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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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¡Hipócritas!



No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto.

Aristóteles


Nada más hipócrita que la eliminación de la hipocresía.

Friedrich Nietzsche


"Somos libres, seámoslo siempre (bis), lo siempre seamos, lo siempre..."

A veces pienso que esto contradice a Aristóteles y nos pondría nihilistas







I





El presidente de la República asiste formalmente al consagrado Te Deum para así dar inicio a las actividades del gobierno en el célebre veintiocho de Julio. El Congreso acoge a distintas personalidades para asistir al Discurso a la Nación. Los congresistas lucen elegantes trajes, ternos y sobrias faldas, en el caso de las mujeres. Los palcos se llenan de autoridades del gobierno y de las fuerzas armadas. A las afueras del Congreso, divisiones de húsares montados a caballo lucen con vítores sus uniformes y despliegan ordenados una cabalgata de honor. Honor a la nación, honor a las autoridades, honor al pueblo. ¡Es toda una ceremonia sin igual en torno a la República! Una muestra de las riquezas para consagrar el aniversario de la emancipación. ¡No es para menos!

Junto y sentado a y sobre unos sofás algo viejitos, medio sucios, Jorge come de una rodaja de naranja. El volumen de la televisión está algo alto y las palabras optimistas del Discurso del presidente llegan a coger su atención. Escucha hablar de progreso, inversiones, inflación, planes, Puno, proyectos, reducción del empleo, crisis del petróleo, pobres, democracia, Ica, gaseoductos, redistribución de la riqueza... qué aburrido, dice, qué palabrería, lo gritaría, pero no se cree loco. Solo se da cuenta con que importancia todos lo canales nacionales cubren el Discurso. ¿Cuál es la importancia? Se pregunta. "Solo es como festejar el día del trabajador, el día de la Mujer, el día de los muertos, el día de Santa Rosa de Lima, el día del combate de Angamos, el día del día del día, un día, unas horas, mañana no me acuerdo del día. Luego de esto (continúa) los símbolos cívicos solo quedan escondidos y las cosas vuelven a como son todos los días, y no el día". Jorge cree plenamente que los ritos no hacen más que detener las actividades cotidianas del país para exagerar el producto de ellas. Ponerles grandes adornos para satisfacer lo que sentimos por ser peruanos. No se interroga precisamente qué es ser peruano, pero si no lo sospecha, tiene alguna creencia guardada consigo. Exageraciones, con más. Pero una suma de elementos inexistentes, de elementos falsos. Es eso, subirse a un podio y conocer palabras y empezar a soltarlas para maravillar a los oyentes, al público, y enaltecer las esperanzas, el orgullo peruano. Termina la fecha, redundan los pensamientos de Jorge, la suma exagerada de cosas exageradas de sumador exagerado en lugares exagerados en un día exagerado cambia exageradamente; todo vuelve a no ser exagerado, a ser pequeño, no hay elegancias, no hay palabras lindas, nadie exagera, ¡a todos les falta! ¡Qué cosa van a exagerar! Por eso, porque, debido a, ya que, no hay duda, es así, no me discutan, evidentemente, ¡no me canso! ¡Exagero! ¡Viva la Patria! ¡ Viva el Perú Carajo! –no cree que es loco ya –... porque los políticos son doble cara, les encanta mandar, mandámases, corruptos, ¡hipócritas! –se le cae la rodaja de naranja de un escupitajo, el jugo mancha más los sofás viejitos–.

