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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Espejos

Miras y te ves, te ves y miras; te mueves, se mueve. No hay manera que te deje de seguir, imitar. Esto no es nada hilarante, es el más perverso reflejo. Qué es lo que observas, pues no todo lo que está ahí es lo que ciertamente es, piensas. Sí observas la misma habiatación, por qué. Sientes que no es suficiente el conociemiento poseído acerca de ese clon. Quieres entrar a través de esa pared cristalina, que se encuentra en medio del ambiente frente a la puerta; tratas de ingresar paro la pared resiste todo intento. Entonces, convencido de que no hay nada extraño, le das la espalda. Repentinamernte, el aire es mordido por un cúmulo de escarcha rutilante; lo percibes, observas el espejo hecho trizas. Es inusual verdad, reflexionas. La rajadura ha multiplicado varios espejos diminutos, te observas en cada uno de ellos. Cuando las imágenes reproducidas en los cristales se acercan, piensa tú no te has acercado. Sobresalen extremidades de todos los espejos. Tú atónito, boquiabierto. Logran escapar, estos otros, de esa prisión cristalina. Sabía que esa pared poseía algo extraño, no me gustó desde un principio que me mire, te dices ensimismadamente. Pero estos otros estàn eclipsados, funestos barbotan crujidos, semejantes a la estridencia de los cristales deshechos. Con las pupilas dilatadas, ellos son de todos los tamaños. Te acometen, aprehenden; estás bien sujeto y entonces uno de ellos trata de asfixiarte. Si èl hálito calcina tu esófago, siente como la saliva ahoga tus cuerdas vocales, como tus semejantes estrujan el uniforme carnoso que orina sangre. Te pierdes en la oscuridad; ellos impiden toda percepción.

Luego te sientes bien. No sucedido nada tal vez ha sido un mal sueño, piensas. Te encuentras desperezado en el piso de la habitación. La pared cristalina está reluciente. Pues que pesadilla he tenido, te dices. Das algunos pasos dándole la espalda al espejo; estás girando el manubrio de la puerta, sì lo giras en sentido antihorario. Para tu sorpresa aseguras el picaporte. Giras hacia el otro sentido y la puerta se abre. Estás en el pasillo principal de tu casa; desciendes por la escalera que da al primer piso. Terminas la escalera y sigues estando en el pasillo anterior. Retrocedes la mirada y la escalera no está. Solo hay una ventana que da a tu jardín. Miras a través de la ventana y observas el cuarto y la puerta, que da al pasillo. Que està pasando, piensas. Quieres atravesar la ventana pero una pared transparente lo impide. Golpeas, empujas, no hay como abrirla. No hay como ir hacia el otro lado de la ventana. Volteas y buscas algo con que destrozar la ventana. Encuentra en el pasillo una vieja silla; la tomas y acometes frenéticamente contra la ventana, una y otra vez, intermitentemente. La silla termina destrozándose parte por parte. Minuto por minuto se va acabando tu paciencia, se va acabando tu esperanza, se va acabando tu vida. Solo te consuelas con seguir observando a través de la ventana el cuarto donde debe estar el espejo. Dónde está, piensas. Debería estar tras la ventana. De repente te apresuras y abres la puerta del cuarto. Observas el espejo; te reflejas, está normal. Mantienes la mirada hacia el espejo hasta que sales al pasillo miras la ventana y te ves a ti mismo por la ventana. Miras, nuevamente, el espejo y estás hecho trizas. Miras la ventana, y un n viso te cega. Nuevamente en la oscuridad de tu visión deambulas. Con el tacto puedes sentir la pared del pasillo. Aún te encuentras en el pasillo; esta vez el sonido estridente que emite el espejo al resquebrajarse, un sonido demasiado agudo, se produce. Tus tímpanos no pueden más, los oídos dilatan sus orificios. Repentinamente, la lengua oprime tus dientes con una fuerza descomunal; los incisivos se despliegan hacia adelante, hasta salir expulsados por ese órgano muscular. El dolor te compunge; no lo puedes evitar. Hasta que la visión retorna y ves tu cuarto, pero no te puedes mover. Te encuentras adherido a la ventana. Avizoras en el cuarto por la puerta ingresa tu madre. Ella observa hacia ti, hacia la ventana; con el rostro impàvido y los ojos abiertos tenazmente. Y suelta un potente grito. Tal es la intensidad que sientes un trémulo por todo el cuerpo; cada vez más fuerte, y entonces sientes como los cristales se cercenan, como tu cuerpo se desploma. El espejo yace reluciente de nuevo.

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