy tan borracho que sentí un mundo antes que llegará. Una vez al frente suyo, le pregunté algo haciéndome el interesado pero sin dejar de estar sereno.


–Disculpa, ¿tú no eres Lucía?

–Sí, hola –se quedó mirándome y sonrío al saludarme–, pero de dónde te conozco.

–Entonces no me reconoces. Estudié en el Bolognesi.

–¿Qué?

–Que estudié en el Bolognesi junto contigo –le grité porque había mucho ruido y ni yo me escuchaba–.

–¿En el Bolognesi? Pucha, sí conozco el colegio, pero, o sea, no estudié allí, estudié en el Nazareno, un cole particular chiquito que está por el tuyo.

–Ah, no te creo. Tú conoces a Esther y a Laura, ¿recuerdas? Tú andabas con ellas. Pero qué imbécil; no te he dicho mi nombre. Soy Franco.

–Ah, Franco, más bien yo soy la imbécil que no te había preguntado. Pucha pero no te recuerdo. O sea no me acuerdo de tu nombre. Tu cara si se me hace un poco conocida. Y sí debo conocerte, claro, si conoces a Laurita y a Esther.


En ese rato sus amigos salían a bailar y entonces aproveché para sentarme a su lado. Me miraba sorprendida, sonriendo a cada rato porque no me recordaba. Mientras sí yo un poco a ella. Y lo recordé todo cuando giró su cabello y olí algo. Le empecé a hablar de las cosas que se me venían alocadas a la mente. Ella también empezó a recordarme a los amigos que tenía en su colegio y todo fue cobrando orden y claridad. Noté por un momento que Silvia estaba mirándome. Inclusive me hizo una o dos señas para que regresará con ella. Ahora duerme a mí costado y a ratos me besa. Todo lo que teníamos entre nosotros, entre Lucía y yo, era cierto pero pese a ello ella no daba con siquiera un momento que hayamos estado juntos. Fue muy extraño. Intenté con varias cosas que conocía de ella pero se quedaba callada recordando y pidiéndome más de una disculpa por no recordarme; Lucía lucía preocupada porque de hecho tenía que verse con el doctor; seguro algo tenía mal que había olvidado eso y de seguro también ya ha olvidado otras cosas. Me presentó a sus amigos y les contó lo que nos tenía serios y ocupados.


–La verdad es que te manyo desde la universidad. Pero sí me has hablado de Laura –una de las voces varoniles le dijo a Lucía–.

–Yo sí vivo por tu jato pero recién lo supe en el inglés, Luci. Pero estás tan borracha, huevona, como para no acordarte de vainas como esa. ¡Mañana no va a recordar a nadie! –Dijo la voz femenina que estaba más cerca de ella.


No tuve otra que dejarle mis datos para ver si nos juntábamos otro día. Ella me los pidió en realidad porque estaba de verdad preocupada. No la saqué a bailar porque me dio un poco lástima Silvia que yacía dormida. Pienso en sacarla dentro de un rato si convenzo a Silvia de que se quedé sola y no fastidie. Y no es para exagerar nada; ha pasado menos de una hora cuando vi a Lucía. Me despedí dándole un beso en la mejilla y olí algo nuevamente.


Segunda Parte


Es una mañana de verano en Lima. Camino por unas cuadras de mi casa, en dirección a un parque. El sol atraviesa los resquicios de los árboles y permiten el reflejo de las cosas en pequeños charcos, formados por los primeros chorros de agua de las vecinas que atentas y solícitas disparan sobre las hojas de sus jardines. Tengo una mano metida en el bolsillo de una bermuda. Doy con una calle estrecha y a escasos metros, aparece la figurilla de una chica en bicicleta. Conduce despacio, mirando al frente y enseña una sonrisa. La reconozco. Sé muy bien quién es. Dejo de darle la cara y volteo. Camino siguiendo la calle y retomando el sentido original. Extiendo los dedos de la otra mano y estos raspan las paredes. Siento los surcos que forman los dedos y se deshacen por la pintura roída. Haciéndome el bizco, la vi un poco. Casi está a la misma altura que yo. Escucho mi nombre. La veo y digo su nombre. Estoy atolondrado. Raspo su mejilla con la boca. No la beso. Y ella me sonríe y habla en voz baja. Me pregunta qué hago por acá.


–A veces voy a comprar pan por las mañanas.

–Sí, Franco, tienes una cara de recién levantado.

–No sabía que eras de hacer ciclismo por las mañanas –se ríe.