Jorge prefiere hacer deporte hoy que es feriado y todos sus amigos están desocupados. Le gustaría luego hablar del barrio, de las amigas de un cumpleaños, que estaban buenas (sí con una amabilidad, una gentileza tan vistosa, tan grande, tan bien, tan atenta, tan, tan bien formada, tan... tampoco es buena imaginarla tanto). Salen a correr olímpicamente tras un balón y de alegrarse con las piruetas que realizan con las piernas, el esternón, los brazos, casi todo el cuerpo. Ellos y Jorge fueron ellesitos y Jorgito, chiquitos, chibolitos. Se conocieron cuando eran pequeños varios de ellos. Por eso comparten varias experiencias en común. Los apodos brindan testimonios sobre esas experiencias. Hay una familiaridad singular, de compañerismo, de barriada que funciona muy bien con ellas. Así estén varios de ellos disgustados con esos apodos, son conocidos con sentimiento, ya sea odio, alegría, amistad, ternura... amor – sí, sí, aunque no lo digan algunos pocos, y sí prefieran alabar sus hombrías–. En un partido de fúlbito, una pichanga, sin embargo, la familiaridad funciona con más prioridad para un solo sentimiento: el orgullo o el honor. Es que sienten honor, orgullo, como si fuesen los húsares vestidos en esos vistosos uniformes, patrios hasta los calzoncillos y las tangas. Ese sentimiento glorioso, ¡sí señor!, les sirve para batirse en un duelo detrás de la posibilidad de hacer más goles, de llegar a la victoria. Sus uniformes son esos sin iguales atuendos, esos politos gastados, overoles pasados, medias cremas –y muchos son alian(z)istas–, shorts desteñidos, pantalones entallados (por ser algunos un S de super y no de small, ¡lo que importa es la garra! o ¡el corazón grone!). Dos equipos formados, uniformados, conformados, armados, dividen el campo de juego en un suelito del Rímac, como lo hacían los grandes ejércitos franceses e ingleses un dieciocho de Junio de 1815 en los alrededores de la ciudad de Waterloo. Así de importante, un Napoleón Bonaparte detrás de una de los ejércitos; así de importante, un chato Ugarte detrás de uno de los equipos.

Luego de una batalla sin igual, Jorge y todos ellos van a descansar porque están fatigados y sedientos. Aportan comunitariamente –tranquilo, Engels– todos con un sol. A eso ellos le llaman, y se conoce más que al Te deum, como un granjero llama a la suegra cuando intercede para dejarlo de hambre –por ahí soplan que es un chancho invertido–. La figura tiene algo de ceremonioso. Se sientan casi en una redondez, lado a lado o frente a frente, sobre unos pequeños muros que se alzan unos pocos piecitos del suelo. Comentan sobre el partido, los goles, las llevadas, las metidas de pata –no de pie, ahí lo malo–. También se enardecen rencillas dadas durante el encuentro. Jorge insulta a uno de sus amigos, por un error que cometió en la defensa.

–¡Sohuevón!, cómo mierda se te ocurre caerle así, huevón. Te le andas cabriando al chato –lo mira con ojeriza, esperando explicaciones, algo que no demuestre un hilo dental en unas piernas regordetas y velludas–. Es pa sacarlo de una kimba y ya, cojudo.
–Ah, ¿sí? De mientras, mierda, te la pasas hecho un rosquete remangándote las patricias, amarrando la bola por toda la cancha. ¡Qué tal concha, remierda!–le dice tozudo, muy seguro. Él se apoda Pocho, ‘cara e poncho’.
–¡Sal, huevonazo! Si yo soy el único cojudo que trabaja los pases y arma el equipo. Putamadre, si tú, chino –le dice a quien estaba frente a él–, no estás marcando por la derecha. Estás hecho una coladera. Hace rato veo que el cabro de Paco –él no estaba presente– se pasea como en la Arequipa. Caballero nomás, a mí me queda cranear la huevada pa que salga.
–Qué carajo vas a cranear, mitrón –el apodo de Jorge–, si esa huevada te sirve pa andar cagándola –señala su cabeza–. Es más, compare, a mí me han dateado que ya te van a salir cachasos en la frente –todos se ríen de Jorge y comienzan a clamar, ¡uyyyy!

