Está abierto
Un clásico día nublado en la capital junto al mar verdoso. Temprano sale gente vestida inusualmente como lo hacen en sus casas. Se reúnen sin desearlo en las esquinas y esperan a que buses, de todo tipo, y taxis se estacionen cerca de ellos. Porque esto no siempre ocurre, es normal ver a algunas personas lanzándose hacia vehículos llenos e ir colgados en condiciones infrahumanas, pero, bien conocidas. El tránsito a las ocho horas de la mañana es tal vez uno los más complejos en cálculos de ingenieros o de especialistas gringos en highways. También es seguramente varias lisuras, una mentada de madre al conductor que está delante de cualquiera, una reputeada al burgomaestre responsable de las obras en la pista y de los desvíos a las principales avenidas de la ciudad. A estas horas abren los centros comerciales, tiendas, mercados, negocios, agencias… como en cualquier otra ciudad, actividades diarias de varias clases se inician a estas horas. Esto explica también el complicado tránsito y los populosos amontonamientos en las avenidas y en algunas calles. Es repetitiva la idea de juzgar a esta ciudad como cualquier otra de estos tiempos. Pero una de las características especiales de esta ciudad es que el tránsito y las actividades al iniciar el día, se llevan con un gran denominador común: el desorden. Hay días inverosímiles para quien no sea parte de la ciudad o no haya oído hablar de la cultura de su país o de algún país exportador de un tubérculo milagroso por salvar la vida a soldados de las dos guerras mundiales ocurridas en el siglo XX. En efecto, en esos días los gentíos son improvisadamente formados sin ninguna disciplina, sin un orden tal que les permita ir sucesivamente y sacar provecho al mayor espacio y al más corto intervalo de tiempo; los grupos de ciudadanos son los más numerosos y los más concentrados en la acera y hasta en la pista de todas las zonas aledañas al parque automotor de la ciudad. El desorden es un factor problemático a ponderarse estadísticamente por los especialistas y quienes estén interesados en descubrir la verdad y no creer en Dios. Todos estos son unos cuantos. La más inteligente de las ocupaciones es seguir con los asuntos personales y quién más importa. (Tampoco les importó mucho a los conquistadores occidentales que fundaron esta ciudad). Por ser tan famosa, no hay necesidad de nombrarla. No es necesaria alguna frase más conocida para dar por sentado cual es la ciudad que describe estas características en un día como hoy, por ejemplo, así sea de cualquier país y de la cultura más desconocida. Es seguro esta ciudad de igual manera podrá encontrar un nombre en cualquier lengua. No habrá excepciones.
El siguiente personaje tampoco necesita mayores identificaciones porque podría ser tú, lector, en caso seas del género masculino; en caso opuesto, es mejor pues así no habrá ningún deseo adverso a algún rol de género de por medio. Es decir, no es una idea, es alguien de carne y hueso y algo más. Este aparece así. Como cualquier otro a las 7:12 am. está yendo de un lado a otro a prisa por encontrar su indumentaria. Sus alimentos están calentándose en un horno con reloj, como cualquier otro. Va a la ducha porque es de la idea de despertarse por el chorro de agua a presión o de subsanar de forma inconsciente cualquier necesidad física. Una vez escogida la ropa de hoy, se asegura de que ésta esté lista para ser usada. Plancha camisa, pantalones, no el saco; lustra zapatos, no otro calzado; toca la sedosa textura de la corbata, no su ropa interior, tiene confianza. Va hacia el comedor por su huevo frito y los cubiertos. A las 7:34 pm., con el Guiness desconocido de unos 22 minutos en hacer todas sus actividades, ya está parado en una de las esquinas o paraderos de una avenida. Hasta aquí pasa desapercibido como cualquier otro ciudadano de la Población Económicamente Activa y de la categoría de empleado, y, como ya se anotó seguida a la condición de género, mas no opción sexual, cosa ya bastante compleja a tomar en cuenta, como tú, lector. Pero hay una variante.
