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Reminiscencias de todavía

Nunca hoy

Un mimo al oído

Yo sé que me miras
Sí, lo haces cuando yo no te veo
Ahora está leyendo esto
Estás mirándome de nuevo

Yo sé que conversas conmigo
Sí, lo haces cuando hablo solo
Ahora conversas con el mimo
En un papel, pantomimia de nuevo

Tú me miras y conversas conmigo
Si miras aquí, me estás mirando
Si lees, conversas conmigo
Si volteas, dejo de ser mimo

Índice izquierdo; minutero de la hoja



Los

Los pensamientos penetran en el invierno de sus deseos
Los murales reflejan el mustio recuerdo de su sonrisa inmortal
Los rincones trastabillan amargos por la honda profundidad del zócalo
Los que la contemplan no pueden hacer más que menos
Los recuerdos tienen que ser desenterrados para que sean encaminados por el segmento de tiempo
Los fríos labios se entumecen con los áridos ósculos del aire
Los minutos van y van y son duraderos como los años
Los recuerdos no son actos en el segmento de tiempo
Los hialinos ojos se humedecen nuevamente ante el espejo
Los otros días también se recordaba
Los momentos perdidos en algún reloj son muy extrañados
Los motivos son porque alguien es extrañado
"Los" podrían dejar el número y su modo para dejarme existir en estos versos

Las

Las pasiones dejaron de ser ardientes en el presente
Las realizadas poses en la pared lóbrega de profundas visiones
Las contemplaciones marcan estos versos
Las que ella recuerda eran alegrías y la apremiante sonrisa no era aherrojada de los labios, como ahora
Las preguntas son tantas acerca del pasado con él
Las respuestas son cariñosamente hechas con una sonrisa inocente
Las palabras son escasas, solo son proferidas en el espejo de su mente
Las personas poco pueden comprender este silencio
Las fiestas dejaron abandonos de desenfreno sin frigidez
Las epístolas están esparcidas, ahí yacen occisos los recuerdos, con injertos llamados letras
Las paredes incoloras, descoloridas dibujan muchos trazos con lápiz, el gris de trasfondo más mísero
"Las" podrían convertirse, ahora que ya han pasado muchas horas, en la mujer torvada, la de las lágrimas

La en ella y lo en yo

Con mucho aspaviento me apresuro
Quiero estar para recoger cada lágrima precipitada
Me extrañaste como siempre, leyendo lo sigues, y yo no podía hacer algo distinto que lo mismo
Petisa, ya puedo tocar con mis accidentados dedos el sudor lacrimoso de tu sufrimiento
Susurrare en tus lábiles oídos hasta que me lleve el entierro
Yo también estoy enfermo de esta pena que me condena
Yo te deseo y deseo que los recuerdos nunca sean recuerdos
Porque por más que nosotros juntos miremos el espejo no podremos
Más que seguir apreciando nuestras sombras que dicen que solo hay luz para nosotros
No hay vida en los momentos como ayer, hace doce horas, hace once minutos y un segundo
Hay vida porque estamos contemplándonos otra vez pero ésta, más tarde, será un recuerdo
A veces no lo comprendo
Extraño y me siento extraño cuando lo sentí por vez primera
Era la más clemente quimera
Pero a la vez es un recuerdo y ¿sabes lo que me consuela?
Que siempre, entre los dos, habrán recuerdos muy parecidos
Recuerdos en los que nosotros estaremos juntos buscando un lecho para porfiarnos de nuestro sexo
Recuerdos para repetir mudos nuestras miradas tiernas, ser niños de nuevo
Recuerdos que contar y sin la necesidad de ser todos por escrito
Estos versos que quedarán en el recuerdo
Pero no hay que llorar, en serio
Solo hay que vernos de nuevo

Soledad en un día me dejo solo



Hace días me encontraba a la caza de la soledad. Ando por la arteria universitaria que siempre es la jungla y esconde mi presa. Varias personas en inusitadas apariciones son un embarazo; en esa ocasión solo quería estar solo. Los arbustos cambiaban conforme uno pasaba el tiempo en la universidad. Las caras de los universitarios cambiaban conforme uno pasa por la avenida principal, muchos lo conocen con un nombre que alude a tontería; yo prefiero denotarlo de diferentes maneras. A veces miro como los estudiantes se pasan horas desperezados en el lecho colindante al camino que seguía. Otras veces, no el día que recuerdo ahora y tampoco este día, me toca tomar el lugar de ellos. En estas veces, mirando al cielo, tal vez, paso el tiempo; y las obligaciones errabundas agitan mis pensamientos. No solo paso el tiempo sino que el tiempo pasa y, desgraciadamente, cobra tarde y montos gravosos, después de que el jubilo se ha ido. No es de extrañarse que paso desperezado sobre el pasto bastante rato porque me encuentro entretenido. Pero no conmigo mismo. Más bien, mentiría si sigo que solo veo a las ardillas y al cielo solamente. Miro algo más enajenante y pueril: un rostro. Por eso digo que me encuentro entretenido con alguien.