Que ya hablen de extrañas protuberancias, no tan redondas, más alargadas, inminentes hace cambiar la conversación en rededor de otro tema. Jorge les recuerda que Abigail es una mujer que lo cogió ebrio y que le da lo mismo si ha estado besuqueándose con otro u otros durante el cumpleaños del que quería comentar. Y esto es según él. En realidad, Abigail es una mujer, que veces pasadas, ha llevado relaciones fijas, y si se prestaba a las insinuaciones de algún muchacho, era porque le gustaba y estaba libre. Se habla de esas protuberancias no como un adorno honorífico de los nórdicos; por el contrario, se quiere decir con ellas que a Abigail se la ha visto con otro. Y así fue. El chato con zapatillas –y no con las botas de Napoleón; sí uno que otro juanete– la vio a ella muy junta a uno de los invitados a la reunión. Para ella esto no implica ningún cambio en el curso de sus relaciones. Pues, estaba sin compromiso. Esto implica, ¡el más sentido pésame, Jorge!, que Jorge "ya no más, ya fue". Jorge no se lo había dicho a sus amigos porque eso lo llevaría a dar algunas explicaciones y afrontar las consecuencias de su ruptura con ellos. No quiere hacerlo. Y no lo hace porque verse vencido ante esos hombres gloriosos, que no conocen la derrota más que algunas veces en la cancha, esos hombres encima de las mujeres, atentaría con su orgullo, ¡el honor! Sí, señoras y señores, niños y niñas, ancianos, parapléjicos, camaradas, caballos, caballeros y damas, ¡el sentimiento vanagloriado y extasiado en la cancha continúa fuera de ella! De manera más solapada, pero aún es el areté de ellos, de los que se conocen desde pequeños. Y para defender tal sentimiento, tal valor, hay que ofrecerlo todo, incluso, mentiras.

Jorge daba por hecho cuando oía al presidente que sus palabras solo eran momentáneas, válidas solo durante ese día, un día. Así tenía que ser porque se respondía a exaltar los valores de la patria, y el optimismo nacional. Luego eran más que cosas inexistentes, es decir, falsas. Y lo falso está relacionado con la mentira. El mendaz afirma algo como verdadero que es falso. El presidente afirmaba algo como verdadero que es falso. Jorge afirmó algo como verdadero que es falso. Los tres individuos aparte de esta similitud tienen otras más: razones para mentir, para ser falsos. Jorge aducía que el presidente lo hacía, ya lo sabemos, porque debe responder a las esperanzas de los peruanos. Jorge lo hizo porque tenía que responder al honor de ser hombre jugador de fúlbito, integrante de un barrio competitivo o de un grupo de orgullosos de sí mismos. Los peruanos están orgullosos de sí mismos, de sus valores patrios. El presidente laurea sus palabras para evidenciar y poner a flote esos valores. Hay valores en Jorge, valores en el presidente. Según Jorge, el presidente, un mendaz. Y Jorge, también. Lo llamó también hipócrita.


II




El día de la fiesta, Jorge se encontraba alegre porque la del cumpleaños es una vieja amiga, una de sus mejores amigas.

–Jorgito, he estado llamándote durante la tarde. Creo que no estabas, ¿no?
–Ahí, Elena, justo llamaste cuando salí a casa de la abuela.

La única casa de la abuela está en Santa Fé, Colombia. Ahora quiere defender el orgullo nuevamente pero laureado por el "me hago de rogar".

