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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

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Teléfono de la vuelta






Suelen ser los días de semana por la tarde. Adrián me deja un mensaje de texto por las mañanas. Hago llamadas en un público cerca de la casa. Ya se ha vuelto un ritual. La costumbre cansa y no deja disfrutar las vacaciones de medio año. Trato de salir a la misma hora, para así no descuidar mi trabajo, algunas investigaciones.


Hago del tío del hijo de Adrián. El pequeño vive con su madre en la casa de sus abuelos. Adrián está obsesionado con cuidar de su hijo ahora que su ex esposa obtuvo la custodia. Él insiste hasta en pagarme por el favor. Pero le he dicho más de una vez que solo vale su agradecimiento. Soy incapaz de cobrarle a un entrañable amigo de años.


A Tavito siempre lo imagino gordito tras el aurícular. Él me ha contado que ni flaco ni gordo. Le estoy contando una anécdota sobre su padre. Se está riendo de la ocurrencia con que su padre intenta tomarle el pelo a un cliente. Por lo general, sé hacerme de una buena imitación de Adrián y de varios personajes. Así, Tavito termina alegre la mayoría de las llamadas y me permite seguir con mi trabajo. Por fin, cuelgo y empiezo a tomar un pasaje para llegar rápido. A medio camino, me acuerdo de uno de los recados de Adrián. Es uno urgente. Solo me queda volver. En el teléfono ya llama una mujer.


—¿Así te dijo? No, es que me parece exagerado. ¿Encima se amargó? Ja, ja, ja. Todavía es muy chíbolo, pues. Ajá, sí, ¿no? Pero…


El cabello hasta los hombros.


—Seguro piensa que todo el mundo gira alrededor suyo… es que a ti también te pasa, ja, ja, ja. Ya habrá problemas más grandes y tomará conciencia. Mi hermana anda en las mismas. Puedes…


La espalda estrecha y las caderas no muy amplias, solo algo curvas.


—Sí, esperó que sus amigos hagan eso. Ajá. Creyó ser la mandamás en el trabajo y al final le terminaron volteando el plato.


Los ojos algo… algo redondeados.


—¿Ya vas a buscarme? Estos días he estado pensando… Tú ¿no acaso? Ah, ¿tienes que irte allá todas las tardes?
Solo algo, no la noto bien. Ya me nota. Se esconde con su espalda, arrimándose contra la pared a un lado del teléfono. Habla más despacio. Entiendo está en una situación un poco difícil.
—Sí, pero… podrías un tiempo, ¿no? ¿Qué tal el miércoles? ¿En la mañana? ¿Hasta las nueve, tan tarde? Bueno, entonces…

Ríe retorciendo el cable del teléfono. Enreda uno de sus dedos espiralarando el cable en un sentido y en otro. Mueve el pie dando de pisadas cortas al suelo. Me ve ahora.


—…sí.


Se queda callada. La vi comprensivo. No quería que se abochorne por lo que está hablando. Algo tan privado en un público no es un problema a menos que alguien esté a lado esperando. De su aurícular lo único que escucho es un leve sonido distorsionado e ideletreado.


—Pero ya me dijiste que el fin de semana estás ocupado. Claro, el próximo lunes solo tengo que ayudar a una tía en unas cosas del instituto. ¿Me llamas entonces? Ya. Te cuidas, ¿ok? Nos vemos.


Fue agria. Sus ojos no son tan redondeados. Está seria. Se queda un momento después de colgar el aurícular. Se encoge de brazos y me da la espalda. Parece que mira hacia abajo o contra la pared. Su cabello no me deja saberlo. Me acerco a ella y estoy por preguntarle si ya puedo hacer una llamada; pero de repente sin darme la cara, escondiéndola con su espalda y el cabello, me rodea por un lado y camina como cualquiera que anduviese por la vereda. La observo empequeñecerse al frente. Me llama la atención pero tengo que llamar a Tavito.