En ese día, de hace dos días, del inicio de mi relato, tenía muchas letras que recorrer con la vista, coger con mi mente y morder con los dientes de la memoria, sin terminar nunca de masticarlas. Me causaba hastío tener que estar ahí. Las respuestas son más numerosas que las preguntas en cuanto a lo que me inquietaba esa tarde que ahora recuerdo con nostalgia. Pero ese día seguía abandonándome en el camino. No encontraba mi presa, la soledad. Era una mujer muy extraña en este espacio lleno de vergeles juveniles y escenarios circulares, donde la desidia descansa jadeante. Desafortunadamente, no estaba a la caza de la desidia.
Las facultades, así llaman a algunos de los edificios universitarios, pasaban sin ningún apuro a la velocidad taciturna que desarrollaba con los pies; no tenía ánimo de tomar la dinámica de ninguna rueda. Los árboles deslizaban sus hojas por los soplidos del viento que anunciaban la caída del sol. El atardecer me encontraba cuando yo aún no encontraba a mi presa. La había buscado por todas partes a esta mujer; pero ni un cabello había pisado. A algunos compañeros, en ese rato, había inquirido acerca del paradero de la mujer. Nadie lo sabía. Yo estaba algo enojado. Quién diría que el verde constante de los arbustos de mi camino simbolizaría a la esperanza; la estaba viendo y perdía ya la esperanza de encontrara a la mujer desnuda esperándome con sus manos tiernas para tocar mi entrecejo e inundar mis pensamientos con sus letras. ¡Soledad! –gritaba en mi mente, pero no la encontraba en mi interior.

De repente, cuando no encontraba a la soledad, extrañaba a la mujer que más deseo encontrar en este camino que no acababa. La soledad sólo me sirve para poder aferrarme al conocimiento y explorar tranquilamente la literatura, hacer literatura. Solo ahí la mujer bondadosa, la soledad, extiende su regocijo para permitir mi estadía; sin reproches, sin ninguna atracción más que la de las letras. Pero la mujer que permite mi estadía, también con sustantiva bondad, es la más ardiente apasionada criatura entre mis memorias. Su rostro permanece dibujado cuando la recuerdo y cobra vida cuando la extraño. La puedo amar casi hasta perder la misma conciencia de hacerlo. Así no lo diga, la mirada dice lo que no digo y se advierte lo que ahora digo.
Al rato de terminar el camino, parecía infinito, estaba sentado en los exteriores de un aula. Seguía extrañando. Veía con recelo aquel rincón en donde un día estabamos sentados tratando de leer juntos algunos textos. Yo estaba en su pecho, abrazándola cariñosamente, desarropando sus labios con los míos, hacía pausa después de la lectura. Nos decíamos cuanto nos habíamos extrañado. Cada uno relataba lo que su jornada había sido. ¿Cómo estuvo el día? ¿Qué tienes que leer? ¿Cuándo te veré? Esa pregunta aún la hago ahora. Pero en ese momento que miraba aquel rincón la pregunta parecía esfumarse con el frenesí con que el viento sacudía mis papeles.

En ese rato, deje de estar sentado y cuando ya me decidía abandonar la búsqueda de la soledad; ella aparece con sus cabellos largos y el vacío mismo en su vientre oscuro a la espera de su cazador. Yo ya quería abandonar mi suerte para urdir sus cabellos con los trazos de mi lápiz en un boceto. Como toda presa solo me es necesaria para el consumo; cuando terminé de conversar con ella, la perdí de vista. Ojalá poderla, otro día, convencer de que me encuentre ella. Ese día sufrí mucho con su ausencia. Como desearía que ahora que está muda al lado del monitor, con los muslos lujuriosamente cruzados, pueda leer esto y cumpla con mi propuesta.