–Ah, pucha, justo, ¿no? –sí le cree, cree que la hace muy bien– Yo pensaba que tus abuelos vivían en el extranjero.
–Pensabas. Es cierto –una que otra vez, algunos años bisiestos, él también– mis abuelos de parte de madre –enterrados cinco pisos bajo tierra– viven en Colombia. Pero los de parte de padre –te ven del cielo y culpan a la Natacha "¡qué maldita!, ¡le dijimos a Miguelito, no con ella! ¡Virgen Santísima!– viven en el Cercado de Lima.
–Ok. ¡Verdad! Abigail estaba preguntando por ti. Me decía si ibas a venir y le dije que sí.
–¿Qué dijiste? –el ruido de la música no les dejaba escucharse fácilmente. Hablaban entonando más la voz.
–Que Abigail estaba preguntando por ti, ¡sordo! –a veces no se dan cuenta de estas cuestiones escenográficas.
–¿Qué le dijiste?
–Tampoco escuchaste. Le dije que sí, que sí ibas a venir.
–¿Qué? –capaz sí está sordo o se olvidó de comprar hisopos.
–Que sí ibas a venir, ¡sonso! –les encanta ponerse sobrenombres.
–Ah, sí, sí, está bien –no escuchó en realidad. Miente porque hay que proteger la confianza debida en una amistad de tanto tiempo.
–Oye, ¡escúchameee! Ya vengo, voy a dejar unas cosas, en el cuarto de Lucero.
–Ah, ya, ya, ya –"Ya vengo, voy a cuidar unas cosas en el baño, el cuarto está deshecho", escuchó Jorge. Le parecía natural que el baño se ande estropeando en una fecha tan especial.

Muy cerca de donde habían estado Jorge y Elena, el chato ya había visto a Abigail infraganti. Comentaba con uno amigo del suceso. Ambos compartían valores con Jorge. Por lo que decían la verdad y nada más que la verdad cuando el abogado se los preguntase y un guardia los amenace con un revolver, diciéndoles que, además, serían homosexuales si no fuesen honestos.

–¡Estaban en unas! Maleado el patín, ah –aseguraba el chato, con contundencia.
–Esa jugarreta no se la había visto ni al Perico León, huevón –el lenguaje futbolístico a veces metaforiza las situaciones candentes para los amigos de Jorge.
–Y qué jugada, ni una árbitro le ganaba.
–Ni las animadoras del Sport Boys, hermano.
–Ahorita el cabezón –los buenos amigos de Jorge le tienen un gran cariño– debe estar hecho un venado. Más cuernudo que vikingo –el otro amigo conocía a los vikingos solamente cuando los demás decían que Jorge bebía como un vikingo. Jorge era bastante tenaz para el alcohol.
–Y ¡esto essss!, porque el cabezón es más pollo. Dos vasos y está mas sentao –Él, el chato, era algo parecido. No era de beber mucho; y luego de unos pocos vasos comparados al número de ellos que bebían los demás, bailaba en las fiestas, se iba en las reuniones o, por último, se servía apenas, a veces, ni lo hacía.
–¡Eso ni hablar! No es por ser hipócritas, pero, hermanito, yo lo quiero un huevo al cabezón; después de tanta cochinada, de que tanto nos amarre la bola y se la pase de auchero –se acerca un poco al oído del chato–. Qué te parece si lo gomeamos acá, a ver si así le damos un cursito al paso, así nomás, nada que a distancia –el amigo del chato ya andaba bajo los efectos especiales spielbergianos del alcohol– . Anda, pe chato, vamo a poner orden en el gallinero, ¡qué chucha se ha creído!

Los dos hipócritas continuaban. Tal vez no querían serlo, pero Sartre no tenía nada que hacer acá.

–Aguanta, aguanta. ¿Quieres que vayamos los dos solanos? No, pe. Eso me huele a alcahuetería. Deja al cabezón que solucione sus entripaos. Si no lo hace será más mitrón con todo el adorno de navidad, pe; sí, pa qué la caga.

El amigo se quedó pensando como si estuviera concentrado en sonsacarle algo al Napoleón del Rímac. También miraba al suelo, como buscando armar alguna figura geométrica que hallará congruencia. Buscaba una chapa de una cerveza que le hacía falta para canjear otra botella.

Tienes razón, hermanito. ¡Pero eso sí! A mí jamás me... me –una cámara lenta de suspenso del gran hacedor de la película Jurassic Park– me vas a chapar en una huevada así. Yo no aguanto putas ni cojudeces. A mí... compaaaaarrrreee, me gustan las cosas rectas, pe. Las cosas legales. Cualquier pendejadita de estas y, y, y.... putamare,... aguanta –le venían algunas contracciones bucales– putamare, yo, yo la agarro a taponazos, a los dos, ¡conchesumare!

