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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Solsticio de primavera

Mi ver, desde aquel punto, superaba
a nuestro hablar, que tal visión domeña;
y a la memoria tanto exceso traba.

Dante Alighieri, La divina comedia









Apenas podía creerlo cuando la hallé y observé. Estaba planeada equívocamente en el suelo, sin rastros de sangre (descarté cualquier herida), pero, completamente inconsciente. Podría estar muerta y me acerqué afirmándolo. El viento soplaba fuerte y corría los cabellos, nos magullaba la piel de la cara. Es difícil decirlo tranquilamente, decirlo con todas estas imágenes que vienen indóciles y, por ello, las siento como si ocurrieran todavía.

Los rizos de Belén yacen yertos con ella estropeada y se dejan caer conforme la sujeto para que reaccione. "Belén, ¡despierta! ¡Despierta! ¡Qué carajo ha pasado!". Grito tras grito me acaban la garganta y no entiendo nada. Le palmeo el rostro hasta que impaciente le cacheteo. Me desespero, giro a pedir ayuda con ella en brazos, doy unos pasos, ¡inútil! –pienso y grito a la vez– .Pido ayuda sin pensar un momento que todo es un páramo abierto y algo llano casi al comienzo de una colina. Para qué llamar, entonces. No lo sé pero me alivia hacerlo después de que desesperé. ¿Qué hacía ella ahí? Sí está viva, logro verificar su pulso. ¿Cómo pudo llegar a este lugar? También podría haber estado mucho tiempo aquí, pues su temperatura y presión están por debajo de lo normal. ¿Cómo está vestida? No hay tiempo para detalles, tengo que hacer algo, claro, correr, abandonar este lugar de una vez. ¿En qué lugar está? Todo me tomaría horas y ya está por anochecer. ¡Dios, qué puedo hacer! ¡Ya! Con nervios no soluciono nada. Tengo que pensar más las cosas y moverme de acuerdo a eso. Sí, es lo mejor y que ahora haya sido presa del no saber qué hacer es propio de los humanos. Si pienso así y más cosas, llegaré a creer más en alguna salida, claro que sí, en un final para esto.

Entrando en calma, camino sin orientación a buscar algún lugar donde estar. El suelo moteado por pocos, algunos grandes, cúmulos de nieve apenas permite distinguir las grandes rocas del suelo. Ahí, a unos pocos metros, distingo un par de –creo que superan los tres metros de altura y ambas oscilan entre los dos metros de largo– rocas macizas que forman un rincón mediano a nuestras alturas y que nos encierran. Hay otras rocas pero son menos grandes. Flexionando las rodillas, no flexionando su espalda que traigo en un brazo, acomodando sus piernas al suelo con el otro brazo, me tumbo lentamente.

Todo está abriéndose –lo macizo también, pero no se ve– a los soplidos del viento, enraizadas sobre un terreno casi indómito a cualquier río, la sequedad abunda desconcertadamente por un lugar en que la nieve debe formar deshielos; y, posteriormente, ríos, lagos. Quizá solo sea este lugar que diviso y tan pronto como se le recorre la humedad responde a la naturaleza. Grandes áreas se cercan y se libran de estas flores, arbustos y ramas secas por la nieve. Se nota que su llegada a esta parte de la sierra fue inesperada. Veo, de cuando en cuando –hace un momento Belén tiritó–, como la nieve se alimenta del suelo y quiere asesinar a la poca vegetación en el inicio de la colina. Pese al inclemente frío, siento el sudor trepado a mis vellos, húmedo pero caliente, como si yo fuese un envase de inmersión térmica. Trato de pensar en todo lo que me rodea para así coger sueño y quitarme la preocupación. Me convenzo de que pese a todo he logrado serenidad y para verterla sobre Belén, hiendo su cabello rubio, separando cualquier cochambre llegada ahí por equivocación. Este rincón que nos hospeda como puede se termina a pocos centímetros de nuestros pies. (Estoy con ella; sus piernas cruzan las mías, cortándolas a la altura de los muslos para convertirse en caderas y, luego, en torso que se eleva recostando su brazo derecho sobre mi pecho; aprovecho toda la cercanía que puedo, enroscándole con mi brazo derecho toda la espalda y hacerlo terminar en el inicio de su brazo izquierdo. La contengo de esa manera y regreso a hender sus cabellos con mi mano izquierda). La inclinación de la colina aumenta para comenzar las faldas de una montaña a las afueras del último pueblo, cuyo nombre acabo de olvidar con solo tratar de recordarlo. Las huellas que hemos dejado ya debieron ser borradas. El terreno se abre por los lados y debe adentrarse lejanamente para terminar de construir la base de la colina; por eso casi no noto fin al este y al oeste. Tal vez algunas sombras delaten lo que ahora no se puede ver. Por fin siento que ya no puedo seguir pensando y caigo a pernoctar.