Manicomio: adentro y afuera

Ayer soñe que veía un manicomio cetrino, parecía el purgatorio de algunos excluídos. Junto con mi fémina estaba yo al lado de un extraño sujeto, sólo recuerdo que llevaba ropa de encierro, nos indicaba donde estaban los locos. En las afueras del recinto de verde pálido, había varios individuos que con muecas alboratadas mascullaban sus lenguas en dirección a la puerta hacia afuera, adentro de los bosques agrios, a unos árboles decaídos, al rocadal sobre el suelo huérfano del mar y del río, al pie del pie de un loco. El más cercano a nosotros decía: "Mami, mami, ¿estás conmigo? Quiero que vengas; ven, ven, ven. Te he dicho que vengas. No vienes; ven, ven" –mirando a todos lados como buscando al que le hablaba. Nosotros estabamos algo pasamados, pero no recuerdo si nos preguntabamos porque nos encontrabamos ahí. En la mayoría de mis sueños no hay preguntas que hacer solo se responde sin saber qué es una respuesta. El extraño sujeto, creo que era una especie de doctor, nos siguio llevando; hasta que nos señalo la puerta del manicomio diciendo:

-Adentro hay más locos; los locos que han visto ustedes se diferencian de los locos que van a ver a continuación. La diferencia está en que, como han visto, los primeros son bulliciosos, escandalosos, habladores, sociales. A estos se les puede hablar al menos y hay respuesta. Los de adentro, los segundos, son lo contrario. Miran a todos lados, caminan en círculos, de una pared hacia otra pared, saltan precipicios sin profundidad, se golpean de vez en cuando. Otros de estos segundos solo se quedan en las ventanas mirando las gotas si hay lluvia o viendo a los locos de afuera. –lo dijo tranquilamente como quien enseña los cuadros de una pinacoteca.

De prisa, entramos para ver a los locos de afuera. Sus rostros eran hojas blancas sin ningún vejamén de pluma alguna. No había sonidos. ¿El silencio también estaba demente acaso? Ellos estaban mirándose y mirándonos. Uno con los útlimos tejidos del abdomén parecía que tocaba un instrumento, porque de un lado para otro bailaba con las manos rascando en vaivén por esos tejidos roídos. Otro de ellos se encontraba muy cerca a la ventana; llovía, pero no como lo dijo el doctor sino que caían gotas por la cara del loco. El último que recuerdo estaba de espaldas contra la pared; pasaba la lengua por ella. Al rato, se pegaba totalmente a la pared. Se frotaba el anverso con singulares movimientos por varios minutos. Después, caía al suelo con el sudor en picada y miraba hacia abajo. Al terminar mi sueño, las voces de los locos de afuera cobraban mayor intensidad. Pero solo yo los oía. Ni ella ni el doctor pían tales gritos. Eran vociferaciones muy distorsionadas, se pronunciaban entre ecos en mis oídos. Cuando no podía resistir más no dormía más.

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Las carcajadas del silencio y la noche


Un rayo luminoso se extravía entre las lúnulas silvestres que van de este a oeste con el fin de quebrar la cortina gelatinosa de la noche. Aletiando silentemente se dejan llevar por la marejada del viento que sopla y se ahoga con un crujir de auroras. Hace un frío intenso. La escarcha entumece cada llano fractal de la oscuridad. Los tonos grisáceos se permutan entre sí para seguir coloreando el llano gelatinoso de la noche; con ello se distingue una ojiva de concavidad aguda, en los extremos del arco descansan dos lágrimas ingrávidas. Bastantes imágenes se reflejan en el plano inverso de este cielo en donde las nubes se encuentran en un viaje por otros cielos. Las lúnulas llegan a las pastizales del valle; se persiguen unas a otras en trayectos elípticos; una a una segregan varias partículas de geranios, quizá vienen de un pensil distante de este valle pérdido bajo el cuidado triste del cielo inclemente. En los confínes del cielo, después de atravesar todos los llanos gelatinosos, hay una área transparente que no se distingue a simple vista. Porque no hay luz en este cielo más que el gris de las auroras. El viento hace sentir su paso con las centellas tránslucidas que acometen a la horcajadura del tiempo detenido desde este último eclipse.

En otros tiempos había mucha luz, en estos el silencio era opacado por la plenitud del día estival. No se había visto nunca una lúnula cercana a las ramas de los árboles. Y existía gente, mucha gente. Alegres silbaban porque el sonido atraía la felicidad. Así el valle rebosaba de juventud y alegría. Había fiestas en los cuales se celebraban cualquier cosa. Lo que importaba es estar feliz, mostrar una agradable sonrisa y decir lo mucho que se estima a la otra persona. El odio y la envidia no tenían espacio más en esta alegría.