–Fui a casa de Esther a dejarle unas cosas que me prestó el otro día…

–¡Ah¡ –ella continúa.

–… También vamos a salir por la tarde. Iremos a caminar por allí.

–¿A qué hora? –mira mi pregunta y pone los ojos arriba, pegados a su frente y veo que me encanta.

–Seguro que a las cinco estaremos yendo. Vente pues a esa hora. El otro día nos faltó vernos.

–Claro, Luci. Te veo allá a esa hora.


Continuamos caminando en silencio. Parece que me acompaña caminando junto a su bicicleta. Me doy cuenta de que no sirve teniéndola a ella a mi lado (también la bicicleta). Le ofrezco llevarla en ella. Ella dice que ya, pero no conduzcas tan rápido que ya me he caído varias veces. Se sienta en el fierro y no puedo evitar ver la tersura de sus piernas. Conduzco como ella me lo indicó. Por un pasaje rodeado de arbustos, cipreses y flores diminutas y grandes, salimos a la avenida. Un carro nos sorprende de improviso. Doblo despacio. Cruzamos el primer lado de la avenida. Para el segundo esperamos unos segundos de pie. Un semáforo a lo lejos detiene los autos. Pasamos entre pickups y un par de volksvagen. Vuelve a subirse en el fierro. Huelo algo. Llegamos a la panadería y me espera en las afueras. Hay una cola. Un señor tose detrás de mí y delante está una señora de unas arrugas chistosas, se parece a un perro danés. Recibo el vuelto e indico cuales son los panes que me interesan y que en realidad no en lo absoluto porque no me gustan y me lo mandaron. Y ella me mira sonriente. Me pregunta por el pan. Le digo que sí, no me gustan pero a papá sí, y a mamá se le pasa con varios sorbos de leche o jugo de naranja. Ella le gusta la naranja, me dice. Yo también, rico, delicioso y huelo de nuevo. Conduzco la bicicleta y me desvio adrede para retrasar el viaje, asegurándome si ya se va luego de que deje el pan. Me pregunta si no se molestarán por demorarnos en el parque. No, sabrán entender. Me cuenta sobre Zulema; una amiga suya; la vi un par de veces. Le quito un carmín que tenía en la muñeca izquierda. Lo estiro bastante. Lo trato de enroscar en mi cuello. Se hace la molesta y, pícara alarga las manos para quitármelo. Me tira algo en el vientre. Un codo. El carmín se abalanza al piso. Ella se agacha para recogerlo. Luego va en busca de una manguera en medio del parque para mojarse que le hace calor.


La miro alejarse. Siento algo adentro. Muevo la pierna derecha que solamente años después sé que es la indicación de ansiedad o de una fuerte señal de emoción. Estoy emocionado porque estoy con Lucía. Aspiro como si el sereno de la mañana vendría cargado de florales inciensos y aromas de mujeres. Encuentra la manguera y la acerca a su cara. Yo sigo oliendo algo que ya sé que es. Me pongo de pie y saco de mi bolsillo un colet. Mientras se iba, no se percató del robo. Mi mano y brazo se percuden del olor. El sol quema y alumbra para rebosar el sudor. Se moja cerrando los ojos; sus jeans shorts se mojan ligeramente por los bordes; las zapatillas deportivas y blancas, también. Su pecho se alza cerrándose en dos redondas curvas sedosas tímidas y ella se agacha una vez más y su cabello negro liso se desprende en un montón de líneas desviadas casi rectas difusas frescas humedecidas frías heladas estribas perfumadas y sigo oliendo. Me ve a lo lejos y gestual rápida brillante avienta la manguera al suelo y camina curvilínea en una recta y las manos se balancean en intercalado y se detiene sin que me lo espere. Se amarra las zapatillas a medio camino. Le digo algo pero no lo recuerdo. Me río de algo pero lo sigo olvidando y confuso recuerdo, me muevo y oculto lo que me he robado. Vuelve mirando a donde no sé.


