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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Humanas cámaras

Era idiota
ese método de padecimiento,
esa luz modulada y virulenta,
si con solo la calma haces señales
serias, características, fatales.

Poemas humanos

César Vallejo



Todas las fotografías son momentos de muerte. Tomar una fotografìa
es participar de la mortalidad, vulnerabilidad [...]
todas las fotografías atestiguan el paso decapitado del tiempo.
La fotografía es el inventario de la mortandad.
Una ceremonia para investir un momento de ironía póstuma.

La fotografía y las formas del olvido

Adolfo Vásquez Rocca




No. Cogería el lápiz, un borrador –no le gustan los lapiceros– y subrayaría lo más transcendental; ahí mismo, la lente de la cámara liberaría las fotos: la calle cruda y las personas moviéndose sin caminar; el tránsito detenido por el color rojo intenso del semáforo, la chalina roja cayéndose por el pecho y la espalda de Verónica; el flash estirado e impreso sobre la calzada, los policías, el toyota negro, el rojo sobre el rojo de la sangre de los occisos; el flash detrás, ausente de él. Miraría al techo y vería como una curva nace de lo rectilíneo y el valle grávido a punto de aplastarlo, de capturarlo en una fotografía. Debe ser el cansancio, tantas llagas carnesí o cuartos oscuros. Sin embargo, está dormido, profundamente no se sabe si soñando.

El departamento lo hace inquilino de una señora ya algo avejentada. Tantos días se aveza y la ve tanto como a un reloj por la hora; pero, si no se tiene reloj, se pregunta por la hora o se ve la hora en otro reloj; en este caso, se pregunta y se ve: “¿buenos días? Señora”; “¿buenas tardes? Señora”; “¿buenas noches? Mi señora” –no es su reloj, pero sí quiere suya la hora. Porque no tiene casa, al igual que no hay reloj. Las mañanas: algunas son para no estar despierto y las restantes para desayunar. El pan es de ayer la mayoría de días; compra jamonada, mermelada, mantequilla y lo que se pueda comprar –Verónica le dice que se cuide, coma mejor–; o si no, saca lo que halle en el refrigerador. Sí, nunca le ha gustado trabajar por las mañanas, hasta prefiere las madrugadas –así las haya pasado con ‘polillas’; no, prefiere no recordarle; fue hace un par de años–. El diario está bajo su puerta; lo lee poco menos que siempre: trabajo es trabajo. Cuando desayuna abre el periódico mientras el tocino naufraga con el huevo –le dice que no hace daño comer a gusto, aún no está gordo y aún no está gordo y aún “no te quejas cuando vas debajo”. Editorial, Política (piensa que todas las partes podrían ir acéfalas: sin mayúsculas), Locales, Nacionales, Internacionales, Sociales, Culturales, Deportes, Amenidades. Pero prefiere: locales, política, culturales (¿cómo estuvo lo del incendio de Argüelles?), locales –mírala, dice Verónica, te dije que la toma fue muy rápida; hubiera preferido otro encuadre–. Verónica había venido por la madrugada para llevarle algunos informes policiales solicitados.

No conversan mucho. Verónica acerca su silla quitándola del frente de Valdez, lo abraza, lo acaricia con la cara y desayuna el silencio con un trozo de tostada.

– Néstor, hoy, sola voy al trabajo; tú quédate a descansar, porfa.

– No, gracias; solo necesitaba unas horas. Tengo que cubrir la patrulla de la noche. Sabes que he esperado semanas para que Roldán retome el caso.

– Te aviso sobre eso, pero –incomprensiva, le invita el azúcar y un resuello.

– Entiende, tengo que ir, ya hemos discutido bastante de eso. No tengo que pedirte permiso –qué se ha creído parece querer decir–; voy por la camisa.

– ¡Carajo!, Néstor.

La silla gira sobre una pata y las otras van dibujando un triángulo en los planos que surgen del movimiento; hasta que de nuevo las patas quedaban dispuestas en un cuadrado. La plancha va de la mano cerrada al mango; las arrugas van desapareciendo conforme la tela imitaba el planchador. Verónica se queda en la silla y termina con un cigarro aplastado contra una foto: las cenizas agujeraron parte de cara de Teresa Ocampo. Al rato, prende otro cigarrillo y solo de una ‘golpeada’. ¡Puta Madre! Néstor.

– ¡Néstor! ¡Néstor! –corre hacia la puerta, y sigue gritando en el umbral– Ya se fue, maldita sea.

El cigarrillo va derecho por los dedos comprimidos y se desploma con fuerza contra otra página del diario.

– Siempre andas amargo, tenso. Tengo que venir aquí o si no calmarte más –sonríe apenas porque solo ella habla y se responde–, más, más –rezonga.