Le doy el recado unos minutos. Y me voy de allí. En casa, entro y voy de frente al escritorio. Reviso unos diarios del lunes. De golpe me viene la sensación. Quise hablarle. Decirle algo que le quitara el fastidio que le vi en la cara. Darle ánimos sobre ese rechazo de su ¿pareja? No, no es seguro. Quizá solo estén saliendo en plan de amigos. Pero ¿por qué meterme? ¿A mí qué? Soy un extraño. ¿Quién espera recibir consejos de un extraño? ¿Alguien vería normal que otro extraño le hablase de sus asuntos personales en la calle solo porque ambos están en un teléfono público? También quise hablarle de esto, ya una anécdota, a Tavito pero se me fue de la mente cuando me dijo otra cosa. No tiene caso. Mejor me pongo a seguir con el trabajo.


Es al otro día, miércoles. Dan cerca de las seis y me despierto impresionado. Me quedé durmiendo en el escritorio. Una parte de las páginas que escribía están algo húmedas. Debí ser yo. Voy al lavatorio del baño. Me enjuago la cara y me veo en el espejo. Luzco algo demacrado. Estuve cerca de ocho horas sentado en el escritorio revisando folios, diarios, libros y una agenda. Nada más me detuvo durante unos minutos la llamada de Adrián. Demonios, se me fue. Me cambio rápido. Doy una vuelta por la cocina. Todo está en su lugar. Me cepillo y salgo. Desde lejos noto que alguien ya está al teléfono.


Ahora habla bajito. Pienso que nuevamente es el mismo problema. Tengo para irme a otro teléfono pero no sé. Me da curiosidad, qué la trae al día siguiente al teléfono. Tal vez vive por acá y llama seguido. No es la única que busca ahorrar llamando desde otro tipo de servicio. Pueda que tenga a su familia lejos y esté sola. Qué estoy diciendo. Así me la puedo pasar todo el día. Qué cosa la lleva. Pero qué me interesa. Tengo que seguir con el día. Acabo de despertarme y no he hecho casi nada. Ya no tengo más tiempo.


—Disculpa, ya termine.
Le siento tibia la voz y todo como se ve. No puedo creerlo. ¿Ya se va?
—Ah, gracias.
Casi no pienso. Me quedo tieso mirándola. Va a un lado viendo el piso. Y otra vez mejor no, nada.
—Disculpa… llevas una cara. ¿Puedo ayudarte en algo?
Me mira algo seria. Parece va a voltearse ya. No tiene nada qué decirme.
—Lo que pasa es que… solo escuché ayer un poco la conversación que tuviste acá, en el teléfono. Disculpa, no…
—Ah, eso, no, no importa. Algunas veces las cosas pasan así, ¿no?
—Ah… ya. Entonces todo está bien…
—Sí.


Volteo. He sido imbécil. No sé cuándo pensé por ahí que compartiría eso con alguien. Ella misma lo entiende, es normal que pasen así las cosas. Tavito está agripado y se le escucha medio tupido. Le digo que tiene que tiene que ir con su hermana a la casa de su tía. Su papá ha dejado unos regalos allí. Pero Tavito no quiere ir. Me dice Adrián no le quiere comprar un juego para su Gamecube, que solo eso le gustaría de regalo. Le digo tal vez, quién sabe, su tía ya se ha puesto a jugar en su televisor, debe estar matando bastantes naves alienígenas, que de chica siempre quiso ser astronauta. Le insisto vaya ya que su tía es muy viciosa y le ganará en todas las partidas. Lo más probable, agrego, su hermana llegará primero y se aliará con su tía en un escuadrón femenino que será invencible.
—No jodas, sé macho, Tavito, no puedes dejar que los varones perdamos ante las mujeres. ¡Coraje!
Se lo grito alzando un puño. Tavito lleva riéndose y me dice ya, tío, ya.
—Ja, ja, ja, qué chistoso.
Si no volteo jamás lo creería. Me distrae y sigo.
—Sí, sí, este chiquito no entiende; si se enfrenta a otros chiquitos, hace rato ya. Tavito, sí, no, no te estoy hablando a ti. Entonces confío en que le ganarás a tu tía y luego iré yo para encontrar una nueva estrategia para acabar con tu mamá, tu abuela y esa chica pecosa del frente. No te hagas, Tavito, sí me he dado cuenta.


Me jura que no y se ríe.


—Está bien, Tavito, yo sé que eres muy joven para casarte y que quieres estar contigo mismo. Yo te entiendo, a tu edad yo jugaba con la chica de al frente solo de mentirita. Pero, no, sí. Ya ves. Sí, yo sí creo que quiera jugar contigo. ¿A qué no? Vivaracho.