Tercera Parte


Cuando me levanté encontré la laptop al borde de la cama, casi se cae. Me puse a escribir sobre cosas que me hizo recordar lo de anoche. Casi tiro con Silvia. Fue patético. No quiso ir a su casa porque no le iban a abrir y no tenía las llaves. Mejor regresaba por el amanecer. Duerme y por veces parece roncar levemente. Estuvo buscándome con varias frases empalagosas; me ordenó con histeria que nos acostáramos. No le dije nada. No dije algo. Callé lo que ella veía como todo y solo me preocupé por detener su violencia. Se ha destapado un poco y le paso la almohada por encima de su cabeza. Gritó varias veces insultándome y acusándome de homosexual e impotente. Luego se tumbó a llorar sobre la cama. Que estaba enamorada de mí, que yo era injusto y que casi le saca la mierda a la estúpida con la que estuve bailando un rataso. Así no sabía que estaba enamorada, así se dobla un poco encogiendo su vientre con sus rodillas y abre los ojos. Dijo que no sabía nada al final, qué cosa puede saber una de amores cuando todo es engañoso y una basura. ¡Basura¡ ¡Basura! Por acá dondequiera en mi casa su casa la esquina la avenida Surco su casa Jesús María La Virgen del Rosario, el colegio, donde sea es donde digan a donde saben encuentran basura y…


–¡Basura de mierda, Franco!, ¡Basura de mierda!


Yo soy basura y me olvidé de sacarla. La dejé un rato mientras se sentaba en el borde de la cama. El basurero viene los viernes. Me olvidé de dejar abierta la puerta del departamento. Toqué el intercomunicador para decirle al guachimán que abra. Avancé por las escaleras. Al entrar divisé el fondo y por la cocina la vi sentada en la mesa. Comía una manzana. Me la mostraba con dulzura, indicando con sus mejillas partes de la redondez de un par de manzanas que la manzana está rica y que si quiero una manzana, que con gusto le gustaría también para desayunar una mermelada de manzanas. Yo le digo que solo me recuerda a las navidades, cuando usual y típicamente se come en Lima acompañado de un asado de pavo. En ese instante aprovechó que me acerqué para hablarle, para sentarse al borde de la mesa y jalar una silla con los pies. La vi impactado, no sabía qué hacer. Cruzó las piernas y se remangó el borde del polón que uso para dormir varias veces. Vi que tenía caído un poco el elástico de su ropa interior y acto seguido cogió una manzana de una frutera que estaba a su derecha y me dijo que era mía. Luego bajó la cabeza, no me vio más y se bajó rápido de la mesa y con los pies descalzos se fue cabizbaja a la sala; cerró tras de sí la puerta y no dijo nada, ni dije nada, mordí la manzana y salió un jugo que me salpicó y me cegó un instante un ojo derecho.


Acabo de entrar a mi habitación y retomo el hilo del relato. No hay ruido y no le he dicho nada. En la noche, me animé a sacar a bailar a Lucía y a apagar la laptop un momento. Este se convirtió en un par de horas. Bailamos todo tipo de música. Conocí más a sus amigos y e intercambié risas y burlas. Corina y Tomás no aparecieron pero llegó un mensaje de texto de él unos minutos más tarde, cuando giraba el brazo de Lucía al son de una salsa cubana. Leí el mensaje cuando me fui al baño. No regresaría más. Que no me preocupe, que se fue a dejarla a su casa pues se sentía mal. Recordé que Tomás puede asumir una tragedia a cambio de conservar un triunfo. Le respondí al mensaje diciéndole que le deseaba mucha suerte, que no lo había pensado jamás con ella; al último le puse una frase chica que daba a entender que Corina era una buena chica; no la vaya a cagar.


Lucía se pegaba a mi hombro la vez que hicimos piruetas torpes; yo me sentí torpe; ella, lironda a las luces de la discoteca, se arropaba con unas sombras borrachas que retrocedían y avanzaban a trancas y se contoneaban sin paciencia; la música cambió. No lo esperaba. Pegó su cuerpo estando de espaldas. Y quitó lo sonrisa de su cara. Se limitó a igualar los labios y redondear aún más sus ojos. La expresión en su rostro la vi parecida a la de mujeres libertinas, ocupadas en conseguir ir a agarrar de una vez con el objeto de la expresión. Pero sus demás gestos y comentarios no se correspondían con esas mujeres. Solo estaba entretenida en ser amigable y mantenía su distancia cuando respondía con igual juego a sus acercamientos. Finalmente, al haber pasado cerca de media hora de baile continuo, me dijo que quería sentarse.


–Bailas bien pero te falta un poco más de soltura. Eso sí, manyas la coordinación y puedes guiarte bien con tu pareja.

–Me he esforzado. No acostumbro a bailar mucho; solo bailo de manera eventual en oportunidades como esta.

–Bueno.

–Sí.


Unos segundos. Cada uno sorbió de su vaso.


–Hasta ahora no puedo recordar de dónde te conozco.