Verónica esparce todo el cigarrillo por la fotografía –¡otro encuadre!– y termina por destrozarla. Ella sabe que lo de la Colmena no es parecido a otros trabajos. Ha habido veintenas de plagios por una banda y ella ha ido con Valdez por la primicia de la venta de órganos en el Puericultorio Pérez Araníbar. El capitán y los peritos mismos les habían advertido que era para abstenerse, lo dejaran para los especialistas en homicidios. Ella automáticamente no quiso seguir adelante, pero Roldán automáticamente: “yo me encargo; Néstor, me cubres, ¿no?”. Verónica prefería seguir con otros reportes locales; lo más peligroso que había seguido era el caso sobre los Cangallo. Ese lo dejo quieta y sin trabajo: abandono el caso y no tuvo más material por semanas. Ella lo recuerda ya lejano por tres años. Recién había nacido, entonces. Ahora seguía quieta en la ventana, mirando las calles, los postes y una u otra paloma que se subía cerca del quinto piso.

– No importa, ya se me ha hecho trauma, amor.

¿Amor? Ella sabe que no hay tiempo para cojudez como esta; felizmente nadie la escucha, piensa con voz. ¿Era la primera vez que lo llamaba así? Piensa que el miedo la está poniendo romántica; “sí, la primera, se dice”. Como primera vez se conoce a los amigos, hermanos, padres, uno mismo y a quien se le podría sobrenombrar, quizá, amor.

– Rota el rostro hacia la derecha; así, así. Alza un poco el mentón, pero que la luz no caiga mucho en la frente. Claro, claro. Ya sabes, en esta saldrás pensativa. ¿Ya? –el trípode adelantado a Valdez; y él con el ojo y la mano izquierdas sobre el lente; ambos graduando la imagen.

– ¡Queda! ¡Listo! Alejandra.

La galería de fotografía era una habitación mediana, su mismo departamento; había pasado tiempo dedicándose a proyectos diversos; uno de ellos; le había asegurado el trabajo rentable de fotógrafo publicitario. Esta satisfecho porque le permitía quedarse en su departamento, su misma galería.

– ¿Sí? Qué se le ofrece.

– Vengo a saber de las fotos que tomaste el jueves; les dijiste a la prensa que había sido casualidad.

– Estaba cubriendo la promoción de Oiga, ¿eso también te dijeron? –un siseo– Claro, solo fue un accidente, mucho más que casualidad.

– Obtuviste una buena toma, ya se qué te lo han dicho y que estás conversando con la gente de Oiga; el director –nervios, poca edad, sí, es joven–… quiero decir; disculpa, no me he presentado –saludo americano– soy Verónica Álvarez, periodista del Extra y vengo de parte del director.

– Periodista del Extra, interesante. Bueno, ya sabes quién soy, no me gusta presentarme mucho.

Sin embargo, no le hacia gracia simular a personas como extrañas. Poco a poco se fue cansando del trabajo; el otro día, hizo una toma en un tiroteo producido en el asalto al Banco de Crédito; justo estaba ahí trabajando. Fue un arrebato por esconderse del peligro, tomar la cámara y tomar de lo que era visto. El corazón temblando; explotando contra las entrañas de Valdez ese día.

– ¿Estás segura? ¿Te gustaría eso? No lo hubiese pensado; ya sabes –Verónica sonriente y tendida sobre un sabana blanca– lo de los modelos no me gustaba mucho.

– No te creo. Ellas se mostraban para la cámara, poco faltaba que lo hagan para ti; vamos, hazlo.

– Qué terca eres; pon la cara que quieras, igual la tomaré; no te voy a dar ninguna pauta, no eres modelo, no quiero ofenderte y yo –se resistía a la probable insinuación– ya no soy esa clase de fotógrafo.

Un momento recortado sin ruido, ni olor. Un segundo momento con la cámara fija y el ser, también. Unos tercer y cuarto momento, después sin ruido, el ser se movió. Cuarto, quinto, sexto momentos, la cámara, el ser cerca de ella. Un momento más, no hay ser y hay un ruido, un olor. Valdez tendía la mano izquierda alrededor de su cintura; “ya terminaste las fotos”. La cámara deja de estar fija y cae junto con el soporte. La sabana blanca se encoge y se estira, mientras Verónica se deja tomar. Al caer la cámara, el piso aprieta el botón. Recortados sin ningún momento en un plano sin color y casi sin recuerdo y pasados, como siempre pasado.