Alrededor de él, hay varios uniformados, mujeres gráciles, jóvenes con mochilas en las espaldas y uno/a que otro/a colegial. Como todos los días, esta gente llega a contarse en más de una decena. Por lo regular, todos llevan unos minutos parados antes de abordar un vehículo. Durante ellos, los ciudadanos y algunos menores de edad conversan con algunos conocidos entre ellos, a veces, también se encuentran por primera vez. Mas todos no miran a alguien como si fuera el centro de atención o fuese alguna figura famosa. Además, muy inusual es una situación en la que una persona famosa se decida a formar parte del anonimato ofrecido por estas agrupaciones de ciudadanos. Con todo, no solo es casi imposible, como encontrar una aguja en un pajar, toparse a una persona famosa a estas horas y en situaciones como la descrita, sino además es inimaginable concebir la atención a una persona cualquiera si antes no tiene una característica preocupante para la seguridad pública. Dentro de las posibilidades teóricas, cuánticas y resultantes de experimentos pertrechados por la ciencia más avanzada en series SCI-FI, solo cabría esperar que una de esas características sea la de nuestro personaje que ahora, de forma inusitada, es mirado atentamente por todas las personas descritas alrededor. Aquí comienza un misterio que en contra a lo que el lector pueda sospechar, aparece en absoluto de forma inesperada para quien escribe.
Una mujer pone las manos en su cintura y empieza a sonreír. Enseguida, le da un codazo avisándole a su acompañante por que está viendo. Dos señores ya afectados por la calvicie, se rascan sus barbillas. Un niño señala con el dedo y una mujer algo mayor, quien parece ser su madre, le da una palmada reprendiéndole por el acto. Unos jóvenes murmuran algo. Tres muchachos vestidos de camisa y saco lo miran prendiendo uno a uno un cigarrillo. Una joven mujer de cartera al hombro y de frescos labios, exclama algo. Dos más de cabellos lisos y largos empiezan a carcajearse. Todas estas personas empiezan a formar un círculo donde el acechado personaje es obligado a retroceder unos pasos. Por su cabeza en un instante no sabe qué pensar. Lo primero que atina a hacer es sujetar bien el maletín que porta. Su instinto parece advertirle primero el peligro contra su supervivencia. Está por decirles algo cuando una de las jóvenes de los cabellos lisos se le acerca. Lo segundo que el instinto parece indicarle al personaje es correr por su vida, aun cuando ello no es dado en este tono tan tranquilo para la situación precaria. La segunda acción del personaje es dar la espalda a la joven y a apartar a un lado a los dos señores de las barbillas. Su instinto parece vaticinarle que se estrellará contra la puerta de un vehículo repleto de pasajeros si no cambia de dirección de forma intempestiva. Pero el personaje, por demostrar al contrario que no siempre el instinto humano es el más sabio en ser materia de la decisión a tomar, va de frente. Se choca contra una baranda y sus manos apenas lo sujetan de ella. Un joven macilento y desaliñado, lo agarra por los hombros y le grita algo. El personaje, con un increíble dolor en uno de los pómulos y la nariz, le responde con voz temeraria, haciendo señas en el aire, expresando su rechazo al desaliñado. Por fin, éste voltea y les habla a continuación a otras personas encaramadas algunos centímetros arriba de una escalera metálica. Al personaje empieza a volarle el borde del saco y a sacar al aire uno de sus zapatos. Parece ser que una de las últimas indicaciones de su instinto, consiste en una búsqueda de una calefacción más fresca para los pies.
El humor está recargado por aquí. El personaje está acostumbrado como todos los pasajeros del vehículo a esta situación. Ya más a salvo de los peligros contraídos hace unos instantes, se hace campo en la maraña humana repartida en dos lados de un corredor amplio. En ambos, los pasajeros están de espaldas y se agarran de un fierro a cada lado. Encuentra un apretujado espacio estrecho al lado de una mujer simpática y maquillada de forma encantadora. Ella mira de frente al unísono de todos. Pero la aparición del personaje por un instante le roba la atención. Los pocos segundos que lo está mirando parecen pasarse en minutos. En cambio, en un flash, abre la boca con sorpresa. El personaje mira esto. Otra vez, queda confundido; por qué esa admiración, parece preguntarse en la mente. Con renovada curiosidad por los efectos inesperados desde su peligrosa incursión en la esquina de los buses, huele su camisa y su saco. Esta vez no es su instinto sino su conocimiento que le motiva este acto. Sospecha quizá hoy huele mejor que otros días e, inesperadamente, es de agradable olor para las mujeres. La mujer vuelve a mira de frente. El personaje nota el leve rubor en sus mejillas. Ahora empieza a pensar qué sexy está hoy. Sin importar más el pensamiento, y algunas cosas que le enseñaron en la universidad, va decidido a hacer algo al respecto.