El amigo era un fortachón de un metro ochenta y junto al chato parecía un herrero acompañado de un duende. Había sido engañado por dos mujeres que estaban bailando alegres a pocos metros de él. Se dedicaba a varios negocios ilícitos. Y, él diría "para concha", le era odiado por Jorge, un odio recíproco. Ambos se odiaban, pero los muchachos no estaban muy al tanto.

–Abigail, amiga, ¿quién es él?


III




Jorge vio la escena. Escuchó que le presentaban a Elena la nueva pareja de Abigail. Él se fue de inmediato. Le trajo varias amarguras. La insultaba en sus pensamientos. La insultaba bastante porque la quiso o la quería bastante. Pero de esto él no se percataba. No sabía lo que Descartes un buen día quiso separar y domeñar. Las pasiones. Entonces, aparte del honor había otra razón, tal vez, el amor. Jorge había sido hipócrita con sus amigos porque no aceptaba que Abigail ahora esté con otro. Las pasiones que están comportados, a veces se confunden con estos, en los sentimientos motivaron a que Jorge haga a pasar a Abigail por otra mujer, una sinvergüenza; y él hacerse pasar por el que era, ese apodado el cabezón pero al menos con el orgullo, el honor de un hombre más del barrio. Una hipocresía que le ayuda a continuar con la identidad verdadera para los muchachos. Después de todo, la identidad de una persona se forma basándose en quienes lo identifican. Tal vez, ¿la hipocresía deja de ser mal vista por contener inautenticidad cuando está justificada para defender rasgos tan primordiales como las identidades? Si no fuera así todos los muchachos entrarían en una crisis de identidades. Se desunirían cuando se den cuenta de que nada de lo que era es. Y de que seguramente volverá a escamotearse la verdad y solo quedé lo que no es. Ahí ya se está trayendo al viejo Aristóteles a colación.

Aparte. El presidente de la república si no avasalla el optimismo, el empuje que necesita una colectividad que pone sus creencias en el voto popular, de no ser así, la desesperación proliferaría y rompería la colectividad, desintegrándola y efectuando el caos público. Como bien apunta Savater, los ciudadanos piden, aunque no sean conscientes de ello, que los presidentes y gobernantes les mientan. El filósofo español no lo explica esto así, pero bien podría decirse que la verdad no es permanente y que de boca a boca cambia hasta dejar de serlo. Las promesas son aquellas intenciones por hacer verdad, realidad lo que aún no es. Eso hacen los gobernantes porque son ellos quienes los encargados de velar por los intereses de los gobernados en adelante, en el porvenir. Si no prometen no tienen proyectos ni realizarán tareas para cambiar el ahora, el presente. Jorge, una vez entendido en estas cosas, reconocería todo esto como una defensa al presidente.

Así podría funcionar pero solo mirándolo por un lado. Por otro lado, si no avasalla ese optimismo, la pérdida de confianza en él, a tal punto de detractarlo, se podría tirar abajo el gobierno o se podría causar un ambiente que propiciaría cambios en el gobierno. Como las famosas reformas que algunos periodistas comentaban ese día como una falta en el discurso del presidente. La verdad, vistos de ambos lados, estaría implicada como una inverosimilitud o verosimilitud muy dependiente de las circunstancias. En defensa de que los efectos de ellas afecten a las personas, estas se defienden aprehendiéndola, adueñándose de ellas, es decir, les quitan las condiciones que las hacen verdades. Y así, Aristóteles, Platón, Sócrates, resultan las mentiras. Y quien hace uso de ellas en referencia a su identidad, sus actitudes propias, se vuelven hipócritas. Decir la verdad, en muchos casos, implica causar graves consecuencias a las personas. El miedo, la conveniencia intelectual, son piezas para elaborar juicios morales, en los que se toma partido por el bienestar de uno mismo, a costa de la verdad que atañe a los demás. ¡Es esta argumentación la que sería parecida a la de Nietzsche a la hora de repetir su fragmento sobre la hipocresía!