Sí, pero me dice. Y sigue riéndose. Ya le digo que lo veré pronto, que duerma temprano y no se envicie mucho con eso. Se me acaba el crédito y tengo que colgarle, termino de decirle. Se despide.

—¿Tu hijo no te cree lo del regalo?
—Es que no es su cumpleaños.
—Ja, ja…
—Y tampoco soy su padre.
—Ah, ¿sí?
—Sí, no te culpo. Cualquiera hubiese dicho lo mismo.
—Sí…
—Sí, ya, ya sé que me veo como un chocho viejo y bonachón, ya…
—Ja, ja, no, no es eso, no es cierto.
—Bueno…
—Sí.
—Ahora se te ve mejor, ya sonríes.
—Ah…

Está algo, no sé. Es que… no sé.

—Tengo algo de tiempo. ¿Quieres ir a tomar algo?
—Ah, claro, vamos.
—Bueno…

Mira adelante a la vez camino al lado suyo. A poco de doblar por una esquina, noto que va hablar algo. Yo… no.

—¿Cómo te llamas?
—Carlos ¿y tú?
—María.
—Debería decirte lo clásico, que me gusta tu nombre y todo eso pero…
—Ya, ja, ja , ja… pero no, no ¿no te gusta?
—Es que no sé cómo encontrarle gusto a un nombre. Creo que es porque suena bien y ya está bien. Pero a mí me suenan iguales todos.
—Bueno… debe ser la costumbre. Los nombres hasta tienen su propio significado.

Estoy algo nervioso.

—Es que no sé… eso tiene sentido como creer en los astros y en esas cosas que… de verdad, ¿no? A mí no me convencen.
—Sí, yo soy atea.
—Ah, qué confiada.
—Ja, ja, ja. ¿A qué te dedicas, Carlos?
—A la Sociología. Trabajo para una revista de Ciencias Sociales y en una oficina de un instituto extranjero, el Social Poverty Institute of Latin America Studies.
No lo conoce, por qué decirlo todo completo. El nombre de la revista está más fácil.
—Ah, ya, entiendo, sí he escuchado de organizaciones como esa. Tengo un tío antropólogo. Algunas veces le he escuchado mencionar nombres como esos.

Esta vez, me digo, tienes que preguntar tú.

—Y tú, en qué andas.

¿En patines? Qué imbécil.

—Trabajo en la contabilidad de un museo, el Museo de Arte, ¿lo conoces?
—Claro, una vez le dije a Tavito para ir allá. Pensaba que le iban a impresionar sus antepasados. Algunos restos de homínidos todo gordos.
Qué dices.
—Qué cosas dices, Carlos, ja, ja, ja.
—Sí, es que ni yo mismo sé cómo son los chicos. Se me olvidó en la secundaria o cuando empezaron a desarrollarse las cosas, ya sabes.
—Ja, ja, ja. Sí, una ya no tiene conciencia de eso, vive su vida y qué importa el resto.

Tienes que entenderme tú me conoces bien, hazme caso, no sigas con eso. Todavía dices son los nervios. Solo así te pones a pensar en segunda persona.

—Pero a esa edad tampoco me di cuenta de eso. Es que el problema no son esas ‘cosas desarrolladas’, ya —ella está riéndose y tú de verdad ya, payaso— en realidad son las consecuencias que traen. Ya la junta con los hombres importa pero para ir a otra junta, con las mujeres. Es una cuestión tribal. Y con ese asunto de la atracción sexual también la madurez y eso que te inculcan a pensar serio y en serio, y a dejarte de bromas, cojudeces.
—Sí, la adultez pareciera que nos hace daño. Mira nada más cómo estaba ayer, complicándome la vida con un asunto sentimental. Y eso que nosotras, las mujeres, desarrollamos eso primero que ustedes, los homínidos.

Ahora te ríes, payaso, acaba de darse cuenta que eres un completo retardado.

—Ja, ja, ja. Sí, a veces no podemos con nuestro genio. Y todo se lo debemos a nuestra cabezota…
—Y a la ‘cosa desarrollada’…

Esta chica es ruda, Carlos.