–Mejor deja de pensar en eso; no vaya a ser que de verdad tengas problemas neurálgicos.

–¡Qué extraña palabra!

–¿Cuál?

–Neurálgicos.

–¿No la habías escuchado?


Y no. Le dije de que se trataba. Asintió y explicó que porque estudiaba sobre finanzas y leyes, no había escuchado esa palabra. Taradeó la canción que estaba sonando y volví a sacarla. Esta vez fue más extenuante. Y el aroma húmedo de su cuello se escurrió. Iba recordando. Quería decirle tantas cosas. Moverla a por fin delatar su memoria perdida. También pensé en que estaba fingiendo y por alguna razón ha estado enfadada conmigo y que se separó de mí por algo que hice. Me culpé. Todo estaba borroso. Estaba borracho. Y taradeaba en voz alta letras de canciones que no sabía. Me imaginé como un imbécil pero no me importaba. A ver si las imbeciladas con rigor le decía quien era. Si el nombre por fin se separaba de las palabras y ganaba un significado no verbal en imágenes, sensaciones, vivencias, ruidos, insensateces, sandeces, ropa, miradas, atardeceres, globos inflados con agua, pieles y la existencia concreta de alguien que creí ser yo en un tiempo. La letra, los pensamientos se combinaron en caos de sensaciones donde ella siempre estaba avispada y cauta con sus pasos; yo, más torpe. Al sentir el pesado tumbo de mis piernas y todo mi cuerpo, le agradecí por el baile y le dije que tenía que irme. Solo me hizo un gesto de chao y cogió una mano que un sujeto le tendía para invitarle a bailar. La vi bailando a lo lejos mientras me alejaba con una distancia precavida y mayor que tuvo cuando bailábamos. Me alegre bastante que fuera tan cuidadosa y que me haya concedido esa cercanía un poco en exclusiva. Fui a la mesa donde sus amigos conversaban. Me despedí de cada uno. Y le dije con descaro y exceso de confianza a su amiga con la que había conversado muchas más veces durante esas horas, que tomaba prestado esa pulsera de la cartera de Lucía. Ella me preguntó que para qué lo quería. Le dije que lo sabría después. La expresión que puse fue incitadora, quería que se convirtiera en mi cómplice. Así fue. Rebané su cara con mi mejilla y termino de comer todas las mejillas de la manzana.


Tocaré la puerta que da a la sala. Me preocupo por Silvia. Su ropa está en mi habitación y solo puede tomarla atravesando la puerta que está cerrada. Le preguntaré por cómo está y le pediré disculpas o le concederé más tiempo; pienso en intentarlo con ella; me preocupa que sea tan loca cuando se le pasa los tragos. Tendré paciencia. Es una buena chica. No puedo negármele. Con su gusto la verdad que me enorgullece. Veré qué pasa.


Cuarta Parte


No abrió. Grité. No hizo nada. Pareció desaparecer. Le ordené de mala gana que abriera. Busqué en la repisa de la cocina. Encontré un llavero grande. Empecé a descartar varias llaves. Probé en la cerradura. Me demoré más de un minuto. Perdía la paciencia. Abrí. Vomitaba por la ventana. Unos gritos se oían de afuera.


–¡Carajo! ¡Idiota, qué mierda haces!

–Let me go! Fuck off! –Apenas gritaba dándome varios codazos en el estómago y jalándome el cabello con su mano empapada de vómito.

–Ahora se te dio por decir cojudeces en inglés. No te pasa la borarachera, Silvia.

–Who you think you are, huh?


Su estrambótico cabello marrón empezó a encresparse por arriba, tanto como mi cabello. Me dolía bastante. Tuve que me meterle un puñete en el estómago. Se quedó privada. Se retorció arrodillándose. Temí que sangrara por la boca. No hubo rastro de sangre. Le pedí muchas disculpas. Y la acaricié. La besé con el vómito encima de su boca y dentro de la mía luego. Le pasé las manos por la cara, limpiándole los restos de comida o lo que haya provenido de su estómago. La eché en el sofá. Y se quedó allí tiesa y tranquila. En inglés me pidió disculpas. Le pregunté por qué hablaba así. Me dijo que había vivido durante su toda su niñez en Detroit y sin pensar dijo todas esas cosas. Yo comprendí al instante y le volví a decir que me disculpará. Se quedó dormida. Me lavé en el baño durante un rato.