El filósofo que algunos señalan como responsable de que Superman, Batman, Spiderman, ¿el Chapulín Colorado? y otros superhombres hayan existido en la televisión, en el cine, en las revistas, y existan, fundamenta la hipocresía como el elemento imprescindible para que la moral se imponga. Así, la constitución platónica del Bien no estaría comprendida en la moral vista como buena por aquellos que se hacen llamar justos y respetuosos de la ética y las buenas costumbres. Para que la moral logre captar a los ciudadanos y se arraigue en las mentes humanas, en el inconsciente colectivo de Jung, se necesita de maniobras amorales; de ir en contra de lo que se tenía por verdadero en una situación dada. Dicho de otra forma, y de manera similar a lo dicho antes, de ver otra realidad y hacer cambiar lo que se tenía por verdad. Para quienes esa verdad no cambia, no comprenden las circunstancias que la cambian, es una farsa. El superhombre con su voluntad de poderío podía faltar a los viejos imperativos universales de la moral, pues se alzaba sobre estas y podía decir verdades después de decir mentiras. Sin embargo, para el filósofo, la hipocresía hubiese sido resuelta si fuéramos partidarios de esa moral invertida. Ahí es cuando su superhombre dejó de volar por los aires, de tener un lujoso baticarro, de trepar rascacielo tras rascacielo, de ser más noble que una lechuga; más bien cualquier avezado político puede sin duda no tener la voluntad de poderío precisamente, pero sí hacerse de un poder que le permita superar la contradicción del filósofo. ¡La moral invertida no era más que otro tipo de moral! ¡La hipocresía no se podía eliminar a la hora de que esta siguiera existiendo! ¡No hay por qué eliminarla! Así que Nietzsche y los tres griegos helénicos corren la misma suerte y se sorprenderían por tener muchas cosas en común pese a todo. Pero, no. No lo aceptan, cada uno le dice hipócrita al otro. Nietzsche coge a un traductor cuando el lenguaje de las señas fue demasiado engañoso.


IV




Jorge comprendió algo de estas cuestiones con el paso de los años y teniendo por un recuerdo lejano lo ocurrido con Abigail. Ahora mira los recuerdos del barrio en una fotografía. Hace unos años que vive en Barcelona, España. Mientras también ve, una vez más, sentado en un sofá, comiendo un pastelito, la televisión. Nuevamente, es veintiocho de Julio y los congresistas, ministros y el presidente están reunidos en el palacio legislativo para cumplir con la tradición. Y para cumplirla de seguro varios son bastante hipócritas, varios no asistirían si no es porque de repente salieron elegidos congresistas. Especulando, numerosos representantes de la nación aparentan una nobleza patriótica, sacrificada en pos de la celebración nacional, pero apenas dejen el espacio público para estar en uno privado, son auténticos consigo mismos. Jorge sospecha de esta manera que en el mejor de los casos todos somos más hipócritas que auténticos, y que muy pocos se confiesan ad veritas con los sacerdotes. Empero, los existen. Es que tampoco se puede negar la autenticidad porque eso implicaría adoptar varias personalidades. De ahí que digan que socialmente todos lleven máscaras o anden disfrazados; sin mostrar lo que en realidad son. Admitir esto, Jorge, sí, Jorge ya lo admite. Pero ahora que continúa viendo las caras complacientes y alegres de los políticos, se pregunta ¿acaso no cuesta trabajo ponerse máscaras o disfrazarse? En efecto, se dice mientras recuerda algunos casos de unos compañeros del trabajo que tuvieron que pagar por lo bajo a varias personas para que les guardase algunos secretos suyos, pues engañaban a otros. Y esos mismos compañeros tuvieron que depositar confianza extra, tuvieron que pasar preocupaciones a solas, cuando especulaban situaciones en las cuales los pagados podía ser descubiertos por la justicia o por los engañados.