Fue como solo un abrir y cerrar de ojos. No hubo sueño que permita fantasías, solo una pequeña transición. Al instante, veo que está despierta pero me imita a la inversa –cierra los ojos como los abrí– y pese a que le grito parece no escucharme. Ladeo su cara con la mano que hendía sus cabellos y no encuentro reacción, otra vez está inconsciente pero aún respira. "¡Belén!, Belén!". No importa –no le importa– cuanto grito. Esto me vuelve a asustar y no sé qué más hacer. Se me van las ganas de pensar, no quiero pensar. ¡No! Calma, no puedo caer así. Musito cualquier frase animal en su rostro pero no hay nada. Cayendo en pensamientos, busco alguna explicación. Pudo haberse despertado, en efecto, pero al ver cómo estaba y no encontrar respuesta, sufrió una impresión fuerte al verme y se desmayó. Aunque no me convence esto. La cara de alguien que he visto antes desmayándose no es la que puso. Fue un cerrar voluntario, como por capricho de alguien que cierra por un juego o algún desafío. Tal vez, solo despertó por efecto de alguna pesadilla y tan pronto como... es absurdo. A ver, ella no me miraba a mí, estaba mirando hacia fuera. Eso lo complica todo: ¿por qué hizo eso, si no es porque estuvo despierta un buen rato, totalmente consciente y ya me había reconocido y trato de despertarme y no lo hice? Porque siempre tuvo la cara hacia adentro porque yo se la puse así para que ganara calor. La verdad que no encuentro nada con sentido. Voy a dejar eso como si todo hubiese sido una confusión que se despejará cuando se lo pregunte, porque sí saldremos de esta.

Todo ya está a oscuras, el viento se ha adormecido y decido ir fuera del rincón a ver todo lo que está alrededor. Dejo a Belén recostada sobre la roca, con las piernas tendidas en el suelo. Es luna llena y me divierto pensando en algún hombre lobo. Es divertido porque no tendría más de fantástico que lo que ha ocurrido durante todo este largo rato, ni un hombre que vuela, ni drácula, ni Orfeo, ni pegaso, ni la vida eterna. Puedan ser estupideces, pero todas ellas ayudan a no sentir desesperación, nuevamente. La luna está brillante, nunca la había visto así. Tanto lo está que nos ilumina lo suficiente para que pueda ver a lo lejos un bosque. Este se integra por árboles espesos y numerosos que mantienen una negrura que solo menora cuando veo sus afueras. Al costado del bosque el suelo se reparte hasta, donde llego a mirar, en pequeños montes que están formados por tierra anciana debajo y tierra doncella encima. En esa espesura casi encantada del bosque, no debe faltar algún solitario lince que granjeé su alimento con su caza de ciervos, venados...

¿Venados? ¿Ciervos? ¿Lince, linces? En este país no existen esos animales, ¿por qué lo pensé? No es que no me puedo equivocar, es cosa de vida y muerte. Un lince puede asecharnos en cualquier momento, necesito estar seguro. No hay linces, sí, no los hay. Tampoco creo que haya algún predador que atenté con nuestra vida. El lugar está lo suficientemente inhóspito para que a lo mucho haya animales herbívoros. Por esa razón para que ellos sean depredados solo debe haber carroñeros, y estos no pueden hacernos daño. Acabo de pensar sin anotarlo que puedo estar desvariando. Tal vez he estado mucho tiempo y si no duermo ahora, soñaré pesadillas. Trata de dormir, Al... Al... Alo... Alejan, ¿Alejandro? ¡Mi nombre! ¡No puedo asegurar mi nombre! ¿Qué está pasando? Entre linces ahora confundo, ¿he perdido la memoria? ¿Tengo amnesia? ¡No, no! ¡Es absurdo! Alejandro, sí, Alejandro, ese es mi nombre, no cómo va a ser, yo no puedo llamarme así, algo me dice que no puede ser así. Voy a enloquecer si no puedo explicarlo, voy a enloquecer. A nadie sin que haya sufrido algún accidente, alguna catástrofe que permita que alguien pierda su nombre, ¡por favor, esto es absurdo!

–¿Qué es esto? ¿Estás ahí?