El rollo, los aros, el trípode, el chaleco, la extensión, las pilas, bastantes pilas y yo. Cuando voy detrás de lo que veo a veces me olvido de eso, de mí. Hace algunos meses estuve de duelo; como ya lo han reportado los diarios, en Ayacucho, Uchuraccay, asesinaron ocho periodistas por informar del movimiento senderista. Lo viví muy de cerca porque yo iba a ir con ellos, es para ponerse paranoico. Estuve en el funeral de Amador García; lo trágico es que no pudimos velar su cadáver porque los restos se quedaron en Ayacucho. Él fue muy colega mío cuando investigamos y reportábamos las noticias por la madrugada de los jueves; después de lo mustio, seguía el miedoso; así varios corresponsales abandonaron sus investigaciones en del interior del país, como otros tomaron conciencia y tomaron de ejemplo lo ocurrido. La mala gana y la poca fe del periodismo peruano parecía entrar en declive, como los terroristas entraban en Lima. Otro funesto fue el atentado al local de Acción Popular que fue noticia cerca de un mes que cubrimos con gran amplitud los hechos en torno al caso; las notas de los senderistas a veces aparecían en las paredes del edificio en la tercera cuadra de Bolognesi. Seguro las ponían por la mañana, yo no trabajaba, y sí, recuerdo a alguien que rumoreo que vio a unos dos tipos pintar con esmalte rojo. Aunque lo ocurrido a los periodistas ya había amedrentado la misma praxis de nuestro ‘día a día’. Y entonces recuerdo con más resentimiento que incluso los fotógrafos fueron confundidos como senderistas por los comuneros en Uchuraccay. Por creer que ellos portaban armas en vez de cámaras. Si un fotógrafo tiene por cámara una metralleta, ese puede ser Willy Retto. El año pasado, tuve la oportunidad de conocerlo en el café Palermo; estaba de visita, bueno, siempre estaba de visita, pero esa vez no te fuiste. Se lo digo porque fuimos allegados y hoy nada más que pena.

Nosotros no decidimos a dónde ir; la decisión nos lleva y ya. Yo hace unos años no estaría cubriendo, solo disfrutaría de lo que veo con mi cámara. Por eso ayer no puede ser lunes y mañana lunes. Son cosas de una decepción. Una paloma abandona el cable eléctrico del poste; chapotea todo lo que no veo y se lanzaría, no lo recuerdo. Estamos todos después de ir a tomar al Ferrate. Claro, como no recordar que tan borracho quedó Freddy, con cuantas se sale durante vaso y vaso y Alfonso también cuantas veces sale Alfonso. Aquí cuando llegué a Oiga; esa camisa ahora es vieja; la cara seria al lado del señor Igartúa, en el pasillo cerca a la redacción. En esta fotografía está el viejo Roldán, solo la tomé hace unos meses. Ahora nos espera toda una travesía con el caso de los presuntos traficantes de órganos; a quién se le podría ocurrir traficar órganos; a mí se me ocurriría traficar senderistas por uno y mil paredones de fusilamiento, creo que eso estaría más de moda. Ese caso es un muy ajeno a lo que la opinión pública precisa; en realidad el director del Extra aún no nos ha dado pie para publicar acerca del caso, por creerlo una vil patraña. A veces llego a creerlo así; los detectives de la policía tienen bajo su custodia las únicas dos fotografías que serían la base y el motivo de mi trabajo. Ya iré con Roldán.

Aquí no estoy; un niño salía tras su cometa, se le había escapado el rollo de pabilo; subí a uno los cerros por el Agustino; ahí el ambiente era tenue, casi sin colores; por eso escogí solo revelar la fotografía en escala de grises. Vero, ¡cierto! Olvidé esta foto, unos años no pasan para que guarde cada día de ellos.

Qué día ese; veo la foto, el cuarto hecho un desorden, libros en el suelo –Frank Zappa, también–; las paredes eran azules, un tanto más oscuras que las del cielo, la llanta sobre el velador –ese cenicero con forma de llanta–, la de ‘locales’ sonriente, el parqué apenas lustrado, el atardecer ya era anochecer, la de ‘locales’ no servía para fotos, rollos desenrollados, la cámara oscura iluminada por el foco rojo, las fotografías tendidas, el televisor zennith había pasado the pink panther, el comodoy cansado de soportarme, y “tómame una foto”. Detrás de esta foto hay más, todas casi podrían armar una escena cinematográfica muda. Ya el arte de tomar la cámara y soñar al revelar la foto solo es seguir despierto.