En el monte más lejano del valle yacía una bella mujer de cabellos rizados largos que se armonizaban con el viento nebuloso. Vivía en la cima del monte en un bohío. No le gustaba la gente. Era la única del valle que no parecía feliz. Permanecía viendo las casas de las demás gentes sentada en un lecho, hecho de varias ramas del árbol que alguna vez existió contiguo a los demás árboles del bosque del monte. En ese lecho pasaba la mayoría del día. Aparte de estar observando las celebraciones de la gente, escribía en lienzos. Nadie jamás supo de esta mujer vagabunda en el monte. Solo sabían que de ella eran los lienzos que se precipitaban por las faldas del monte en cada noche de octubre cuando la luna lucía fracturada y gigantesca. Esta mujer sin nombre para la demás gente tenía un nombre para ella; este era el de Klöppel. Tal nombre solo se veía escrito al pie del lienzo escrito en el día. Klöppel solo dejaba de escribir cuando el hambre la sorprendía y hacía que ella busque comida en las entrañas del bosque. Comía lo que sea y lo que podía. Se entretenía con cualquier cosa que hacía la gente, lo que sea. Lo que no era lo que sea es lo que escribía. Los lienzos eran cuidodadosamente realizados, no había ningún error ortográfico ahí. Las letras de estos lienzos eran grabadas con una fina postura de dedos. Una técnica única entre los habitantes del valle. Siempre Klöppel escribía acerca de ella y la gente alegre en las callejuelas del poblado.

Cierto día cercano al último eclipse, Klöppel salió en búsqueda de alimento en el interior del valle, era el cuarto día desde la última búsqueda de comida. Más tarde, no había nadie aún en el bohío de Klöppel. Ella había desaparecido del lugar. El lienzo de este día, era un viernes, había sido culminado antes de la búsqueda. Los días pasaron pero nadie pasaba por el bohío en la cabeza del monte más lejano y alto del valle. Los meses eran asesinados uno a uno por el tiempo angustiante. Hasta que llego octubre. Misteriosamente un viento extranjero soplo violentamente de este a oeste los ramajes de los árboles del bosque. Nunca había habido un viento con esta intensidad alta. La gente del poblado estaba muy sorpendida; como cada primer lunes de octubre esperaban impacientes por el lienzo del monte. Alegres bailaban y hacían rondas alrededor de la plaza del pueblo. Pero este lunes se acaba ya y no había ningún lienzo en el pueblo. Al dar las doce, el término del lunes y el inicio del martes, el viento se violento más. La noche se hizo muy oscura. La luna se hacía más pequeña con el paso del viento punzante que no tenía más aspecto nebuloso. Los pobladores se dieron cuenta y por primera vez dejaron de mostrarse sonrientes; se preocuparon por todo el ambiente y cundió el pánico. Iban en direcciones diferentes. Rápidamene entraban a sus cabañas y sacaban todas sus pertenencias. Cuáles hormigas en crisis abandonaban el valle. Nadaban por el río hasta que algunos llegaban a otras aguas, de otro río, hasta que otros econtraban el lecho fluvial y el sueño eterno. Algunas gentes todavía no se marchaban, quedaron idos por algo tétrico: el lienzo apareció al pie del monte con una mancha de sangre al inicio; uno de los pobladores leyó: "La luz no puede seguir en el bruno eterno. No hay escritura sin muerte próxima en el bosque. Las carcajadas del silencio y la noche". Angustiado y espantado el poblador fue corriendo,gritando el contenido del último lienzo por todo el poblado. Fue el último sonido que profanó los límites del valle y alcanzó a todos los pobladores en su escape. Uno de los pobladores encontró en la plaza a la mujer del monte desperdigada con los sesos abiertos y las piernas extendidas en un angulo llano. Sus rizos estaban extendidos por todo el suelo, así estos sean parte del cuero cabelludo o no lo sean. Con una sonrisa cachacienta los dos pómulos muestran dos arrugas. Los ojos permanecen con un iris extendido, cubre toda la retina. No hay ninguna superficie blanquecina en la córnea. El poblador estuvo examinando el occiso, pero después de breves minutos se fue en dirección al río. Pasaron las horas y en el valle ya no había nadie. Todas las callejuelas estaban deshabitadas. El viento cada vez se hacia más agudo. El barlovento cayó del cielo y con el viento destruyó todo lo que se encontraba. Las cabañas, las callejuelas, la plaza, las bancas, todo. El barlovento tomo un nadir en un punto y de ahí describió trazos circulares hasta originar un ciclón que tiro abajo todos los yacimientos subterráneos de las casas. No hubo más día. El eclipse y el silencio se hicieron eternos.