—Ja, ja, ja, supongo. Tavito me recuerda lo que olvido de esas épocas, sí. La vida de los niños no es tan fácil como solemos creer los adultos. También tiene mucha dificultad convencer al padre de varias cosas. El nivel uno de Mario Bros puede mandarlos al diablo como a nosotros la pérdida del empleo. A propósito, no puedo matar a un Koopa, está muy difícil, trato de ir con un ‘estrella’ pero el maldito es muy fuerte.
—Debes ir con pluma y atravesar unos tubos secretos. Koopa estará más debilitado.
—Mierda, ¿También lo juegas?
—Ja, ja, de chica, no sé cómo me has hecho recordar, ja, ja, ja.

Llegamos a un café. No es gran cosa. Es uno de esos al paso que hay por uno de esos distritos de clase media. Pido un americano y ella, un capuchino. María me alegra el día, es lo único que estoy insinuándome. Parece que lleváramos horas conversando y, al menos, unos meses conociéndonos. Ella ahora muestra muecas, sorbe su café y me cuenta lo de ayer. Le digo me lo confíe, yo vivo por donde está el teléfono, a que ella también sí; sí, sí, me dice, pero hace un par de meses que se mudó, al departamento del parque; ese sí me acuerdo, donde jugaba pelota hace varios años.

—Ahora nada más el Mario Bros.
—Ja, ja. El trabajo apenas me deja aliento para salir los fines de semana. En uno de ellos, lo conocí a él, y ya ves, cómo se vuelve jodida la cosa.
—Sí, hay hombres que se hacen difíciles como las mujeres. Quizá eso les dé un toque femenino —enarca el ceño—. Creo que forma parte de la necesidad de creer, a veces, demasiado en uno mismo y, bueno, sí, también el hecho de que ustedes se desarrollan primero. Al final, sentir, sí, es difícil, ya pienso poco en eso… —no sé si seguir, tal vez es demasiado tarde para seguir hablando; yo al fin me amaneceré trabajando—.
—¿Qué contigo? ¿Cómo va tu vida sentimental?
—A media caña —es un rictus en ella—, salía con una abogada de la universidad. Estuvimos haciendo planes para viajar y darnos unas vacaciones al final del año pasado. Pero ella empezó a cambiar de opinión cuando tuve que ocuparme durante un mayor tiempo en investigaciones y en unas conferencias que salieron con motivo de un aniversario, de esos que tienen las especialidades académicas. Antes no habíamos pensado tan en serio; eran cosas que pasaban y… no más, al rato ella terminaba en su casa y yo en la mía, ella en sus fiestas, yo en las mías. Es juerguera Vanesa, sí.
—Me gusta su nombre.
—De verdad yo no entiendo eso, ya te he dicho —reímos.
—Ah, así que juergas. Me gusta bailar.
—¿Te gustaría ir a bailar un fin de semana?
—Claro, ja, ja, ja. Pero antes déjame terminar con unos trabajos. La administración del museo quiere que entregue unas proyecciones de unos estados de cuenta para la semana de Cultura. Es una de las temporadas que más gente va al museo.
—Sí, claro, me imagino. Hace tiempo no voy a ojear las actividades de Museo. Dependo de Tavito para eso. Ahora que Adrián le engríe con juegos y regalos y no le deja tiempo para recrearse saliendo. Sabe que su mamá lo saca o lo deja jugando con sus amigos del barrio.
—¿Adrián está con Tavito?
—Se separó y la madre le tiene rencor. No sé cómo se les amargó sus vidas juntos. Adrián es consentidor y me pidió el favor de servir de nexo entre Tavito y él. Claro que ya hay veces que el nexo cobra protagonismo. Y Adrián está contento con eso. Hace unos días hablé con Clara, su madre, y le expliqué las cosas. Yo la conocí apenas en la universidad y, bueno, por lo que Adrián me contaba, es una mujer lista y alegre. Y no se equivocaba. Clara simpatizó conmigo. Iré con tavito uno de estos días. Adrián me ha dicho que podríamos ir con él pero sin que se enterase Clara.
—Ah, sí, ser nexo no es tan fácil.
—Sí, voy a tener que despedazarme y no soy de ir al gimnasio —ríe y termina de un suspiro.
—Carlos, un gusto conocerte de veraz. Acá como en las películas —qué chistosa, ja, ja, ja—, te dejo mi número y mi correo.
—Gracias, yo…
—Sí, me echas una llamada, por favor. A ver si lo haces de ese teléfono, ja, ja, ja.
—Después de Tavito.
—A ese chico me lo presentarás, está muy nombrado.
—Sí —ya se va, qué nervios, de nuevo ya, ríe nomás.
—Tengo que irme volando… —te mira y sigues nervioso, parece te trepara y fueras un homínido tan desarrollado que no podrías entender. Sonríes y te parece que te estoy mintiendo, no puedes franquearte ahora.
—Claro, planea bien, no confíes en la crisis, no todos los precios suben —arroja una mano empuñada sobre tu pecho y gesticula su boca, algo dice pero ya… qué—buen viaje.
—Chau.
—Chau.

