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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

Luegos


La assez
Me miraba y, tierna contra sus ojos,
Se acercaba

Podría escribir jamás
Cuando siento sus manos en mis manos
Podría escribir más

Le caía los retazos del sol
abrir de en palmo en palmo las hebras de su cabello luengo
La tenía en los hilos verdes, en una égloga de llano
respirar en su cuello y caer en sus manos
Me recogía alegre, sus dedos caminaban por mi rostro
sentir sus cálidas palmas, atrapar sus mejillas con los dedos
Sostuvo mi boca con su boca
echar en las hojas
Cerraba los ojos
cerrar los ojos
Tierna contra los retazos del sol y esperar a no terminar el beso

¿Mi inspiración?
sí... ella
no es mentira
es una verdad, como ese tiempo
recuerdo...
Mientras la miraba
respiraba su respiración
me dijo
no quiero
me quiero quedar contigo
también lo quería
no había más tiempo
la dejaba esta mañana
de un jueves
con sus cabellos parisienses
La gardénia
Me cubrió
con sus pasos
Me despedí

Ella lee este verso
Espero que sonrías
Y después llevarnos juntos
Nos despedimos
Ciao

La guerra del fin del fin

¿Un niño? Se mueve una sombra en aparentes círculos entre pared, piso y pared. Deambula feliz, extiende las manos, cierra los dedos y los vuelve a dejar abiertos. Los abre al paso de sus pies. Se encuentra solo en el patio de su casa. Casa que es fortaleza. Fortaleza fortificada y merced de sucesos.

Los soldados obedecen al mandato legítimo del coronel Arellanos que ha dispuesto las fuerzas descentralizadas armadas en conjunto al servicio de la república democrática "La nueva Puebla". Los tanques van en camino, mi coronel. Arellanos "el sagaz", ha sido apodado así por sus colegas y suboficiales en cubierta de las altas fuerzas armadas, ha ordenado invadir tierras meridionales en el septentrión del antes hermano país Sayän. "Vamos, valerosos; Mayor, teniente, cubran el regimiento con la segunda y tercera división de artillería y uno de los regimientos pesados; mi coronel, entonces modifica el plan; así es, mayor. Bien, capitán, contenga cualquier posible ataque en los flancos laterales. La cuarta división blindada que espere mis ordenes, subcoronel". El comienzo del fuego no se hacía esperar casi nada. Cuando la primera salva de fusil logra impactar en la primera fila enemiga.

Él se encontraba manejando un triciclo negro a galope, con parte de la cabeza cubierta por un casco militar y con una escoba en el asiento. Desciende por las escaleras tirando de las ruedas del móvil. Pasa por un pasaje entre la sala y el ático, antes de llegar al jardín. Una vez estando ahí, aprovecha el impulso de su triciclo, ya en marcha hace unos segundos, se desliza por el pasto. Echado boca abajo, produce sonidos rabiosos, muerde su lengua rápidamente –no la muerde muy fuerte. Unos muñecos estatuas verdes oscuro son dirigidos de un envase cilíndrico al pasto. Todos estos guardan diferencias, los hay con las piernas separadas, solo con los brazos juntos, echados, arrodillados, con una postura que intercambia posiciones de las piernas y demás posiciones. Coge uno y, Marco, muerde su lengua y abre un poco los labios.

Coronel, gracias, me ha salvado con ese disparo. El oficial Arellanos empuñaba un revólver magnum de cálibre nueve milímetros; apunta la cabeza de un soldado enemigo. Éste último logra mirar fijamente al coronel por un instante. Würfel, ist, Oberst ausgefaller. La bala impactó de lleno y la resonancia de la voz se pierde entre los disparos. Las tropas avanzan rápidamente, pese al territotio accidentado y espeso de la flora. El capitán Esteve necesita refuerzos, mi coronel. Había problemas. El coronel estaba convencido de su estrategia. Consistía en asechar al enemigo con tres comandos correspondientes a objetivos claves agrupados de acuerdo a su posición en tres flancos. Cada uno de los comandos estaba compuesto por tres cuerpos de infantería y dos regimientos blindados. Dos de los flancos son laterales porque lo importante era neutralizar la artillería enemiga (pues, estaba aquipado con cañones de cálibre 81), solo estaban agrupados en tales flancos. Los tanques son constituyentes de los regimientos blindados comandados por el capitán Esteve y por el coronel, pues son dos regimientos. El regimiento de Esteve tiene por objetivo a resolver derribar los torreones antiaéreos a fin de garantizar la seguridad del ataque posterior del segundo cuerpo aéreo, compuesto por los famosos Sharks. El flanco restante está al mando del coronel y procura el objetivo más posterior al primer obejtivo; pero el más difícil de resolver: vencer el contraataque blindado de los temibles panzers. Esta unidad blindada superaba en armadura, potencia y descarga explosiva a las unidades pueblas. Por otra parte, con éxito el enemigo evitó la destrucción de dos torreones –de un total de dieciséis. El regimiento blindado de Esteve había cedido al mortífero número de artilleros y soldados. Arellanos tenía una sola salida en mente: sorprender a los enemigos con un ataque conjunto de los tres comandos en el flanco central, agilizar el avance de los dos cuerpos de infantería restantes y, cualesquiera de las respuestas del cuerpo enemigo, dar de alta al bombardeo aéreo.