Klöppel desde esos tiempos no aparece por este valle ni aparecen otros tiempos semejantes. Porque el tiempo se quedo atrapado en este valle, una prisión de lo pasajero. Aquel llega tiene la misma fortuna. Aquí infinitos son el silencio y la oscuridad que ahora bailan en la plenitud de la noche. En el cielo profundo, en donde las auroras crujen, hace un frío intenso, las lúnulas son las únicas danzantes. De este a oeste van ellas agitando lentemente las alas sin tomar más altura que el ras de los pastizales. Ya no hay ningún árbol en este valle. Todo se lo llevo el aire violento del barlovento curvílineo. El viento sigue existiendo, de vez en cuando sopla de este a oeste, nuevamente. De repente, en los confínes del cielo, la noche empieza a iluminarse. Una luz hace su entrada. La área transparente luce transparente por vez primera. La noche se disipa. La auroras se colorean de colores celestiales. Este imenso llano del valle y el cielo oscuro habían sido una imensa superficie esférica. Ya que la luz no llega en vano y sin ningún precedente. Llega porque un ojo ha dejado de estar cerrado. La iris oscura era el cielo oscuro de la noche. La oscuridad del valle había sido eterna por la eternidad del sueño que ya encuentra final en el despertar de alguien. Después de mucho tiempo, Klöppel se despierta de este sueño, se levanta y se echa andar hacia la salida del monte.

De algo de, de y de más des

Un día, nuevamente, en el receptáculo de mis pensamientos...
Adoleciendo de profundas imágenes, donde no se ve el fin y apenas se ve el inicio. Hay una especie de cantera de "des", siempre aparecen cuando quiero –algunas veces cuando no quiero– relacionar algo íntimamente con otro algo. Esta última razón podría ser frágil y cojuda. Lo sé. Más cojuda sería que aparezca una de las "des", ya apareció. Cojudo. No lo pude evitar apareció. ¿Y ahora? Tendre que dar el término de este receptáculo, otra vez, es inútil.

NO! (Estoy cansado...)

En algunos tiempos me siento triste, como uno podría odiar sentirse, cuando me refiero a uno es que pueden ser dos, tres o más personas puesto que cualquiera podría sentirse. Desde hace dos días que me encuentro muy fastidiado por el balance que siempre realizo al medir dos cantidades. Por un lado, está mi felicidad; ahí tengo que optar por una decisión que me hará muy feliz. Por otro lado, hay personas a mi alrededor que también pretenden ser felices, tengo que tomar una decisión que implica a sus felicidades. ¿Por qué tengo que hacerlo? Pues, esas personas no son cualesquiera personas, sino que son personas que tienen una gravedad tal que sus acciones ejercen sobre mí un tipo de acción. Es decir, las acciones de estas personas repercuten en mí. Pero al yo estar relacionado con estas personas también mis acciones repercuten en ellos. Por lo tanto, la interacción y su gravedad en los sujetos implicados, ellos y yo, están claramente señaladas.

La cuestión es que yo ya tome la decisión y sopeze las dos cantitades. Tome la decisión de implicancia a sus felicidades. La decisión ¿Cuál fue exactamente? El de dejar de lado mi decisión de ser por un día feliz. Dicho en un polo opuesto, el de optar por sentir odio. ¿Hacía quién dirijó tal sentimiento? ¿A qué o quién odio? Odio al contexto que me hace tomar tal decisión destructiva para mi buen estado de ánimo. Hubiese querido que ese contexto nunca haya existido ni exista ahora ni exista mañana. Pero, lamentablemente para el hambre de mi estado energumeno, el contexto junto con su música pobre, pública, a tientas y mierdas vulgar va a seguir derritiendo sus asquerosas melodías por mis recuerdos y, quizás, me haga volver el rostro y escupirle como una víctima de usurpación lo hace con el usurpador, como el hijo huerfano a su padre, como el esclavo a su vil patrón que ultrajó a su madre, como, más exactamente, el trovador, con carajo erguido, a su mendigante, alza sus copas para que cualquier cojudo brinde, trasunto. Después de culminar con este mar de denuestos haré lo posible para que la alegría de la persona más querida no se convierta en mi naúsea más corrosiva.

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