Ni cuenta de estar afuera, ni tampoco en pagar los cafés, ni ese giro que María da a una esquina mientras ésta no se mueve tras la lluvia que cae oblicua y parece perseguirla. En qué momento te pones poético. Cómo haces para decir una cosa callándote las dudas hablantines. Habías sido ameno durante la universidad, pregunto. Cuándo te intereso la Sociedad, los líos entre grupos, las justicias, desigualdades y otras cosas en plural. No te pareció aburrido. Por qué darte la vuelta para pensar tanto si vives poco. Ahora pareces la inquisición condenándote con tantas preguntas. Habrá sido incontable: María te está sacando de la gangrena de repisas, papeles y esas investigaciones. Te recuerda tu niñez y te hace intrépido en un montón de palabras sin suerte y un destino predicho. Casi estás por llamarte en el registro público, José el Carpintero, ella María llena es de gracia, tú Jesús de Nazareth, ella María Magdalena. Te pones religioso, cuidado, ella es atea, más cuidado, tú también. Si tienes investigaciones, y alguna quieres hacerla más entretenida que esas últimas enciclopedias Océano Uno, tienes ahí el misterio de María la atea, María la que no cree en Jesús y tú te llamas Carlos. Un 25 de Diciembre de hoy, el 3 de Julio, algo nació y no lo compraste en el mercado para ponerlo en un montón de papel verde.


Qué día es hoy. Lo olvido por la noche. Creo que es madrugada. Me paso escribiendo cosas que no hago hace mucho. Dejé las investigaciones para todo el día de mañana. No quiero pensar esto es un diario. Han pasado cerca de tres semanas desde conocer a María. He llamado a su teléfono. No ha contestado ninguna de las veces. Reviso más seguido los correos en la bandeja. Hay cantidad de avisos publicitarios y unos virus guacamole, revistas, la última sensación en el mundo del café. Me ha llegado un mensaje adornado con un montón de animaciones flash y eso. Tavito estuvo tratando de buscarle el porqué a una escultura griega. Dentro hay un botón; le hago clic. No sabía mucho de Historia del Arte, que se lo contará la guía, que para eso pagué la entrada. Aparece una ventana que me lleva a un mensaje de corre electrónico, al parecer, el mío pero adherido a eso que dice arribita de un marco plomo, ‘sindicalización’. Tavito es mejor con las matemáticas. El mensaje es una cadena donde María da consejos sobre cómo ser el mejor patriota, es fiestas patrias. Salgo al teléfono. Tavito ahora tiene célular y me deja mensajes de texto. Adrián ya no me deja recados y salgo por mi cuenta con él. De verdad me he hecho su tío y no me interesa dejar de serlo. Parece es mi instinto paterno, si existe a la inversa del materno. María fue la esperanza de un creyente. Creí en ella.


—No te llamé porque me fui de viaje, eso es todo, no insistas. ¿Tienes que ponerte así? Ya te he dicho que soy independiente y mi trabajo consiste en viajar, así no te guste. Es que no…

No estoy a la derecha de Dios padre.

—…entiéndeme, por favor. Mañana voy a estar en mi depa a eso de cinco a nueve. Sí, todo el día.

Pobre chica, llama en el teléfono preocupada, pero ya no. Dónde estará María. Ojalá llame mañana. No le di mi número. Aún vengo a este teléfono.



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