Varios muñecos han ido cayendo en pocos minutos. Gota tras gota de saliva se precitaba contra el pasto; manipula sus cachacos. Aguerridas piezas van conducidas por sus manos hacia un choque entre sí. Prende un cerillo, acerca la flama a una de las piezas y le derrite una de sus partes –parece ser la parte más chica. El cerrilo se apaga.

Ha sido una gran batalla. Contra todo pronóstico, el coronel Arellanos ha vencido una vez más y ha conseguido reafirmar la calidad de victoriosa a "Nueva Puebla". El espíritu nacional flamea en cada uno de los distintivos militares y sangrados por los soldados y oficiales. Gracias a la mortal intervención de los cazabombarderos, no hubo más bajas. En una tárima improvisada.

Marco se pone de pie por encima del asiento del triciclo.

"El sagaz" coronel Arellanos no cesa sus palabras de aliento. Sin participación de siquiera uno de ustedes la batalla no hubiera sido tal. Oficiales, suboficiales, técnicos, brigada conjunta, soldados todos hemos avanzar; la guerra apenas comienza.

–Marquito, hijo, apúrate; el almuerzo está servido –Su madre preocupada, es tarde.

–Yayaya... mamá, ahora voy. Dejame guardar todo –se le escucha algo pausado, tiene problemas de vocalizar pero no es gago. Se quita el casco, coloca las piezas dentro de su envase y aparca el triciclo al pie de una maceta.

–Qué tal le ha ido a Marco en el centro especial hoy, ma –el que habla es el hermano mayor de Marco.

–La ensalada está servida ya. Ah, cierto, la directora me dijó que Marco podría ir el martes, que se tome el fin de semana en casa.

–Marco, comparito –dirigiéndose con voz familiar a su hermano y mirándolo con un poco de sostenimiento–, ¿esos cachacos? Apúrate, guárdalos en el ático. Desde chico –dirigiéndose a su mamá ahora– ha jugado con ellos. Le sigue gustando, por lo visto.

–Ni creas, hijo; su tutora , me ha contado que le gusta leer historia; en especial, le gusta las campañas militares; me dijo –con los ojos apuntando a sus cabellos, arriba– algo de guerra mundial.

–Seguro. Juega con los libros. A sus veintiún años debería estar tras las hembritas –sonríe con los ojos chispeantes y la barba jactanciosa.

–No seas gracioso, ya te quisiera ver en su caso.