—Disculpe, ¿puede decirle a la señora que está durmiendo si puede abrir la ventana?
—No, grosero.
—¿Disculpe?
—No sea maleducado. Acaso no ve que la señora está roncando. Me da cosas decirle algo.
—Pero igual no entiendo porque usted tiene esta actitud.
—Yo tampoco lo entiendo a usted.
—Pero…
—¡Uhm! —y da media vuelta a su rostro y su espalda.
Ya algunos curiosos han empezado a mirarlo nuevamente. Esta vez quien tiene el rubor es el personaje. Está algo nervioso por como le ha respondido la mujer simpática. El humor no está como para abrir aún esa ventana, según siente el personaje. El método que ha acabado de utilizar jamás lo ha puesto en práctica hasta unos instantes, pero sí lo había visto antes entre algunos de sus amigos, sobre todo, los de la oficina. Piensa está en una situación capciosa. Ahora son los pasajeros quienes han empezado a mirarlo con semblantes hostiles y miradas increpantes. Como en la primera vez, lo rodean esta vez con dificultad haciéndola a un lado y otro y solo atinan a murmurar mas no decirle algo. Es este el instante cuando su instinto por vez ulterior le indica que está en peligro de extinción. No lo sabe pero lo intuye, los especimenes del género humano tienen esta conducta bajo ciertas condiciones normales cuando hay un peligro para la vida en grupo. Con la única opción de utilizar el lenguaje para volver a ser aceptado en el grupo, el personaje habla lo siguiente.
—Eh… ¿qué les pasa, ah?
No hay respuesta alguna.
—¿Por qué me miran todos así?
Hasta la mujer está impertérrita.
—¿Qué es lo que tengo? ¿Tengo algo de ustedes?
Una mosca pasa volando.
—¿Qué les he hecho? ¡No he cometido ningún crimen!
Esta vez nadie se le acerca. Mira a la mujer simpática.
—Ah… solo le dije que abriera la ventana. No hice nada más. Se lo pedí con modales. No sé por qué ella se ha enfadado. Además, por favor —se ríe entre dientes—, no es para tanto. Es una cuestión personal de ella. Yo no tengo la culpa de nada.
La mujer lo mira de forma acusadora y empieza a mover la cabeza lado a lado en señal de negación.
—Esto es para volverse locos. ¡Por qué nadie de ustedes dice nada! ¡Está bien! No me interesa más que me miren así. Solo estaré aquí
Mira hacia un solo lado, el piso. Dondequiera está alguien. No quiere mirar a nadie. De repente, de entre la maraña ahora dispuesta en una figura que cierra en un centro al personaje, sale un hombre alto y delgado y de un rostro largo y de gesto serio. Viste un oscuro traje y unas gafas transparentes rectangulares. Se va acercando en un andar erecto y despacio al centro trayendo una mano embolsicada a un lado del saco. El personaje se percata del hombre alto y, en un acto reflejo, se echa a andar sin decir nada abriéndose paso toscamente entre las personas. Algo dice rápidamente.
—¡Baja! ¡Bajaaa!
El vehículo se detiene de improviso, con lo cual la inercia trae hacia adelante a todos. El hombre alto se detiene en el centro. El personaje baja por escaleras metálicas en medio de una avenida. Por su mente nada es claro. En la vereda empieza a fijarse en sí mismo. Un grupo de chicas colegiales pasa en ese instante por su lado.
—¡Está abierto! Ja, ja, ja.
—¿Ah? —Las mira carcajeándose y casi dando saltos infantilmente. Mira debajo de sí y se percata del misterio.
A continuación sus conocimientos, su considerable experiencia en la vida, el instinto y su educación en todos los niveles, sirven para que él exprese su sorpresa.
—¡Por la putamadre!
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