Cuesta, entre otras cosas, porque se inventan verdades, pues se las coge y se tenía que inventar sus verosimilitudes. La hipocresía comporta todo un tramado literario. Jorge se da cuenta que es montar un teatro, hacer papeles de varios actores. Realizar dramas, comedias, tragedias. Y que, además, para esto, implica estar peleando contra la moral recta, la sabia conciencia –nuestro juez interior–, pues esta es la que exitosamente se ha impartido entre los occidentales. Perdura y es la que está enquistada con raíces de hierro; son regeneradoras de sí mismas. Al final, pues, la humanidad tiene que inventar toda otra humanidad para que pueda vivir solo con la moral invertida nietzschiana. Es un trabajo que en sí misma advierte una mentira irrealizable.

Jorge cambia de canal para que ver qué hay en los demás canales. Una Madonna, la cantante que dominó una generación de peruanos como los lenguaraces discursos del presidente García lo hicieron, regenerada en físico a leguas, emula grandes contorsiones para grabar un video musical. A Jorge le parece que es hipócrita, que solo es auténtica consigo misma y, mientras haya cámaras, su apariencia esconde su verdadero ser. Y se dice, qué importa. La apariencia domina en esa área, donde todo lo que se ve es. En las áreas más multitudinarias, los miles de ojos captan el cuerpo y lo que está por debajo o lo que de ahí se desprende, no lo hacen. Luego cambia de canal para ver un noticiero español. Este informa sobre la entrega de un premio a la hipocresía de una ONG catalán a la UE, motivada por la celebración de la cumbre europea en Sevilla. Una atractiva mujer señala desde una mesa de conducción que se hizo el premio en razón de la doble moral que UE promueve en el comercio internacional: por favorecer la liberalización económica en los países pobres, desfavoreciendo los subsidios a esas economías: una moral; y, en los países miembros de la unión, por promover una economía subsidiaria que abarata los costos de los insumos para la producción fabril: otra moral.

–¡Es una hipocresía! –Afirma con euforia Jorge.

Había dejado de ser muy hipócrita y logró enfrentar al barrio en futuras ocasiones. En otros ámbitos, empezó a hacer amigos y con ellos trató de fabricar una personalidad. Así, las circunstancias cambiasen, él impediría mentir y aceptar los cambios en él. Aunque, de todos modos, siempre mentía. Era inevitable, se decía brevemente. Ahora está pensando en si ha sido objeto de burla esa premiación hecha por la ONG, o si de verdad es un hito de mérito y reconocimiento virtuoso. Se dice que, tal vez, son las dos cosas al mismo tiempo. Si uno se quiere reír de los rasgos iniciales de la UE, bien; pero si quiere tomar en serio que los rasgos actuales benefician, bien también. Su vida ahora está mezclada con la seriedad y la burla. Propia de esa cabeza grande, descomunal y nada atractiva para muchos. Atractiva cuando no se la ve y solo se escucha lo que dentro de ella se produce, para otros muchos. En esos tonos, avanza. Sin embargo, no acaba de tener la sensación de que su hipocresía y la hipocresía de los demás siempre estén cerca, ya que probablemente haya menos hipocresía cada vez que recuerde un libro de Savater que se compró hacía unos días. Lee en voz alta una frase resaltada en una de sus páginas..

–Es probable que sea así, que seamos más dueños de lo que callamos que de lo que decimos.



  1. Anonymous Anónimo | 11:32 p. m. |  

    ¿Cuento? ¿Ensayo? Un poco de ambos, aunque las reflexiones -interesantes, por supuesto- secuestran a la narración. En otras palabras, la narración parece ser una justificación para dar una serie de puntos de vista. En tal sentido, el cuento -si es que se le puede denominar como tal- pierde su esencia: se convierte en un mero medio.
    Perfectamente se podría separar la parte ensayo de la parte cuento. En ese caso, sin duda, cada uno por su lado, pienso, sería excelente producto. Mas, su matrimonio, resulta casi un desastre.

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