En la ventana

Miraba como se ponía el sol durante el atardecer. Cuántas nubes puede haber en el cielo. Una parecía un pancito, quizá con mantequilla, quizá con mermelada. El cielo ¿es dulce o es salado? Pensaba en Aurelio, ¿qué estara haciendo ahorita en el colegio? Ha crecido rápido, mi papito. Ya debe regresar; son casi las seis de la tarde. Había anochecido, qué noche ¿cuándo habrá una estrella siquiera? Aurelito, papito, no olvides de cepillarte antes de acostarte. Yo también te quiero, papito. Estaba empezando a hacer frío. Retomé la lectura de un libro que encontré el otro día junto al aparador; no sé, era de mi abuelo, creo. Se decía Crónica de San Gabriel. Habían sido las once de la noche. Aurelito se está cepillando. Página 42, sí, me quedé en la 43. Duermete, precioso. No, precioso, no tengo ganas de dormir. Estaba sin ganas de dormir. La casa, ha cambiado bastante. La sala había sido de crema. Es de rosa. Los muebles, verdes. El atril, como de caoba. No me había dado cuenta de la tapa del libro, había cambiado: es roja. Arribita dice Julio Ramón Ribeyro. El piso antes era de parqué. Tiempos aquellos. Alfonso, a Aurelito le digo que está en el cielo, todavía podía jugar con Aurelio. ¿Y la ventana? Sí, todavía no hay ninguna estrella. Hace más frío. Papito, debes tener frío; te has tapado mal con la colcha, así está mejor; no te preocupes, ya me acuesto, duerme bien. La luna no se ve ni en madrugada. Había ido a ver si estaba bien abrigado, hace muco frío. No soy de tener insomnios, peo tengo uno que otro. Mañana tendré que ir a comprar más tela, tiene que ser temprano. Verdad, ya es mañana. Me daré rápido una ducha helada, así se me pasa el frío. Los postes siempre están encendidos, no es tan oscuro. Estaba leyendo junto a la mecedora y a un pestillo, me duele la cabeza por apoyarla junto a eso. Me quede dormida, es tarde. El libro estaba en el suelo. El reloj de la cocina. Son las seis y media. Dónde están mis zapatos. Cuidate, papito, ya vuelvo. Juntaba con sus manos el libro, yo lo había hecho un aplauso. Miraba como salía el sol durante el amanecer.

Parentesís ¡estoy! Parentesís

Iba sentado en un cartapacio; al querer ir más rápido, este se abrió y expulso algunas palabras. Me puse de pie para recogerlas, deje a un lado aquella carcel negra de algunas palabras, era muy alto no podía alcanzarlas. Me detuve en mi prisa, tendí mi mente para cubrir mi cabeza y resolví: "Todavía recuerdo cuando habían sido expósitas, cuando escribía de fátulas, de hombres necios, de mentes retorcidas, de recuerdos y de algunos escritores", algunas veces me contaba a mí. La gravedad hacía distantes e, pronto, invisibles a las palabras. No encontraría sosias, ni copias. Habiendo comprendido esto, me senté en el suelo. Reclinado en una pared envuelto en un papel de pedazos. Se había desunido lo unido y volví a ser mimo.

Esa pared la hacía mi espalda, un angulo recto, gracias: pero es pantomima; imito una pared, pero no hay nada, ¿no lo ves? Una pared no se atraviesa, ¿y tú? Has atravesado la pared. Dejemos eso de la pared y regresemos. Me puse de pie, con la boca junta, larga me dispuse a salir. Abrí la puerta , levanté un dedo y la pegué a mi boca –no hagan mucho ruido, están durmiendo–, salí del escaparate. Tenía que ser cuidadoso, no podía dejar la puerta abierta: alguien podría entrar sin autorización de los responsables. Anduve merodeando por cerca de una hora entre un jirón y una manzana. Cogía los postes, hay uno ahora cerca de mí, daba volteretas. Reía, jugaba, lloraba, corría delante de los carros, andaba desnudo, y la gente me miraba. Podía abrir puertas sin necesidad de llaves, bastaba con girar el manubrio con una mano, a veces con ambas manos porque el cromado se oxidaba. Cruzaba puentes, quería hacer magia, quería volar –muchas veces así lo hice; al poco tiempo, caí–, fingir que fingía, y tener que decir algo sin decirlo.

Estuve haciendo todo esto mientras no encontraba qué decir, era más fácil jugar con gestos. Era peor que un mudo, porque no quería hablar. A quién tendría que hablarle, qué tener que contarle. Estoy recostado en un lienzo, con el cartapacio abierto, con ganas de hablar –ya pueden hacer ruído, están despiertos–, de tejer hilos y enredarme en ellos, de soñar, de despertar, de tener reminiscencias. En una corriente, conté y aquellas palabras que anduvieron por la punta de mi pluma quedaron atrapadas por las reminiscencias. Las palabras, mira: lo que estás leyendo, de ahora serán de todavía y las de todavía serán las de ahora. ¿Qué importa? Quizá, no dejar de escribir; quizá, no dejar de vivir.

Me levante y estuve por debajo de una hoja y estoy por debajo de una hoja. Me voy, me fui. Cuando todavía.

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