Los seres ahora son cuerpos. El cuerpo devorado por el otro y el otro cuerpo masticado por el cuerpo. La lente enfoca nuevamente los torsos dibujados por la piel, emparentados por el sudor; la lente va atrapando la luz sin hacer ningún ruido, mientras ellos van más lejos hacia confundirse. Valdez la va dejando arrastrarse para que ella misma vaya detrás de ella y se atrape, así él sabe que solo hoy es suya. Los pies sin pisar nada son tirados de los dedos por las ante piernas. Aliento, polvo, sudor, perfume, colonia, sangre caen y son respirados. Ya no hay mucha prisa, se contornean con la piel fatigada por la asechanza; piel húmeda, el aire seco y desmembrado por la luz, injertado por la cámara. La otra cámara en el piso y la cámara atrapándose luz, es decir, ella misma. Ellos van ciegos, son solo tacto olido, gusto tocado, olfato saboreado; saboreando, Verónica entumece el pétalo rojo húmedo por el rocío precipitado en el bosquejo agrio, muy cerca al omphalos que circundó al vestigio del útero. Esa imagen en el fondo es extraída de carne roja sobre carne arena; Swannel aprieta rápido el gatillo; la luz embaraza lo invisible y ellos deformes en un rojo que fornica las fauces.

Roldán me espera en Lampa; ha estado observando un posible movimiento; el capitán Mejía, relevo reciente, le ha puesto al tanto hace unas horas. Ya he hecho todos los materiales y anotó este último suceso rápidamente; el taxi ya llega, estamos por Abancay. Sé que de nada sirve el peligro sino es mío ahora.

El Dodge va embalado y arremete contra un Daihatsu. El tránsito se desbarata por ese carril. Los conductores salen rápidamente. Valdez observa al taxi inconsciente que tiene la frente abierta por varios trozos de vidrio (unas dos tomas). Le dice a los husmeadores que vayan por una ambulancia; uno de ellos le afirma que vio una patrulla por Ocoña, “que felizmente no le paso nada al señor del otro carro”. Camina unas dos cuadras, casi corre. Encuentra a Roldán con su cámara detrás de una carreta ambulante.

– Ya se los dije a esos conchesumadres: salgan rápido de la carreta, no voy a robarles, soy de prensa. No notaron ni la cámara, Néstor.

– Hasta que no se venga la policía, les vale la mercancía. Seguro que querían irse al mercado central. ¿Qué has visto?

– Uno parece ser que mueve la operación. Pensé que eran estupideces, por eso no llamé antes. Pero ya ves, tengo cerca de quince de tomas.

– El asunto es grave entonces.

– He visto entrar y salir varios cadáveres; los tienen custodiados por unos cinco a siete tipos, eso lo sé según los informes del capitán. Y ellos lo saben por otro policía experto en seguimiento. Él los ha estado vigilando durante tres días seguidos –Roldán habla muy bajo; bajando la cabeza de rato en rato, revisa con la cámara a la par que dialoga con Valdez; tiene cara de cansado, efectivamente ha estado esperando durante horas ahí, prácticamente desde entradas las primeras horas de la mañana–.

– Los policías ya deben tener registrado los movimientos.

– Sí, uno de los cabos me hizo llegar la placa antes de tomar esta posición; es un camión Ford modelo F-150 placa IQ-1480. Te voy a ser franco, ya iba a abandonar el caso; pero después de hoy tengo cuerda para rato, Néstor.

Fueron unos cinco disparos. Uno le cayó a Roldán entre la rodilla y la pantorrilla. El cuerpo policial cayo presa fácil de una emboscada de ametralladoras. Refuerzos iban en camino. Ese era el centro de operaciones. Habían estado lucrando con los Hospitales al interior del país, vendiendo órganos en calidad de organizaciones extranjeras; no se supo si estuvieron asociados a los terroristas; el caso es irresuelto. Se había creído inicialmente que tenían algún puesto en el Peréz Araníbar y los directivos de este centro estaban confabulados con la organización delictiva; pero eso ya se descartaría en los años posteriores. El suceso con los periodistas fue tan breve como un deceso.

Transcurre lo que vive, se queda quieto lo que muere; la realidad transcurre, la idealidad queda, solo transcurre en la fotografía. Detenidos los cinco bandidos; tres están dos metros adelante del resto de ellos, en dirección a una camioneta, están cruzando la pista; los revólveres apuntan hacia una carreta a unos cinco metros de ellos; no hay autos, la toma cazó la pólvora quemándose en varias trochas; la bala, aquí estática, corriendo por el aire; otra bala se zambulle picando la pierna derecha de Roldán; el sudor hecho gotas en la sien de Valdez, no se ve, solo él lo siente. La primera bala está cerca del pecho de Valdez; él no escapó, se quedó escondiéndose tras su cámara, frenando la realidad y conseguir detener el tiempo. Lo logró. Así la fotografía muestra las cosas; alguien las mira y solo cuando quita la vista de allí la luz deja de caer y todo queda oscuro. Lo real vuelve a transcurrir: la cámara está cayendo y jala al cuello… mortífero sonido ensordece las entrañas. Hay una consecución y él sin cámara se atrapó para volver a existir.




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