Voy corriendo a responderle. Belén despertó y pregunta con una expresión preocupada, veo que ya mira con los ojos legañosos, de seguro porque los abre difícilmente. "Tranquila, ya pasó todo, ya estás mejor". Me mira pero sin reconocerme, como si estuviera mirando al vacío incomprensible. Le vuelvo a gritar como las veces anteriores y repite su reacción pero con los ojos abiertos, sin forzarlos, más bien como fijara tranquilamente la vista en alguna cosa quieta. Ya no habla más después de las dos preguntas que hizo –tal vez no a mí– y se queda quieta. "¡Belén, despierta, por favor! ¡Todo está bien, de veras! ¡Soy yo, soy... ¡" No sé quién soy y ella lagrimea con esos fijos que apenas se cierran para dejar correr las lágrimas. ¿Qué tiene? ¿Por qué lo hace? Todo está oscuro ahora: no sé que hacemos aquí, no sé cómo terminamos aquí, dios, qué ha ocurrido. Vuelvo a llamarla por su nombre y entonces sé que debo conocerla, ¿por qué utilizaría ese nombre con tanta seguridad, entonces? Tengo que asegurarme, vamos, ese cuello alto, sus senos púberes, sus piernas delgadas, su vientre liso: ella toda es delgada; tiene esos ojos claros que verdean con la luz. Por ahí está. Le saco esta chalina, esta casaca, este camisón blanco, el pantalón térmico, ¡todo el buzo entero! Sí, es delgada, cruda y alba como esta nieve cocida por el frío. Ese cuerpo, no, ese cuerpo también puede ser de varias delgadas. Debo ver más su rostro, solo uno debe darme a Belén. La frente es estrecha; la nariz pequeña y fina (la toco y me dejo afilar los dedos por ella); los labios, delgados; el mentón, partido; las mejillas, ovaladas que le dan esa forma delicada. Pero todo esto no es suficiente, algo no me asegura nada. Siento que todo se mezcla. No reconozco nada.

–¡Auxilio! ¡Ayúdenme! ¡Alguien ayúdeme! ¡No reacciona!

Qué haces gritando así, Belén, y pides socorro con esa voz grave que no puedo reconocer. Ahí está: la voz no es suya, la estoy confundiendo; nunca ha sido Belén, es alguna lugareña que se ha quedado por aquí quién sabe por qué, ya no quiero saberlo. Solo quiero saber sobre mí, no quiero sufrir de alguna amnesia. Todo lo que ha estado ocurriendo lo recuerdo, pero lo que mucho antes... ¡no puedo recordarlo! Tengo que encontrar alguna salida a mi perdición. Ya no me interesa esta mujer, ella está bien, sigue con los ojos abiertos, escarapelados. Vamos, piensa. Sabes que las personas de aquí suelen, más en América latina, ser impacientes y pasionales. Tú debes tener algo de eso; debiste actuar apresuradamente a salvarla luego de... vamos, debes recordarlo, algo te trajo aquí. Has estado convenciéndote de todo el lugar, describiéndolo porque no te quedaba otra, Belén –cómo se llame– estaba inconsciente y no despertaba; mejor era ver qué había alrededor. Lo hiciste, supiste describir con algunos pormenores todo que los rodeaba. Entonces debo conocer estos paisajes, soy capaz de reconocer sus nombres, de darles adjetivos, de describir acciones y hacer correr juntas las palabras. Lo extraño es que pienso con modos infrecuentes; recuerdo que las descripciones hechas son algo metafóricas, ¿cómo puede hacer eso sin saber de literatura, sin saber de Doss Passos, Shakespeare, Kafka, Tirso de Molina, la Iliada, Rojo y Negro, las ruinas circulares borgianas? Esta no es una pregunta, es una afirmación: sí sé de literatura, probablemente esas metáforas sirvan para hacer literatura. Y no es imposible que sepa más cosas, como el mundo occidental ha avanzado con las telecomunicaciones, la robótica, las computadoras, la bioquímica, la genética. ¡Vamos! Se está por descubrir el genoma humano. Las matemáticas juegan en una escala de solo probabilidades desde Kepler, pasando por los descubrimientos de Einstein. El liberalismo prevalece en el mundo por el favor de su sistema económico, político... sé muchas cosas pero no sé de mí. ¿Es posible que conociendo que pasa afuera pueda vivir sin saber qué pasa adentro, conmigo? Pero pienso tanto, pero estoy viva.

–¡Alejandra, al fin despiertas! Estuviste en una ambulancia y ellos estuvieron contigo. Casi nos morimos, loca. Felizmente, hubo un milagro, ¡sobreviviste! ¿Te sientes bien?

–Belén, ¿un accidente?

–Yo conducía...

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