Varios pasos de los vecinos se escuchaban tras la puerta. Temí que al menos uno se animará a preguntar por el escándalo que había hecho con Silvia. Felizmente nadie se atrevió. Me siento a escribir lo ocurrido. Pero suena el timbre. Debe ser finalmente un vecino que por fin se animó.


Quinta Parte


–¿Sí?

–Hola. Disculpa, seguro debes estar resaqueado.

–Lucía.

–Estefani me dijo que te llevaste una pulsera. No es por nada pero…

–Sí, no sé qué decir.

–¿Puedo pasar? Es que hay mucha gente.

–Claro, sí.


Unos instantes. Se sentó y vio impresionada a Silvia que dormía.


–Veo que tuviste una gran noche, ah.

–No es eso –solté una risa– necesariamente.

–Debería reclamarte mi pulsera pero no sé por qué pienso que al mismo tiempo no debo hacerlo.

–¿Cómo?


Hubo una pausa.


–Me tomo un poco de tiempo llegar a tu edificio. Apunté un poco mal en el cel la dirección cuando me la diste.

–Ah, sí, si no conoces es difícil llegar.


Hubo otra pausa.


–Sentí algo, Franco.

–¿Qué?

–Es una cosa de antes.

–No entiendo.

–No lo sé. Pero eso basta. Te recuerdo un poco –tomó un leve respiro–. Recuerdo que un día estábamos en una tarde. Era en un verano, creo. O sea, creo que fue hace bastante tiempo. Es chistoso –comenzó a reírse–, no sé cómo pude olvidarlo.

–No será un día que íbamos a jugar a los carnavales. ¿Eso es?

–Puede ser. Tuviste algo mío. Te robaste algo mío.

–Tomé tu colet por la mañana de ese día.

–Nos besamos.

–En la mañana creo que sí.

–No, ayer.

–No, Luci, no lo hice.


Sexta Parte


A diferencia de hablar, escribir tiene ese toque de pensar y de tomarse tiempo para comunicar algo, al menos. Por eso no lo puedo evitar un poco; no puedo evitar poner cierto orden cuando lo hago.


Me paso toda la mañana jugando con el colet. Pero no quiero estirarlo. Quiero que lo vuelva a usar y que tenga el olor de ella o de lo que use. Antes de entregar el pan, la arrincono conversándole de una ramita que pende de lo alto de un techo. Le digo que la mire y luego la tengo de su mentón. Me dice que le gusta. Y que ya sabe que lo haría. Que algo romántico. Y que Laura ya se lo había contado. Ya le habían dicho que me gustaba y que haría una cosa así. Después de unos segundos me dice que tenía que pensarlo. No podía estar conmigo así nada más. Es bueno esperar tiempo, me dice cogiéndome de las manos. Me besa los dedos. Me pide disculpas si quiero que de una vez estemos. Suelta mis manos y se despide.


Pasan las horas. Mis padres me ordenan que haga unas cosas. Es sábado y tengo la tarde libre. Prendo la televisión y miro varios clips. Me gustan varios de las bandas roqueras que salen en el cable. Salgo al balcón. Quiero ver quién camina por la calle. Me entretengo con un vecino barrigón que enseña su montón de grasa sin vergüenza y con comodidad, sin tal vez proponérselo, mientras habla con otro vecino. Encuentro a Laura caminando por mi casa. Me cuenta que se reunirá con los demás una hora después luego de que le conté que conversé sobre el tema con Lucía. Al anochecer comienza. Pongo la ropa y las cosas que usaré en orden. Entro a la ducha. Mis padres salen de compras. Soy hijo único. Me ofrecieron llevarme. No quise. Que voy a salir.


Hace poco fumo. Preparo los cigarros en un bolsillo. Salgo por la cochera de la casa. Atravieso unas tres calles antes de llegar al lugar donde habíamos quedado. Era un bazar. Allí varios compraban materiales para el colegio. Voy seguido por aquí para lo mismo. Frente al bazar, hay unas banquillas con respaldar donde se puede sentar cualquiera. Allí esperan Laura, Esther y Lucía acompañadas de un amigo seguramente de ellas. Intercambiamos saludos, uno que otro comentario, no lo sé con exactitud. Caminamos por la avenida. En algunos lapsos breves Laura o Esther se murmuran cosas en los oídos de Lucía. Ella responde con monosílabos, sí, no, ya. Y yo quiero saber. El amigo seguramente de ellas conversa divertido con Esther y me comenta algunas cosas de su colegio. Las tres están en el mismo colegio pero en diferentes secciones. Somos cinco adolescentes que llegan a una casa de donde proviene música en alto volumen. Me dicen que ya llegamos. “Pensé que íbamos a caminar”, dije extrañado. Lucía con determinación dijo, “ya lo hicimos”.


Nadie bailaba. Solo se juntaban en círculos, pasando por ellos mismos una botella de licor. El ponche que quién sabe quién había preparado para la ocasión se había terminado. Pedí la hora a un chico más joven que yo, anda por los catorce años con facilidad. Diez y diez. Lucía se me acerca y no sé qué decirle. Le comento cosas que jamás habían pasado por mi cabeza. Hago comentarios improvisados sobre el lugar y sobre los demás chicos. Ella aprovecha para contarme anécdotas y advertirme que Laura se puso más mosca que Esther y ya está coqueteándole a su amigo. Me relata riéndose y bebiendo pocos sorbos de un vaso apenas lleno en su acuarta parte, que ellas estuvieron persiguiéndolo desde segundo de secundaria. A ella no le gustaba nada, me dice. Me entusiasmo.


Por ello le estaban murmurando. No tenía nada que ver conmigo. Ella me lo asegura. Bailamos unas cuantas músicas. Coge mi mano y juega con los dedos. Meto su mano en uno de mis bolsillos.


–¿Esto? –alza lo que encuentra.


Me gusta. Huélelo. Sí. Asiente y me le jalo sin decirle palabra alguna afuera. Camino junto con ella unos cuantos pasos hasta llegar al lado de un poste de teléfonos.


–Ya sé que vas hacer –me dice mirándome con ojos saltones.

–Qué raro porque yo no lo sé –sonrío y de hecho tengo los cachetes colorados.

–¿No crees que estamos grandes para andar con esos juegos? Franco.

–Sí, creo que sí.

–Quédate allí.


Tarda varios minutos. La primera vez no quise hacerlo. Fue con alguien que no me gustó jamás.


–No sabes lo que iba a hacer de verdad, Luci.

–¿Ah? –alza el cejo.


Voy más allá. Y ella está todo el tiempo en el mismo lugar. Luego entramos a la casa de nuevo. No nos cogemos de la mano. Ni hablamos del asunto. Sus padres tocan el claxón una hora más tarde. Se despide y me dice que me llamara. Unos tres días, la llamo. A un mes pregunto por ella a sus amigos y a mis amigos y me dicen donde puedo encontrarla. Voy a encontrarme pero no lo consigo. Pienso que se esconde. Dos meses casi y no dejan de decirme que ha salido o está dormida. No le entrego aún el colet. Lo olió y lo dejó en mi bolsillo. Unos tres meses la vuelvo a ver. Se besa con otro a la sombra de un árbol de su colegio.


Séptima Parte


–Sé que no me gustaste en serio y fui una creída estúpida que no te pudo ser sincera antes, Franco. Pero ahora sí quiero ser tu amiga.

–¿Ayer también fue por joder?

–No –hizo caer su cabeza y sus ojos

–Solo me gustó lo que sentí ayer. La pasé chévere, Luci.

–¿Entonces?

–Entonces puedes irte y otro día hablamos. Hoy, mira –apunto a Silvia–, estoy un poco ocupado.

–Ah, entiendo, claro. ¿No me odias, lo haces por despecho?

–No. Sé que volveré a verte y habrá manera de arreglar lo que sientes. De ahí vemos. Hay cosas que están mal –le digo pensativo y raro, bastante raro.

–Gracias –me tiende la mano.

–Nos vemos.


Me senté a continuar con esto hace unos segundos. Vi como relato lo de Lucía y me duele un poco. Al rato Silvia despertó y me dijo que oyó toda la conversación. Me dijo que siempre los romances de verano tienen cosas engañosas y también le ha ido mal con ellos. Le recordé que también estamos en verano y que le gusto y me gusta. Se lo dije porque la vi diferente de pronto. No tengo como explicarlo pero la vi como jamás la había visto. Me dejé llevar por esa vista nueva y por las sensaciones nuevas que causaba. Olí otras cosas. Nos fuimos a la ducha juntos. Leyó luego de salir la laptop que aún estaba prendida. Me dijo que no sabía que me gustaba la literatura o escribir cosas tan largas. Le dije que recién lo estoy descubriendo. Se vistió. Volvimos a besarnos en el dintel. Se despidió y dijo algo breve en inglés.


–Happy end.


No estoy seguro si lo afirmo o lo pregunto.





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